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 • Sexo

Diario íntimo de una soltera en cuarentena: lejos de los encuentros, cerca del placer




La cuarentena se decretó el día de mi cumpleaños. Sí, fue un gran regalo. Yo estaba sola en mi casa y si bien recibí muchas videollamadas, me faltaron los abrazos y los besos. El aislamiento era un hecho, me tenía que quedar unos días en mi departamento y depender de la tecnología para conectarme con "los míos". Aunque era muy raro y me preocupaba, en principio el plan no sonaba tan mal. Despedirme del mundo exterior parecía una fantasía, se estaba materializando el "qué lindo sería estar más en casa" que, a veces, mientras corría de evento en evento, tanto desea-ba. El anuncio estaba dado y terminaría el comienzo de mis 29 con la certeza de que la puerta no se iba a abrir por un tiempo. De repente, estaba obligada a convivir conmigo, lejos de todos, con un festejo suspendido y las salidas diarias con amigos en el tacho de la basura. El encierro me enfrentó a conocerme en profundidad, a analizarme; tuve que aprender a observar mis emociones, identificar mis sentimientos y batallar contra algunos fantasmas. Leerlo suena como un lindo desafío, pero experimentarlo fue un tsunami interno. El mundo se puso en stand by y yo quedé atrapada, viendo que las paredes de mi casa me devolvían un mensaje claro: ahora sí que estás SOLA. Me empecé a conectar con mis raíces, retomé mi manual de estilo, quedé desnuda frente a una situación inexplicable... y a boxear. La cuarentena me mantuvo más de un mes en soledad y no fue sencillo. Después de acomodar mi eje sentimental me encontré con otro problema: las citas, los encuentros, la seducción...,¡todo había quedado congelado! Sentía que, poco a poco, me iba olvidando de cómo era eso de salir en plan de conquista, que desaparecía todo lo aprendido sobre vincularme y que iba a tener que arrancar de nuevo. Abandonar la sexualidad con otra persona me invitó a repensar roles y deseos. Conocí nuevas prácticas, leí, escuché y aprendí. Este aislamiento llegó para enseñarme que más allá de lo conocido aún hay mucho para explorar. Hora de entender que sola puedo disfrutar. Y mucho.

Día 1: sola ¿y libre?

Durante el momento de largada era todo risas. Escuchaba los lamentos de algunas amigas que padecían la convivencia con sus parejas (hasta pensaban en separarse) y me alegraba el verme sola y haciendo lo que quería. La rutina se adaptó, pasaba de la cama al escritorio (siempre con una escala en la cocina) y mis días eran intensos pero más relajados. Comía a la hora que se me antojaba, usaba un look de entrecasa, ya no me importaba tener las uñas desprolijas y la piel de mi cara respiraba sin el make up diario. Todas esas series que tenía ganas ver y no podía por falta de tiempo colonizaron mi agenda y me dediqué full time a ponerme al día. La propuesta de 12 días de home office era tentadora y no parecía nada mal.

Día 10: hola sexting

La extensión de la cuarentena ya era casi un hecho. Empecé a extrañar vestirme con ropa que no fuera deportiva o usar zapatos y el deseo sexual ya encendía todas las alarmas. De repente extrañaba a personajes que en la "normalidad" no hubieran tenido espacio en mi mente y arrancaba a jugar un elemento que, para mí, era nuevo: la seducción virtual. La cantidad de mensajes recibidos con la leyenda "cuando termine todo esto..." iba en aumento exponencial (claro, yo no era la única que necesitaba refugiarse en un otro), me divertían esas promesas a futuro y yo seguía el juego, mantenía largas charlas y hasta prometí alguna salida postabril tam-bién. Pero la realidad era que por más idilios que tuviéramos en un chat, seguía sola (¡y encerrada!). No había otra salida, tenía que ponerme creativa. El primer paso fue el sexting, empecé a intercambiar mensajes, fotos y videos con alguien con quien tenía muuucha confianza previa y que, sinceramente, deseaba ver. Gracias a la tecnología, los encuentros a distancia parecían cercanos y yo no tardé en acostumbrarme. Subía la temperatura, estaba sola con mi celular y no me quedaba otra que entregarme, estimular el feedback con mi partenaire y aprender a gozar a través de una pantalla.

Día 20: la creatividad se puso hot

Ya me había animado a jugar de manera virtual, me sentía más segura y lo comentaba orgullosa con todas mis amigas, especialmente con aquellas que estaban en soledad al igual que yo. Pero el encierro seguía y cada vez eran más y más días. Las paredes me empezaban a asfixiar y nada me motivaba, así que fui por más. Gracias a algunos videos que había visto por Instagram y a mirar series como Sex Education, descubrí que había otros caminos. Me di cuenta de que podía despegar y aventurarme sola: el autoplacer se puso la cinta de capitán y empezó a jugar en mi equipo. Si bien ya había avanzado con el sexting, ahora podía profundizar el estímulo solitario. Vi muchos consejos en redes sobre la masturbación y lo primero que pensé fue: "¡Ay, no estoy tan necesitada!". Grave error. Gravísimo. Aprendí que la masturbación no tiene que ser un consuelo ante la falta de otra persona, debe ser un nuevo canal para el placer y para el descubrimiento de nuestro cuerpo y no solamente una descarga rápida de tensiones. Invertí muchas horas en aprender, como buena alumna, sobre anatomía genital y técnicas de autoexploración. Incorporé información que desconocía y usé todo el tiempo que tenía para conocerme, para investigar qué cosas me erotizan y encontrar nuevas zonas de placer. Me sobraban horas y las aproveché para probar nuevas poses y otros lugares. Total, nadie me corría.

