Con el escudo del PJ parece fácil
El almuerzo que la Asociación Empresaria Argentina hizo el miércoles en el Four Seasons tuvo dos particularidades. La más visible: que a la mesa principal, al lado de Paolo Rocca, Alfredo Coto, Luis Pagani, Héctor Magnetto, Sebastián Bagó, Carlos Miguens, José Cartellone y Cristiano Rattazzi, estuviera sentado el Presidente. La más relevante es sin embargo la invisible: no hubo en esas dos horas de charla una sola mención a Cristina Kirchner. Una novedad en cualquier encuentro del establishment donde se hable de política.
Los anfitriones celebraron esa elipsis. La vicepresidenta supone para ellos la parte incómoda de la fórmula que acaba de llegar a la Casa Rosada, y Fernández ha sido siempre un dirigente de inmejorable relación con todos. El discurso del jefe del Estado tocó una fibra sensible al interés corporativo, que es el anhelo de una Argentina en la que los distintos sectores se pongan de acuerdo en un objetivo. Colocó en esa lista, por ejemplo, a sectores que han sufrido al kirchnerismo, como el agro y los medios. "Necesitamos terminar con las disputas estériles de tantos años. Algunos lo llaman grieta, yo lo llamo de otro modo, pero no podemos seguir perdiendo el tiempo peleándonos entre nosotros por cosas que conducen a nada. Es un compromiso que debemos tomar todos: los empresarios, la gente del campo... lo tengo que hacer yo y mi gobierno", dijo, y completó la enumeración dirigiéndose a Magnetto: "Lo tienen que hacer los medios, Héctor, lo tienen que hacer todos. Si no lo hacemos, vamos a seguir pedaleando en el pantano".
Los empresarios salieron conformes. No tanto por el carácter de las medidas que el Presidente acababa de enviar al Congreso como porque habían interpretado sus palabras bajo la lógica de una destreza del PJ, que es la capacidad de aglutinamiento: todo hombre de negocios sueña con pactos para atenuar el costo argentino, al que contribuyen, además del Estado, los sindicatos y la Justicia Laboral. Esa convicción parte de la idea de que, dadas las últimas experiencias, alinear esos intereses será el único camino para conseguir no solo certidumbre política, sino reformas para revertir la inviabilidad en que ha caído la Argentina. Fernández no lo dijo con todas las letras, pero lo dio a entender cuando, detrás de un cuestionamiento al FMI por la crisis, deslizó lo que para ese organismo supone la única alternativa de renegociar el acuerdo firmado por Macri: la aprobación de leyes para equilibrar las cuentas. "Todo ocurrió con la anuencia del Fondo –planteó–. Por eso cuando uno es tan severo con el Fondo, y lo hace corresponsable de lo que pasa, eso lo explica. ¿Cómo le prestaste a este país semejante cantidad de dinero, que además dejaste que salga del sistema financiero graciosamente?". Terminada la crítica, hizo una revelación: contó que, junto con el ministro de Economía, Martín Guzmán, habían estado hablando durante dos meses con el FMI para convencerlo de que la Argentina necesitaba volver a crecer para pagar, propuesta que, agregó, estaba sujeta a la aprobación de la ley que acababa de mandar al Congreso. "Hay un dato saludable –agregó–: el Fondo ha aceptado".
En el centro del asunto está la reforma previsional. Hace tiempo que los operadores del mercado vienen anticipando que el FMI renegociará el vínculo si, a cambio, el país ofrece medidas de este tipo. A diferencia de Brasil, que aprobó su reforma da previdencia con el respaldo de gran parte de la clase política, la Argentina tiene al respecto un escollo de base: no solo ha demonizado la palabra ajuste, sino que una parte de su coalición gobernante, el kirchnerismo, duplicó en los últimos años la cantidad de jubilados y pensionados sumando unos 4 millones de personas, la mayoría de ellas sin años de aportes suficientes.
Por eso, las contorsiones discursivas. El 10 de enero de 2017, meses antes de las Legislativas que perdió en la provincia de Buenos Aires, Cristina Kirchner escribió en Twitter sobre la administración de Macri: "Modificar la ley de movilidad jubilatoria es el punto de mayor envergadura para el FMI, para el Gobierno y para todos los ajustadores". Tres minutos después agregó: "El Gobierno pretende instalar el debate antes de las elecciones, en particular el tema de que es insostenible el sistema previsional actual".
Pero ahora es el Frente de Todos el que lo juzga insostenible y el que tiene que negociar con el Fondo. En parte porque no pasó lo que se esperaba: Macri había diseñado una fórmula de movilidad que ajustaba los haberes principalmente por la inflación de los dos trimestres anteriores, que se suponía que iría bajando en paralelo con el crecimiento del país. Se desentendía así del cálculo atado a la recaudación y los salarios, algo impagable según las proyecciones de entonces, y podía además aprovechar el empalme entre ambos esquemas para saltearse el costo durante los meses de esa transición, pérdida para los jubilados que atenuó con sumas no remunerativas para los haberes más bajos. Pero ocurrió lo contrario: la Argentina entró en recesión, se dispararon los precios, y esa fórmula del ahorro se volvió entonces menos cumplible que la anterior. Es lo que hereda Fernández, que necesita volver a modificar la fórmula y unos meses de transición en los que pretende compensar a los perjudicados con aumentos discrecionales según el nivel de ingresos. Es probable que, como en el caso Badaro, estos cambios desencadenen juicios, pero en el Gobierno piensan que la Argentina tiene demasiadas urgencias como para pensar en plazos superiores a cuatro años. Será una discusión que, llegado el momento, los abogados del Estado intentarán ganar escudados en el término "emergencia". Es la explicación que se da en áreas del Ministerio de Trabajo.
¿Cómo hará el Gobierno para volver retóricamente sobre sus pasos, si hace dos años rechazaba el ajuste de Macri? "Son especialistas en relato", dijo a este diario en la última conferencia industrial un economista que insistía en la necesidad de bajar el gasto. Esa posibilidad de emprender lo impopular es lo que el establishment le valora al peronismo, con el que además parte siempre de peores expectativas que con administraciones de otro signo. "Yo preferiría más liberalismo, pero la verdad es que esto parece mejor de lo que pensaba", dijo el martes un empresario a sus pares consejeros de la bolsa.
La apuesta vuelve a ser entonces que la emergencia permita salir de la recesión. Y el riesgo, el de siempre: que el Gobierno se aferre a una excepcionalidad eterna. Ese sayo le cabe a aquella a quien nadie nombró en el Four Seasons. La última emergencia argentina duró 14 años. Pero los empresarios ya parecen habituados a esa dialéctica: el desastre o la mediocridad. Empezarán a invertir el día en que perciban que apareció alguien con el talento y el coraje para romper la maldición.