Pablo Dacal tiene nuevo disco. Se llama Mi esqueleto y lo hizo, como bien dice él, "mientras vivía". Traducido: se tomó su tiempo, casi un año, para grabarlo en el estudio que montó en el fondo de su propia casa de Caballito, casi siempre durante la noche, después de una serie de rutinas ineludibles: "Hacer algunas changas para juntar unos mangos, criar a mi hija, cocinar", sintetiza este artista independiente y andariego que, después de viajar por todo el país con su guitarra y sus canciones, cerrará el 2019 con un show en La Tangente, Honduras 5317, el 11 de diciembre.
"Dejé la puerta abierta para que entre todo", asegura Dacal. "Las noticias de la radio que escuchaba a la mañana, las pequeñas historias cotidianas y las emociones de la vida íntima, que también suele estar atravesada por la vida política".
El resultado de ese trabajo dedicado y tan extendido en el tiempo fueron 51 minutos de música repartidos en 13 canciones de impacto directo y duradero: "Vamos, nene, no tengas miedo/ el país se ha vuelto tan ciego/ Si no salís, si no te vas/ vos sos la dictadura", desafía Dacal ya desde el arranque, en "El juego y la furia".
Cargado de novedades –hay aires pospunk y de rap que no habían aparecido antes con tanta resolución–, con dos temas ("Manifestación" y "Los vecinos") basados en textos del escritor Pablo Katchadjian y un trabajo de "buceo interior" con el que Dacal recuperó la música de los 70 y los 80 que fue parte de su educación estética y sentimental, Mi esqueleto quedó configurado como un disco crudo y ecléctico. La estrategia para concebirlo fue, justamente, no atarlo a ningún plan: "Es un disco que tiene una conexión con mi lugar más adolescente", sostiene su autor. "El único concepto fue reflejar, lo más verdaderamente, la vida de un ciudadano común en esta realidad, en este continente".
Por fortuna, Dacal encontró en el sello Produce Crack el apoyo necesario para editar (en formato físico y digital) y distribuir su nuevo disco en un momento en el que no sabía muy bien cómo resolver esos asuntos. "Yo ya ni siquiera sé si quiero hacer discos, la verdad", remarca. "Me interesa componer y tocar. Pero tenía unos cuantos temas acumulados porque no editaba nada desde 2016, cuando salió Una década cantada (grabado en vivo en el Xirgu Espacio Untref). Y sentí la necesidad de pronunciarme sobre una situación político-social que primero me conmovió y me paralizó, y después me llevó a decir esto que estoy diciendo en estas canciones".
Más que una opción, la independencia fue para él un único camino posible: "Crecí viendo la debacle de las discográficas, así que soy un músico independiente por default, más que por elección", grafica. De sus inicios, a fines de los 90, recuerda la decisión firme de forjar una personalidad propia después de pasar unos años tocando temas de los Beatles. "Cuando me di cuenta de que no tenía sentido hacer otros Danger 4, empecé a elaborar algo mucho más personal", argumenta. Aquel pibe que creció en un ambiente bohemio (su papá se dedica al teatro) y que alguna vez quedó deslumbrado con el talento y el carisma de Charly García, su referente más asumido, hoy ya es un cantautor consumado, dueño de su propio estilo, aun cuando no olvida sus influencias más indelebles: "Siempre me interesa estar conectado con lo que está pasando, con el presente, pero tengo que admitir que cuando lo vi a Palo Pandolfo en vivo se produjo un clic evidente. En los 90, yo iba a ver a la Bersuit y a Los Piojos, hasta que vi a Los Visitantes y flasheé. La conexión con el vivo que tenía Palo en esa época era muy poderosa, era alguien que estaba siempre a 10 centímetros del piso".
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