Saint-Germain-des-Prés: ¿qué quedó del barrio de los escritores franceses?
Los aniversarios de Jean-Paul Sartre y Boris Vian son una excusa para revisar la historia de la famosa rive gauche, en cuyos bares nacieron libros fundamentales del siglo XX
PARÍS.- Pocos barrios en el mundo pueden enorgullecerse de un pasado cultural tan fecundo como Saint-Germain-des-Prés. Marcado este año por los aniversarios de algunos de sus ilustres representantes -como los 40 años de la muerte de Jean-Paul Sartre, los 60 años de la desaparición de Albert Camus o el centenario del nacimiento de Boris Vian-, parece legítimo preguntarse qué queda de esa mítica rive gauche literaria, artística y bohemia que hace soñar al mundo desde hace casi 500 años.
El 4 de enero de 1960, el joven premio Nobel de Literatura Albert Camus se ubicó en el "asiento del muerto" -como se llama en Francia al sitio del acompañante- del automóvil Facel Vega que acababa de comprar Michel Gallimard, sobrino de su editor. La leyenda, que adora la juventud truncada, olvidó que Albert Camus detestaba la velocidad y consideraba "absurdo" morir en "unas sábanas de chapa retorcidas" e hizo de él -después de James Dean y Françoise Sagan- un miembro más del pelotón de héroes temerarios del asfalto. El mes pasado, al cumplirse 60 años de su muerte -y en medio de una sorprendente discreción-, numerosas publicaciones recordaron equivocadamente en Francia ese aparente defecto de carácter del autor de El extranjero: L'Obs (ex-Nouvel Observateur), L'Express, un número especial de Le Figaro... No fue el caso del remarcable documental que Georges-Marc Benamou le consagró el 23 de enero para la televisión: Las vidas de Albert Camus, ya que fueron en efecto tantas, a pesar de su precoz desaparición, a los 46 años.
Camus, al igual que Jean-Paul Sartre y Boris Vian, era un célebre habitué de la intensa vida cultural de Saint-Germain-des-Prés. Francia se apresta ahora a conmemorar, el 15 de abril, 40 años de la muerte del autor de La náusea y el centenario del nacimiento de Vian, el 10 de marzo.
Como sucedió con el Nobel de Literatura, no parece que el mundo francés de la cultura esté preparando grandes manifestaciones. Una vida política cada vez más agitada podría ser la causa de esa escasa apetencia por celebrar la memoria de esas grandes figuras, que seguramente serán objeto de artículos de prensa y emisiones de televisión.
O bien acaso se trate de una tendencia general en la que la inmediatez está en vías de terminar con la memoria, justamente en un país que ha erigido ese ejercicio en emblema cultural, y del cual Saint-Germain-des-Prés fue el símbolo.
Para comparar, es necesario hacer un poco de historia. Saber que Saint-Germain-des-Prés nació en 542, cuando Childebert, hijo del rey Clovis, construyó en ese predio una abadía para cobijar los tesoros y sobre todo la túnica de San Vicente, obtenidos después de vencer a los visigodos en Zaragoza. Esa iglesia, rodeada de un monasterio construido por voluntad del obispo Germain, se impondría rápidamente como la más rica de Francia y sería bautizada Saint-Germain-des-Prés a la muerte del prelado.
Desde entonces, Saint-Germain-des-Prés nunca dejó de crecer, hasta convertirse, en el siglo XVII, en el centro del mundo literario y artístico. Librerías, casas de edición y cafés -como el Procope, que abrió sus puertas en 1689- fueron centro de reunión de artistas, escritores y músicos llegados de todos los horizontes, lo que transformó ese barrio en un sitio de cohabitación singular entre el universo religioso original y el mundo artístico.
Los intelectuales siempre parecieron tener un afecto particular por ese barrio. Allí se instalaron artistas plásticos como Delacroix, Ingrès, Manet, Giacometti y Picasso, y escritores como Racine, Balzac, Georges Sand, Sartre, Simone de Beauvoir y el español Jorge Semprún. Sus teatros presentaron obras de Beckett, Ionesco, Cocteau y, naturalmente, de sus grandes estrellas del siglo XX: Sartre y Camus. Picasso terminó el Guernica en su atelier de la rue des Grandes Augustins, donde recibió con frecuencia la visita de su amigo Man Ray, mientras Léo Ferré, Georges Brassens, Jacques Brel, Charles Trénet, Guy Béart, Charles Aznavour y Serge Gainsbourg vieron sus carreras despegar en la penumbra de sus sótanos musicales, como el Bar Vert o el Tabou.
Saint-Germain-des-Prés fue un verdadero sitio de encuentro artístico e intelectual en el que las figuras más representativas se reunían para "rehacer" el mundo en tres bares transformados en templos del existencialismo: el Café de Flore, Les Deux Magots y el restaurante Lipp. Esa celebridad, que alcanzó su punto culminante en el siglo XX, transformó a Saint-Germain-des-Prés en imán mundial de excelencia cultural.
"Pero ese espíritu desapareció. Basta pasear por la calle: solo hay negocios de lujo, de muebles o de ropa", se lamenta Katia, responsable de la pequeña librería centenaria De Nobele, especializada en bellas artes. "La verdad es que estamos invadidos por las grandes marcas".
Marie, responsable de la librería Abbaye-Pinault, disiente: "El espíritu de los años 1950-70 ha muerto. Pero es normal. Es necesario dar vuelta la página y vivir en el mundo actual".Para Bernard Pivot, presidente del Premio Goncourt, fue precisamente ese espíritu "germanopratino" (gentilicio de Saint-Germain-des-Prés) el que se transformó en principal argumento de atracción turística: "A través de figuras como Sartre y Vian, el 'village' de artistas que era el barrio atrajo al público en general, convirtiéndose en... folclore".
Cambiada como todo por la mundialización, Saint-Germain-des-Prés no perdió, sin embargo, esa cualidad que la hizo célebre. Aunque transformadas, muchas de las librerías que hicieron su fama siguen abiertas: La Hune, De Nobele, Abbaye-Pinault, Ecume des Pages... El barrio sigue contando con el Teatro de l'Odéon, la Escuela Superior de Bellas Artes y enamorados de la cultura que desde hace años organizan conferencias extremadamente populares, como Los Martes de la Filosofía o Las Mañanas de la Literatura, en los locales del cine Etoile. Todavía uno de los barrios preferidos de escritores y artistas, Bernard-Henri Levy suele dar sus entrevistas en el Hotel Montalembert, a pasos de la centenaria editorial Gallimard, mientras que el filósofo Pascal Bruckner prefiere el primer piso del Café de Flore.
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