El cura y los policías
El domingo de Pascua, un sacerdote caminaba por las desiertas calles de Badajoz (Extremadura, España). Un patrullero se detuvo a su lado, sin percatarse de que era un cura. "¿Adónde va usted, señor?", le preguntaron. "A celebrar misa". Añadió que los tendría muy presentes porque ese día, en el altar, iba a pedir especialmente por los que arriesgan su salud y sus vidas en la lucha contra el virus: personal sanitario, agentes de seguridad, transportistas. Llevaba la oración escrita en un papel, que les mostró. La mujer que conducía el móvil la leyó y no pudo evitar quebrarse. Alguien se estaba acordando de ellos. "Lloró como una Magdalena", contaría después el cura, que había pasado de ser un sospechoso de desobediencia a recibir el más sentido agradecimiento. Días más tarde, otra vez fue detenido por un patrullero. Explicó que estaba llevando la comunión a un enfermo. "¿Y no podría comulgar también yo?", se animó uno de los agentes. "Claro, baje". En un breve ritual en plena calle, partió la única hostia que llevaba, rezaron un Padrenuestro y le dio de comulgar. "Jamás en mi vida olvidaré esta comunión", dijo el policía.
Encuentros casuales, ligeros, pero de un registro ciertamente inusual. La pandemia también hace estas cosas.