Diseñar contra la corriente
Es la mujer más hermosa de la fiesta. ¿De dónde es su vestido? La pregunta amable de un francés sorprende a Patricia della Giovampaola, princesa de D’Arenberg, en una fiesta en un château parisiense.
–Muchas gracias. Es de un diseñador argentino amigo mío.
–¿Y él dónde tiene su casa en París?
–No la tiene, él vive en la Argentina
–Que exótico, alguien de alta costura que no tenga su casa en París. Debe estar muy enamorado de usted su amigo. Solo un hombre enamorado hace esa belleza. Como yo, con Audrey.
Ella lo mira extrañada, hasta que el francés se presenta oficialmente. Soy Hubert de Givenchy. Un placer, madame.
Pasaron años de esa fiesta, pero el diseñador Javier Saiach, autor del vestido que despertaba suspiros, rememora divertido la anécdota. Y asegura que Della Giovampaola no suele repetir trajes, aunque el suyo lo usó siete veces.
"Aun me cuesta creer a lo que llegué", dice Saiach, un diseñador de indumentaria que nació en Corrientes, creó sus primeros vestidos en Paraguay y llegó a Buenos Aires con sus bocetos bajo el brazo, aspirando entrar en un mundo de la moda que lo recibió que discriminación. Pero tuvo revancha. Hoy presenta sus novias en Madrid Bridal Fashion Week, su colección otoño-invierno en el Faena Art Center, y proyecta abrir su espacio en Europa. Su gran repercusión mediática llegó luego de diseñar el vestido que Juliana Awada lució en el Teatro Colón, en el marco del G20. Ese traje blanco de corte midi y mangas tres cuartos le abrió las puertas al mundo: lo llamaron de las tiendas Saks Fifth Avenue y Bergdorf, de una agencia española y hasta de industrias chinas para reproducir el molde a gran escala.
¿Y qué respondiste a la propuesta de los industriales textiles chinos?
Les dije que no. Mi trabajo es más artesanal. Todos en la vida tenemos un punto de inflexión, pero eso sería como prostituir mi carrera, doblegar la voluntad que siempre tuve de hacerlo todo muy prolijo. Podemos decir con orgullo que somos uno de los pocos que hacemos alta costura en el país. ¿Qué significa? Tener el 90% de la prenda hecha a mano, presentar por lo menos cuatro colecciones al año de alta costura, y otras tanto de prêt-à-porter, tener taller propio, sostener técnicas artesanales antiguas.
En su atelier conserva un pequeño bastidor con una muestra del encaje confeccionado para el vestido de Awada con la técnica Richelieu, bordado tan al detalle que es imposible identificar cuál es el frente y cuál el revés. "Lo de Awada tuvo para mí un efecto muy importante, amén de lo masivo y de que el público me conoció más internacionalmente. Hicimos el vestido en tres meses, totalmente a mano".
¿Cómo manejaste la visibilidad internacional que generó?
Fue muy fuerte la repercusión. Lo primero que hice fue ordenarme un poquito y ver cómo se podía continuar con este trabajo tan artesanal. Decidí perfeccionar mi inglés (se mudó por tres meses a Nueva York) porque creo que la gran magia de mi ropa es cómo la vendo yo. Tengo algo de marketing propio, pero desde la verdad.
¿En ese momento te dijiste ya llegué?
No, dije estoy en el camino. Se me caían las lágrimas y no sabía a quién contarle porque nadie se emocionaba de la misma forma. Todos me decían pero qué lindo, pero nadie entendía lo que significaba para mí. También tuve un antes y un después en mi carrera cuando la revista Vogue me entrevistó, en 2015. Empecé a creer mucho más en mi producto y en lo que yo hacía.
¿No creías hasta ese entonces?
Cuando llegué a Buenos Aires, una editora de una revista me dijo que mi ropa no iba a funcionar, que era muy cargada. Entonces le dije: "Yo vine a comerme a la Argentina. Y voy a hacer el trabajo tan prolijo que algún día voy a llegar". Fue el primer clic en mi carrera. Yo venía de Asunción, y allá la ropa era otra, ahí la mujer es muy producida, le encanta ser un poco más sexy, y yo tenía que promediar eso, que no me gustaba que sea demasiado sexy con la genialidad de la alta costura.
¿En qué aspectos te sentiste discriminado cuando llegaste a Buenos Aires?
En la xenofobia, como venía de Paraguay era medio cache. Me decían que no se usaba la ropa cargada, que tenía que cambiar el acento, que tenía que adelgazar. Creo que también hay una postura muy esnob con respecto a los diseñadores de vestirse siempre de firma, estar absolutamente flacos, con la necesidad de mostrarse en París o en tal lugar, aunque no sea la realidad a la que pertenecen, quizás es solo un blef. El lugar que tengo me lo merezco, y con los diseñadores me gusta que seamos buenos colegas, y si somos amigos, mejor. No siempre se puede, porque los egos en la moda son demasiado altos y eso no me divierte. A mí me divierte ir a trabajar, pero mi imagen pública es casi nula. La gente no me conoce, no conoce mi cara.
