El Día de la Marmota
Aparte de las consecuencias nefastas que trajo, casi de la noche a la mañana, el explosivo brote de Covid-19, devenido luego en epidemia y finalmente en una pandemia cuya naturaleza la mayoría de nosotros no había experimentado nunca, hay otro daño colateral. Digamos mejor, dos, aunque de alguna forma están conectados.
Antes de seguir, y a modo de disculpa para quienes me han escrito preguntándome qué ha sido de mis textos sobre la naturaleza, una explicación. Por supuesto, le he dedicado más tiempo a mi jardín y tengo muchas anotaciones al respecto. Pero dadas las circunstancias, con millones de argentinos que están pasándola realmente mal debido al encierro, y por todos los que ya no están entre nosotros, víctimas de la pandemia, me pareció más prudente dejar tales temas para tiempos mejores. Cuando menos, por lo que escribió Dante: "Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice ne la miseria".
Vuelvo. Primer daño colateral: los pronósticos. Tengo la inconmovible convicción de que los científicos nos darán una solución. Parece difícil de entender, y es lógico, porque estar tanto tiempo encerrados es enajenante, pero desde el inicio del brote, en diciembre, han transcurrido solo 180 días. Sesenta de aislamiento, aquí. Para nosotros es una enormidad. Para la ciencia, no. Las primeras noticias sobre el VIH, por ejemplo, se conocieron en 1981. Hace 39 años (14.000 días, redondeando) que estamos estudiando ese patógeno, y todavía no existe una vacuna.
No son la misma clase de virus, concedido, pero comprender estos asuntos es de una complejidad abrumadora, y seis meses es muy poco tiempo. Podríamos tener buenas noticias en cualquier momento. O no. Por lo tanto, me parece innecesario hacer pronósticos sobre la nueva normalidad. Sobre cómo cambiará el mundo después de la pandemia. Si saldremos de esta en agosto, en octubre o en 2021. Por respeto a quienes están sufriendo y a quienes perdieron a sus seres queridos, y también a los científicos que están trabajando contrarreloj para desentrañar el virus, sería mejor dejar la futurología para asuntos más triviales.
Como defiendo a rajatabla la libertad de expresión, creo que todo el mundo tiene derecho a opinar sin mordazas. Lo único que apunto es que no es posible anticipar qué va a ocurrir. Tal vez por eso abusamos de las proyecciones, quién sabe.
O quizá por el segundo daño colateral: El Día de la Marmota. Habrán oído comparar el aislamiento con el argumento de esta película de Harold Ramis, en la que el protagonista (el genial Bill Murray) se encuentra atrapado en un día que se repite sin fin. Imagino que podría escribirse una biblioteca sobre las razones que inspiran en nuestra consciencia esta percepción anómala, como de repetición cíclica e incesante, donde todos los días son o parecen iguales, sin serlo en absoluto, pero con notas perturbadoras aquí y allá. Pequeños olvidos y deslices insignificantes. La ausencia de casi todo lo que otrora constituía nuestras vidas de lunes a viernes y de lo que anticipaba el fin de semana; fin de semana que ahora sabe a eterno, pero en el que trabajamos como si fuera lunes, sin notarlo. Siempre añoramos volver a casa, y ahora solo deseamos salir. Porque estamos hechos para salir.
Padecemos, supongo, nuestra naturaleza indómita. La mayoría lo hace con una templanza notable, dándole tiempo a la ciencia para encontrar la esquiva salida del laberinto. Pero somos humanos y a la consciencia no le sienta bien contemplar cada día casi la misma exacta secuencia de paredes y puertas; de ventanas, mesas y sillas; de horas y de comidas, y buen día, buenas noches, que descanses. Nos refugiamos en series, películas o libros. Música, bendita seas. Pero aunque los días no son siempre el mismo -y lo sabemos-, se sienten si no idénticos, mellizos. Hemos salido de peores, eso sí, y es lo único que puedo decir ahora. También aquí nos sentimos viviendo el Día de la Marmota.