Incertidumbre sin fisuras
Amamos las respuestas. Aunque no sean buenas noticias, preferimos saber a no saber. Para bien y también para mal. Algunos de nuestros principales logros se basan en este principio; nos gusta indagar, buscar la verdad, la explicación lógica. Pero las grietas -que están lejos de ser una especie nativa- también echan raíces en este sesgo mental. "Acá está la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Y es toda mía. Nuestra. Del grupo".
Entre los muchos desafíos que está planteando la pandemia de Covid-19 se inscribe el hecho de que arrasó con toda certeza. Por primera vez en mucho tiempo nadie puede ponerse de pie y pretender tener la verdad. Ahora, de pronto, no se vocifera más con convicción, ni siquiera desde la tribuna. Y salvo lamentables excepciones, tampoco se ha intentado politizar la crisis. Raro.
Sí, raro, pero lógico. De pronto, al arrogante humano, conquistador inclemente y dueño de todas las respuestas, se le presenta una situación semejante a un campo minado, sin fronteras y sin ideologías. Si habrá vacuna. Si el virus inmuniza o no. Si, de contraerlo, causará síntomas gravísimos o solo un poco de malestar. Así estamos. Todo el tiempo repitiendo las dos palabras que más nos cuesta pronunciar: no sé.