Recuerda. El sol que asoma por el horizonte de la sabana. Los animales que dejan de pastar y cruzan el terreno. El monte Kilimanjaro de fondo. El saludo de las manadas. La voz –como de un mesías que trae el mantra– y la música entre trivial y profética. La roca sagrada, el sacerdote y el futuro rey. Y esa voz que, antes del rugido final, dice: "Recuerda".
En noviembre pasado, Disney mostró el teaser de la nueva versión de El rey león, y ahí, la voz en off de Mufasa, esa misma que algunos escuchamos por primera vez en 1994, baja esa línea casi inmortal en un tono hi definition. Explica cómo funciona su reino, el mecanismo de herencia para gobernar la tierra que baña el sol. Se lo dice a Simba, su hijo, pero también nos habla a nosotros. Sobre todo cuando remata su monólogo:"Recuerda".
Del dibujito a la realidad
Podría ser casual ese cierre para el spot, pero no. Disney no es inocente. Cuando Mufasa dice "recuerda" le habla a una generación. Le está avisando –nos está avisando a los que fuimos niños en los 90– que está de vuelta, pero en forma real. A 25 años de la versión que se convertiría en un clásico, los herederos del bueno de Walt nos están inyectando una dosis narcótica de nostalgia a la que es difícil resistirse.
Internet explotó cuando este minuto y medio de adelanto se dio a conocer. Porque esos 90 segundos no solo condensan la escena más icónica de la película, sino que son una descarga directa de emociones. ¿Cómo no recordarse a uno mismo, con edad de primaria, yendo al cine a ver el nuevo hit para niños? ¿Cómo no quedarse perplejo al volver a ver esa escena? ¿Cómo no fascinarse con el grado de realismo? De 2010 para acá Disney comenzó a producir sus éxitos animados en versiones reales. Empezó con la Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton, que fue un fenómeno en la taquilla para no más que eso. Quizás su buen resultado tuvo más que ver con la combinación de nombres –Alicia, Burton, Johnny Depp– que con el producto en sí: una película regular que no sumó mucho al clásico que ya conocíamos. Y pareciera que desde ese momento la ecuación se repitió. Malefica y Blancanieves y el cazador fueron las historias que completaron la cosa. Nombres all stars –Angelina Jolie, Kristen Stewart– para cuentos llevados al cine. Reversiones con un supuesto enfoque más adulto, pero sin grandes novedades; a decir verdad, lo más "novedoso" de estos relatos fue el tono –el color– oscuro de la imagen en la pantalla que el enfoque de la historia.
De 2010 para acá Disney comenzó a producir sus éxitos animados en versiones reales. Empezó con la
Pero en 2016 llegó el director Jon Favreau y la explosión de acción real con su versión de El libro de la selva. Historia original, mismo enfoque, mismo público apuntado: una historia para niños. Al año siguiente, La bella y la bestia –con Emma Watson en estado de gracia– y, antes, Cinderella –La Cenicienta– reprodujeron la idea (hay que ser justos, estos últimos dos casos tuvieron pequeños gestos que intentaron decir algo más y, por momentos, lo lograron). Disney arranca 2019 con un tridente de películas que ya contó en versión animada y ahora quiere volver reales. El citado Rey león, que tendrá como director a Favreau; Dumbo, que se acaba de estrenar bajo la cámara de Tim Burton, y Aladdin, con Guy Ritchie como filmmaker, más Mulan, anunciada para 2020. En carpeta también están La dama y el vagabundo y Blancanieves y los siete enanitos. Toda una serie de títulos dirigidos a un público que vivió el traspaso del 2D al 3D, que pasó de la banda ancha al wifi, del Messenger a Instagram. Una serie de películas para niños apuntadas a los sub-30, gente que aún se siente joven, pero se sabe adulta. Un público que comienza a entrar en el negocio de la nostalgia. Y el negocio de la nostalgia es exitoso por defecto, no necesita enroscarse mucho, apenas un pequeño giro alcanza –una dosis mínima de "nuevo"– y es suficiente. Con poner a Simba en la pantalla, la nostalgia ya ganó.
Disney entendió que una remake en acción real de una película animada es como una experiencia de realidad virtual viajando al pasado. Una metáfora maravillosa de Volver al futuro, nuestro viaje en el DeLorean con pochoclos incluidos y hashtags para compartir en internet.
El mercado de la nostalgia temprana
Sin embargo, lo que no tienen las versiones es acción real; al menos hasta el momento, son grandes giros narrativos. Como si no se pudiera tocar el pasado por miedo a modificar el presente. Cuando las películas nuevas intentaron diferenciarse, no fueron lo suficientemente arriesgadas –una modificación en la tonalidad de la imagen o alguna línea con profundidad no alcanzan para cambiar un relato– y ahora son víctimas de una fidelidad exacerbada.Historias símil copias de sus originales, que tienen su tiro de gracia en pasar de dibujitos a personas, animales y monstruos de verdad. Disney no quiere darnos un sacudón ideológico, solo un goce visual.
¿Y no es eso lo que queremos? ¿O estamos esperando algo más? ¿Queremos ver algo lindo o una versión más compleja de la historia que ya conocemos?
Lo que viene a proponer el gigante de los films animados es un viaje en el tiempo, la posibilidad de revivir el momento añorado.
Algo así fue lo que hizo Netflix con Mowgli, su versión de El libro de la selva. Una película más profunda y de personajes mejor desarrollados. Una película adulta que usa la nostalgia para atrapar y te suelta a un nuevo universo. Lo mismo sucede, aunque de un modo inverso, con la última Spider-Man: un nuevo universo. La ganadora al Oscar a mejor película animada es una reversión total del hombre araña con un enfoque moderno, original e inclusivo que no pierde la línea de su ADN. Una versión animada en su estado madurativo: una experiencia visual y narrativa.
Esa combinación no es algo que pareciera interesarle a Disney. Lo que viene a proponer el gigante de los films animados es un viaje en el tiempo, la posibilidad de revivir el momento añorado, la materialización de la nostalgia. O, dicho de otra manera, la nostalgia reconvertida en acción real.