Por Pablo Montiel *
La escena transcurre en el barrio madrileño de Lavapiés, aunque podría ser en Colegiales, en el limeño barrio de Barranco o en La Condesa, de Ciudad de México. Un muro intervenido por un artista con un atractivo diseño de coloridos paisajes futuristas. En el medio de la escena aparece, altivo y contundente, un grafiti que reza: "Tu street art me sube mi alquiler". Ese manifiesto político con forma de grafiti es la fiebre que anuncia una gripe urbana llamada "gentrificación". Este es el término con el cual se identifican muchos de los movimientos de reestructuración y recambio de clases que se dan en las ciudades.
La cosa funciona más o menos así: barrios deprimidos, muchas veces olvidados por los gobiernos, son tomados por artistas e intelectuales que, fascinados por cierta bohemia, peligrosidad y la oportunidad que brindan los bajos precios del alquiler, se afincan y conviven con los habitantes originales. El mercado inmobiliario hace un avistaje de bohemios, intelectuales y artistas, y posiciona ese barrio como un centro cultural seductor. Ese ambiente comienza a resultar atractivo a las clases medias acomodadas y comienza a aumentar el valor del metro cuadrado y, por ende, el precio de los alquileres. Se acercan las marcas globales y cuando menos se lo esperaban, esa clase cultural no llega a pagar el costo económico de vivir en ese barrio y es desplazada hacia otros lugares.
La nueva gripe urbana se llama gentrificación. Mientras los viejos barrios se reciclan, la sociología advierte: "El capitalismo global está construyendo la misma ciudad en todo el mundo".
En 2010 viajé por primera vez a Nueva York. Una noche decidí ir a escuchar a Thurston Moore, el líder de Sonic Youth, que tocaba en un venue del barrio de Williamsburg, en pleno Brooklyn. En las guías turísticas no decían nada de ese barrio. Con un mapa y un par de combinaciones de subte, aparecí en el medio de una locura. Tiendas de diseño, de arte contemporáneo, librerías con libros raros, disquerías de vinilos antes del boom, pequeños restaurantes de comidas de todo el mundo. Lo que en este momento es normal de encontrar en este tipo de barrios, por entonces, representaba una novedad absoluta que conmocionó mis sentidos. Volví a Nueva York en 2018 y me encontré con el mismo barrio, pero totalmente aburguesado, tomado por marcas globales, con restaurantes de comida internacional carísimos, que solo conservaba el gesto de lo que había surgido como la tierra prometida de los hipsters de principios de década. Mientras me preguntaba donde había quedado esa bohemia artística que tanto me había impresionado hacía unos años, un baqueano de los que nunca faltan me tira la contraseña: "Bushwick". Es el nombre de otro barrio cercano, repleto de galpones y talleres mecánicos, en el cual entre 2017 y 2018 se habían mudado casi 40 galerías de arte, más un montón de pequeñas cafeterías y tiendas de ropa usada. Ya pasados unos meses, no hay guía turística que no te aconseje visitarlo.
Por estas tierras, el proceso no cambia. A principios de este siglo, la asociación de vecinos de Palermo tenía 200 integrantes, pocos años después solo quedan un par. Los negocios trendy se llevaron puesta a la comunidad. Ni que hablar del casco histórico de San Telmo, que entre 2005 y 2010 pasó de ser un barrio bohemio a un catálogo de marcas y una puesta en escena for export de lo que alguna vez fue.
¿Y esto es bueno o es malo? En principio, es un fenómeno para analizar. El reconocido sociólogo norteamericano Richard Sennett este año advirtió:"El capitalismo global está construyendo la misma ciudad en todo el mundo". Si además tenemos en cuenta que, actualmente, el 55% de la población mundial vive en ciudades, una cifra que la ONU espera que suba al 68% para 2050, podemos proyectar nuestras vidas de un modo absolutamente urbano. Y es ahí donde empezamos a preguntarnos en qué tipo de ciudades queremos vivir, convivir o sobrevivir. ¿Qué va a quedar de nuestras identidades, de nuestras historias, de nuestras culturas y de nuestros entornos barriales? Podremos parafrasear al Gordo Troilo en "Nocturno de mi barrio". Pero, quizá, con una pequeña reformulación: "¿Que yo me fui del barrio? ¿Pero cuándo? Si siempre me estoy yendo".
*Gestor de ciudades y agitador cultural. Trabajó en 109 ciudades y flaneurió otras 80 en 20 países. Le gusta más descubrir lo que las iguala que lo que las diferencia.
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