Día 30: literatura erótica, porno y juguetes

Había pasado un mes y de repente me encontré mirando el calendario y contando cuántos días hacía que no tenía sexo con alguien. Me sentía la protagonista de una serie y parecía, en mi guión imaginario, que esas escenas pertenecían a la temporada anterior; en esta, las cosas definitivamente habían cambiado. Los días previos de aislamiento me habían servido para ponerme más sexual, conocerme y liberarme de muchos tabúes. Ahora, quería seguir avanzando. Hablando con amigas noté algo que antes no me inquietaba y pensé: antes de este confinamiento, ¿me regalaba momentos sola conmigo? La repuesta era obvia: ¡no! Por falta de tiempo o porque el que tenía lo invertía en la conquista, dejaba, casi siempre, de lado mi espacio personal e íntimo. Como no tenía nadie para hablar, me encontraba charlando con mi mente a diario. Gracias a esas conversaciones introspectivas me inquieté y la curiosidad me llevó a aprender que hay muchos complementos que pueden hacer que una noche para mí, mano a mano, sea el mejor plan. En medio de mi búsqueda, volví a releer algunas páginas de El amante, de Marguerite Duras (si te da fiaca la litera-tura erótica, también está la peli), y analicé cuál de todos los sentidos me erotizaba más. Miré películas posporno (recomiendo las de Erika Lust, con contenido más enfocado en las mujeres, con secuencias más eróticas que explícitas) y escuché varios podcasts que encienden, como Alas para tu sexualidad y Astrosex. Como ya me sentía casi una experta, investigué en Internet sobre sextoys. ¿Harán envíos a domicilio en medio de una pandemia?, me preguntaba. Descubrí que existen muchísimos tipos y para diferentes estímulos: hay diversas formas, para distintas zonas, varios tamaños y algunos vienen con velocidades. Ahí parece estar la clave, en encontrar la ideal. Ahora sé que no es necesario usar la más fuerte para lograr un orgasmo instantáneo, que puedo utilizar la más lenta y disfrutar del proceso. Pero claro, sucederá cuando pueda ir a recorrer atentamente un sex shop. La cuarentena me regaló algo que nunca tengo: tiempo. La soledad obligada me acorraló y (por suerte) no me dejó otra opción que aprender a disfrutar conmigo. Me enseñó a vivir una sensualidad más tántrica, autodescubrirme y saber qué es lo que enciende mi deseo. Abrió mi mente y mis opciones, dejando una amplia sabiduría en mí. Al final, estar sola fue una aventura. De las buenas. •

Slow sex poscuarentena

Por Francesca Gnecchi. Periodista diplomada en sexualidad y directora de Erotique Pink (@alasparatusexualidad).
El hacer un stop obligatorio nos ayudó a repensar nuestra vida y probablemente nos hayamos dado cuenta de que es más valioso y más sano hacer menos actividades y disfrutarlas a pleno que llenarnos de tareas y volvernos locas para cumplirlas. Así también vivimos nuestra sexua-lidad. La ponemos en nuestra agenda como una actividad más que debemos hacer al menos una vez por semana o cada quince días, nos presionamos para tener un buen rendimiento o para salir de la rutina sexual; algunos días vivimos el encuentro como un trámite y queremos que finalice pronto para tacharlo de la lista de tareas, no solo nos presionamos con tener que hacerlo, sino que ahora nos sumamos el tener que ser multiorgásmicas, llegar al punto a, b, c, g, eyacular, tener deseo aun cuando estamos angustiadas, probar juguetes, etc., etc., etc. Repensemos nuestra forma de vivir y de explorar la sexualidad, busquemos que nos brinde placer y que nos ayude a descubrirnos. La sexualidad pedía a gritos que parásemos un poco de sobreinformarnos y de sobrecargarla de presiones, obligaciones, mandatos y nuevas prácticas. No tengamos sexo por obligación, no salgamos de la rutina si estamos felices con ella, no hagamos prácticas que no nos gustan para encajar, no busquemos tener una fantasía para poder responder cuando nos preguntan, no nos autodiagnostiquemos con falta de deseo o de orgasmos solo porque una amiga tiene más sexo que nosotras o es multiorgásmica. No vivamos la sexualidad como una comida rápida; pensemos en la importancia de la energía sexual para la salud y brindémosle a nuestro cuerpo energía saludable, sin tensiones, sin pre-siones. Disfrutemos cada bocado sin el apuro de terminar el plato, aprovechemos cada momento, elijamos quién queremos que nos acompañe, disfrutemos también de las cenas solas y demos cada mordisco concentradas en ese aquí y ahora sin presiones por el final. Que la sexualidad poscuarentena sea slow, bien slow.

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