No solo compartir los beneficios
Si la selva amazónica es el "pulmón del planeta", hoy ese pulmón se encuentra en terapia intensiva. Las imágenes que se han difundido sobre los incendios en el Amazonas reflejan solo una parte de la gravedad del problema. A los daños visibles, como la pérdida de especies animales y vegetales (especies conocidas y no conocidas hasta el momento), y del hábitat de diversas poblaciones humanas se suman los daños no visibles, como el oxígeno que deja de liberarse, lo que da lugar a mayores concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera.
La comunidad científica afirma que esta selva tropical desempeña un papel central en la regulación del clima mundial y que una de las consecuencias climáticas de los incendios será el aumento de la temperatura. En el caso de nuestro país, el transporte de humedad a nuestra zona se verá afectado mediante la disminución de las precipitaciones en la cuenca del Plata. Y es precisamente la expansión por fuera de las fronteras brasileñas de los impactos negativos que generan estos incendios lo que justifica la preocupación a nivel mundial.
Dado este impacto global, parece razonable que los líderes mundiales ofrezcan financiamiento para paliar esta situación. Sin embargo, ¿hasta qué punto es razonable que estos líderes "penalicen" a Brasil por la generación de incendios para lograr áreas aptas para el cultivo? Desde la disciplina económica, los servicios que ofrece el Amazonas pueden considerarse bienes públicos, es decir, que un país se beneficie de la captura de dióxido de carbono que esta selva genera no impide que otro país también lo haga. Asimismo, ningún país, aunque quisiese, podría excluirse de gozar de estos beneficios. Pero mantener este bien público también tiene costos y, entre ellos, el costo de oportunidad para Brasil por el cultivo no producido (ni exportado).
Entonces, nos encontramos frente a la situación en la que preservar el Amazonas genera beneficios globales, por un lado, pero costos privados por la pérdida en el comercio brasileño, por el otro. ¿Cómo solucionar este conflicto? Como los costos que genera el agotamiento de los recursos que provee el Amazonas son comunes a las distintas naciones, resulta razonable que los distintos países compensen a Brasil por los ingresos no generados vía comercio internacional. Sin embargo, quiénes deben pagar esa compensación y cuánto deben pagar es un tema más complejo que requiere un acuerdo a nivel mundial.
La correlación entre los efectos globales de los incendios y la profundización del cambio climático hace que la conferencia climática COP sea el ámbito de discusión más apropiado para la negociación. Resulta sensato que los países que se benefician con la existencia de este recurso natural paguen por ello. Lograr una solución política para la distribución de esta carga es el gran desafío.
Doctora en Economía; profesora de Economía, Ucema
Vanesa D'Elia
LA NACION