¿Pero de chico aspirabas a ser famoso?
¡Sí! Cuando tenía 5 años mi mamá me preguntó, Javier, ¿qué querés ser cuando seas grande? Y le dije: famoso, y que lo sería por mi trabajo. Pero me siento intimidado cuando me conocen. Prefiero que sean famosos mis diseños.
Aunque Buenos Aires no lo recibió con los brazos abiertos, él fantaseaba con trabajar en una gran casa de alta costura. Lo mismo que idealizaba durante una niñez difícil en su Corrientes natal. "Tuve una infancia muy dura, con un padre alcohólico golpeador, con una mamá que asumió el rol de madre y padre, y un tío que fue como un padre también. Ellos me dieron la educación impecable que tengo. Mis padres se separaron cuando yo tenía 5 años. Mi papá había golpeado a mi hermana y a mi mamá. Es fuerte recordar el momento, el lugar, salir de la casa para pedir ayuda, y pensar que alguien puede lastimar a quien más querés en la vida, a tu mamá. Con lo bueno y lo malo, volvería a elegir mi vida. Desde chico tuve una visión muy certera de la realidad y muy cercana. Sabía que había momentos en los que la vida podría ser muy dura y que también siempre te da una chance y una oportunidad.
¿Sos creyente?
Sí. A veces le digo a Dios que me hizo la vida muy dura de chico, y que por eso me está gratificando ahora de esta manera. Yo rezo mucho a la Virgen, soy muy devoto, le digo que me bancaría de nuevo esa niñez. Le di tanta energía a mi vida, tanta vuelta de página, tanto romanticismo a todo que creo que eso fue el sostén que me hizo crecer. Cuando me preguntan cuál es mi mejor desfile, digo que es el que está por venir. Siempre pienso que lo que está por venir es mucho mejor por más que yo sepa que no será tan fantástico. Pero le voy a poner la magia para que así sea.
Rememorando su infancia, con sus buenos y malos momentos, los sacrificios y las decepciones, Saiach interrumpe la entrevista y se quiebra. Le lleva unos momentos volver a hablar, y emocionado dice: "En la vida tuve grandes premios. Y me pasan cosas mágicas. Amo tanto lo que hago".
Al terminar el secundario comenzó a estudiar Arquitectura en la Universidad Nacional del Nordeste. "Salí mal en una materia, y no me atrevía a decírselo a mi tío, que era el que me mantenía y me pagaba la universidad y el departamento, que había fracasado. Entonces inventé que quería vivir con mi papá para conocerlo", recuerda. A los 18 logró recomponer la relación con su padre, y vivió un tiempo con él en Paraguay (falleció en 2001), "pude comprenderlo, era un hombre enfermo. Su mujer, Margarita, fue muy importante para mí. Ella fue la que hizo que volviera a tener una relación con mi papá. Era muy simpática y sanadora".
En Asunción diseñó vidrieras y ganó premios por las de Givenchy y Dior, y una mención especial por la de Calvin Klein. Hizo sus primeras creaciones de moda para una tienda en la que trabajaba, y vendió un perchero completo. Al año y medio estaba en Buenos Aires, boceteando vestidos para Araceli González, y luego para Mariana Fabbiani, Carolina Pampita Ardohain y Juana Viale (y la lista de celebridades con sigue: en la última entrega de los premios Martín Fierro, el 9 de junio último, vistió a Zaira Nara).
En sus talleres de Paraguay y de la Argentina trabajan alrededor de 35 personas, y desde ahí hacen magia con la técnica de bordado Richelieu, de origen francés, que redescubrió Saiach en Paraguay, donde es utilizada para confeccionar manteles o cuellos de camisas. Prefiere trabajar con géneros nobles, como la organza, la seda, shantung de seda natural, y también con charmeuse y tul. Asegura que poco le interesan las tendencias, tanto que si el lila es el color de la temporada, él nunca lo usaría porque, simplemente, no le gusta.
¿Es difícil sorprender con la moda?
Cada vez es más fácil, porque estamos en un momento en el que todo está permitido. Antes era difícil sorprender haciendo siempre lo mismo.
¿Y en la alta costura está todo permitido?
Sí, pero dentro de los parámetros de tu marca. Lo que nunca hay que hacer es salirse del eje de tu identidad.
¿Es difícil hacer dinero como diseñador?
No, es constancia, trabajo, respeto al cliente. Educación y fidelidad a uno mismo. Si girás por el dinero y el ego te empieza ganar, ahí sí perdiste.
Cuando cumplió 40 años (hoy tiene 45) había planeado una gran fiesta pero, en crisis, la suspendió unos días antes. En cambio, decidió viajar a Europa. De ahí los tres tatuajes que lleva grabados en su cuerpo: Fe, en el brazo derecho; Dios, en la espalda, y Amor en el tobillo derecho "para caminar siempre en la vida por el sendero del amor". Ese mismo camino que, asegura, lo llevará a inaugurar una tienda propia en Europa. Para que no queden dudas de su objetivo repite –y se repite–: Yo voy a vivir en Madrid. Acordate. Esa será mi puerta de entrada para Europa.
LA NACION