El mundo nunca estuvo mejor, pero eso puede terminar
El impactante avance de indicadores sociales de las últimas décadas hoy se ve amenazado por la antiglobalización
El mundo siempre está en llamas, pero hay gente que nunca pierde el optimismo. No es mi caso, pero sí el del columnista de The New York Times Nicholas Kristof, que en enero pasado publicó un artículo en el que proclamaba a 2018, el año que acababa de terminar, como "el mejor de la historia de la humanidad".
Kristof no es ingenuo y está al tanto de las guerras y masacres, pero se propuso ser provocadoramente optimista. Él argumenta que si uno mira más allá de los titulares catastróficos de todos los días, nunca antes la calidad de vida había sido tan buena.
Las cifras que presenta son impactantes: durante cada día del año pasado, 295.000 personas accedieron por primera vez en sus vidas a la electricidad, 305.000 al agua potable y 620.000 a internet. Y sigue: nunca antes el analfabetismo había sido tan bajo y la esperanza de vida tan alta. En los 90, morían 30.000 chicos por día; hoy esa cifra se redujo a la mitad. Lo mismo pasa con el porcentaje de la población mundial que vive en extrema pobreza: pasó de ser el 44% en los años 80 al 10% actual.
Lo sorprendente de todos estos avances es que se dieron en un plazo muy corto, en los últimos 20 o 30 años. Es decir, durante el orden mundial globalizado y liberal que se instaló tras la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría.
Ese orden global, ya lo sabemos, está en crisis y muchas de las turbulencias que vemos hoy en el mundo están asociadas a la incertidumbre que genera que nadie tiene muy en claro hacia dónde vamos. El presidente Donald Trump lo resumió con contundencia esta semana durante la Asamblea General de Naciones Unidas: "El futuro no pertenece a los globalistas, sino a los patriotas".
Muchas de las instituciones que promovieron distintos tipos de integración están hoy en crisis: la misma ONU que desdeña Trump, la Unión Europea de la que intenta escapar Gran Bretaña, la OTAN, etcétera.
¿Pueden todos esos avances sociales y económicos sufrir un retroceso en esta crisis de los mecanismos de integración?
Francisco de Santibañes, miembro del comité ejecutivo del CARI y autor de La rebelión de las naciones, piensa que sí. "Esta ola conservadora popular y el mayor nacionalismo pueden llevar a que el enfrentamiento entre China y Estados Unidos haga que las cadenas globales de valor y el libre comercio, que es lo que permitieron mejorar enormemente la calidad de vida, se desintegren", explica.
De Santibañes va más allá y dice que todos esos progresos sociales que sí se pueden ver en los países más pobres no necesariamente tienen su correlato en el mundo desarrollado. "Algunos países se beneficiaron muchísimo y otros menos. De hecho en Estados Unidos y Europa se ven algunos indicadores sociales negativos en los ultimos años. O sea hay motivos por los cuales se justifica que las poblaciones occidentales estén disconformes", argumenta.
En esa disconformidad con los efectos de la globalización está la raíz del Brexit y del sorpresivo triunfo de Trump. Pero para los que se aterran con el avance del populismo antiglobalización, esta semana hubo motivos para sentirse, como Kristof, un poco más optimistas. A Boris Johnson la Corte Suprema le dio un cachetazo sonoro al dejar sin efecto la suspensión que había decretado del Parlamento y el Congreso norteamericano hizo que la posibilidad de un impeachment a Trump deje de ser un fantasma y se convierta en una amenaza muy real. Los mismos anticuerpos democráticos que demostró Italia semanas atrás, cuando el proyecto de Matteo Salvini quedó, por ahora, trunco.
Todavía está por verse hacia dónde van esos procesos políticos y si 2018 alguna vez será superado como el mejor año de la historia de la humanidad.
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