El lejano arte del insulto refinado
Hace décadas, una de las anécdotas de José Bianco, "Pepe", que más éxito tenía entre sus amigos se basaba en un insulto, eso sí, dicho en francés. Ya no recuerdo si la versión que yo recibí me la contó Enrique Pezzoni, Francisco Murature, Eduardo Paz Leston o el mismísimo Pepe. El hecho ocurrió durante una de sus estadías en París, quizá durante su largo viaje a Europa de 1947. Sus distracciones eran proverbiales. En una ocasión, había empezado a cruzar una avenida mientras contemplaba admirado las esculturas art nouveau del piso alto de un edificio en la vereda opuesta. En esa actitud despreocupada, lo sorprendió el rugido de un coche que no terminó con su vida por la pericia de su conductor, un joven que le gritó un florido insulto: "Nénufar de pissotière" ("nenúfar de meadero", vulgo "trolo"). Pepe se quedó paralizado, pero dejó de admirar la construcción de la belle époque para mudar su deslumbramiento al ingenio y a la imaginación de aquel chofer, de una inspiración tan repentina como refinada para la ofensa. Le atribuyó desde el primer momento conocimientos botánicos, artísticos (los nenúfares de Monet) y literarios (el nenúfar de Montjouvin, de Proust). Nunca pensó que podía ser una expresión hecha.
Con pissotière, el automovilista se refería a los urinarios públicos que, en ese entonces (de 1875 a la década de 1980), estaban en plena calle para aliviar las necesidades de los peatones masculinos. Edgardo Cozarinsky los describe muy bien en su Nuevo museo del chisme. Algunas de aquellas instalaciones, situadas en calles discretas, se habían convertido en centros de reunión de una "clientela" interesada en actividades menos inocentes. De allí que esos frecuentadores, a la espera de presas, merecieran el humorístico apelativo de "nenúfares", plantas de estanque.
Pasaron los años. Pepe murió en 1986. Busqué "nénufar de pissotière" en Google no hace mucho. Encontré la expresión en el libro Petit dictionnaire à morir de rire, de Philippe Héraclès y Lionel Chrzanowski (demasiado reciente). El texto decía simplemente: "Dites-le avec des fleurs: nénufar de pissotière" ("Dígalo con flores: ?"). Continué con mi búsqueda y descubrí que el nénufar había tenido un antepasado más popular. En 1920, los jóvenes escritores Louis Aragon, Philippe Soupault y el artista Francis Picabia habían establecido un lazo con Dadá, el grupo suizo de vanguardia. Como adhesión a ese movimiento, decidieron cambiarse los nombres. Soupault eligió el autoinsulto: "cresson (berro) de pissotière". Hasta donde pude averiguar ya había un registro literario de la expresión en 1913. Aparece en una curiosa entrevista hecha por el poeta, boxeador, pintor, cantante, aventurero y dandy británico, nacido en Suiza, Arthur Cravan, cuyo verdadero nombre era Fabian Avenarius Lloyd. Su tía Constance Mary Lloyd era la esposa de Oscar Wilde. Y Fabian-Arthur, sobrino del escritor.
Cravan era un gigante de dos metros que ganó el título de campeón amateur de Francia sin pelear: sus rivales, cuando veían a esa torre humana, desertaban y Cravan era considerado vencedor. Devino el editor de la revista Maintenant (Ahora) en París. Con el título de "Oscar Wilde vive", en el tercer número, de 1913, publicó una crónica-entrevista apócrifa de la visita que el autor de El retrato de Dorian Gray le había hecho en forma clandestina pocas semanas antes. Wilde había muerto en 1900, trece años antes de aquella aparición. Durante ese encuentro, Cravan cubrió de insultos a Oscar. Lo trató, por ejemplo, de ¡cresson de pissotière! Por último, lo echó.
Para escapar de la Primera Guerra Mundial, Cravan, después de haber pasado por España, Estados Unidos y México, se propuso establecerse en Buenos Aires. En 1918, se compró un velero y, sin saber nada de navegación, se lanzó al mar. La embarcación se hundió en el océano Pacífico y él murió ahogado. El sobrino de Wilde nunca llegó a Buenos Aires, pero la expresión con que insultó a su célebre tío fue la misma, pero estilizada (nenúfar), que serviría para injuriar a un gran admirador de Wilde: José Bianco.