Coronavirus: “Estamos encerrados en un pueblo fantasma”, el mensaje de un turista argentino en Francia
La escenografía es de ensueño, la situación es una pesadilla. Montañas, lagos, esquí, la nieve en el epicentro del paraíso. Méribel está en el corazón de los Alpes franceses, suerte de exclusiva estación del clásico deporte de invierno. Es un pueblo encantador en la montaña, rodeado de naturaleza en estado puro y chalets tradicionales de madera, que tienen una vista espectacular sobre el Mont Blanc, la cumbre de los Alpes, con una altitud de 4800 metros sobre el nivel del mar. Allí en donde las laderas ofrecen todo tipo de misterios, el sueño se acaba con el avance de la pandemia del nuevocoronavirus (Covid-19). Se convierte en una odisea para dos arquitectos y sus hijos. El viaje se transforma en un vacío desolador: "Estamos encerrados en un pueblo fantasma. Ya se fueron todos".
Gonzalo Serra es arquitecto, tiene 55 años y está en un departamento alquilado con Mateo, su hijo de 22 años, su hermano y su sobrino. Serra Arquitectos es una tradición en emprendimientos de todo tipo: desde reformas penitenciarias hasta las últimas novedades en la casa central del Banco Ciudad de Buenos Aires. Pero ahora, no piensa en diagramas de edificios: sabe que el tiempo apremia. Acaba de alquilar el último auto disponible rumbo a Ginebra, con la esperanza de alcanzar un vuelo de Iberia a Madrid y, desde allí, otro viaje de Lan a Santiago, Chile. Después verá cómo llega a Buenos Aires. Si es que todavía no se cierran las fronteras. "Estoy en una casa alquilada por internet, me dejaron estar unos días más, pero ya me avisaron que cuando me vaya, deje las llaves y apague la luz. Acá no quedó nadie, estamos solos. Es desolador ver el mejor paisaje del mundo, en esta situación", suscribe.
No tiene miedo a contagiarse: literalmente, no hay nadie. Un pequeño almacén de pueblo, atendido por una pareja, tiene las horas contadas. Apenas se acaben las últimas provisiones, cierra. Ya no tienen alimentos frescos, frutas, verduras, nada. Es el último contacto con un ser humano en algunos kilómetros a la redonda. No les quedan demasiados productos. Sabe que va a poner el candado en un par de días o… horas. "Es literal, estamos solos. No hay servicios, no hay nada, es un pueblo deshabitado. Y alquilamos el último auto disponible. No sé si nos va a alcanzar la nafta", cuenta. La estación de servicio más cercana está cerrada. La siguiente, también. El pueblo es una postal tradicional de invierno. Suele vaciarse cuando se acaba la temporada. Pero este es otro asunto.
Fanáticos del esquí, llegaron hace diez días. Se iban a quedar hasta el sábado próximo y un vuelo de Aerolíneas Argentinas los iba a traer de regreso, vía Barajas. Pero Serra desconfía. "Está colapsado y lo entiendo, pero yo puedo pagar un extra de 1100 dólares para volver, no todos lo pueden hacer. ¿Qué les espera a los miles de argentinos varados?", se pregunta. La aerolínea de bandera, afirma, no responde sus llamadas. Es una situación de emergencia, pero siente esa desprotección.
Ya se estaban acabando lo fideos, el pollo y la leche de los últimos días. Cocinan, conversan –es difícil escapar del mismo tema–, caminan, suben, bajan de las montañas. Ya no saben qué hacer, hasta que consiguieron los últimos tickets. "Es como vivir dentro de una montaña fantasma", dice, mientras observa desde la casa la magnífica postal. Son deportistas. Serra está tranquilo, pero la angustia empieza a surgir. "Tenemos amor por la montaña, pero en los últimos días, con el avance del coronavirus, nos empezó a atrapar la incertidumbre: el no saber cuándo y cómo vamos a volver", insiste. Francia está en cuarentena. No solo en el poblado.
Francisco, su otro hijo, vive en Ginebra y los va a alojar horas antes del vuelo. Gonzalo está divorciado y hoy está en pareja con Julieta, que está en Buenos Aires. "Me dice que la psicosis es más grande allá que acá. Pensá que este es el mejor lugar para estar aislados. El lugar es increíble, pero no nos podemos quedar. No hay nada ni nadie", se desespera.
Serra pide cerrar la nota cuanto antes: su hermano pone el motor en marcha, debe llegar cuanto antes a Ginebra y, desde allí, seguir la aventura del regreso. "Te aviso cómo sigue todo, pero te digo algo: algún día voy a volver", avisa. Todavía no terminó de armar las valijas.
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