El kirchnerismo planta los cimientos para una nueva hegemonía
Alberdi le ganó la batalla ideológica a Sarmiento, pero se quedó corto con el peronismo. El presidencialismo acentuado que logró instalar en la Constitución nunca le alcanzó al general Perón ni a ninguno de sus herederos. Todos fueron al Congreso para quitarle atribuciones y reemplazarlo en muchas de sus funciones de legislación y de control.
Alberto Fernández continúa esa tradición, como siempre, en nombre de las crisis de la Argentina. A esta altura del largo camino de la decadencia es difícil saber si los superpoderes presidenciales son necesarios para enfrentar las situaciones complicadas o si los recurrentes estados de emergencia acentúan el retroceso económico y social del país.
Ha sido tan repetido el recurso de que lo excepcional es norma que, por lo tanto, tiende a naturalizarse. Siempre hay necesidad de eludir los controles, cambiar el destino de los fondos y dictar decretos que deberían haber sido leyes, entre otras muchas oportunidades que brinda una votación en el comienzo de un nuevo ciclo político.
Los sistemas hegemónicos comenzaron a construirse siempre desde los cimientos de la sesión de poder del Parlamento al presidente. No hay mucho misterio. Estas horas vuelven a sentarse las bases para esa distorsión. Que Alberto Fernández resulte un presidente sin esas aspiraciones es un asunto del futuro. En menos de dos semanas en el poder, el peronismo kirchnerizado demostró su habitual velocidad para adaptar el discurso a la realidad que le toca.
El país no tiene forma de endeudarse; al revés, hay que devolver los préstamos y no parece posible. Está descartado por ahora agitar los precios con una masiva emisión monetaria que podría ser un salto hacia la hiperinflación. Achicar los gastos del Estado no está en su catecismo.
Con estos tres elementos, el equipo económico de Martín Guzmán lleva adelante un plan para cubrir el déficit fiscal cobrando entre los sectores sociales y económicos derrotados de las elecciones, y los jubilados, sujetos habituales de destrato por parte de todos los gobiernos.
La monumental y perentoria transferencia de recursos del agro y de los sectores medios por la vía de retenciones y mayores impuestos al ahorro, junto con la acentuación de la prohibición del acceso al dólar son un nuevo ajuste sobre el ajuste impositivo e inflacionario que dejó el gobierno de Macri. Guzmán se vanagloria, además, de no achicar ningún gasto del Estado. Es histórico: siempre hay alguien a quien sacarle plata para evitar el esfuerzo propio.
Es probable que si el presidente de Cambiemos hubiese logrado otro mandato, ahora estaría anunciando medidas más o menos similares, además del inexcusable propósito de diferir los pagos a los acreedores.
Es ahora cuando el peronismo demuestra su capacidad para pasar de la barricada a tomar las medidas que combatió. La izquierda dogmática acaba de perder un transitorio compañero de ruta.
Apenas dos años atrás, el macrismo, bajo una lluvia de piedras y bombas de estruendo, cambió el cálculo previsional en nombre de la racionalidad. El gobierno de entonces argumentaba que la fórmula que había dejado Cristina Kirchner podría disparar la suma que el Estado paga a los jubilados. Creía estar bajando las jubilaciones y trató de disimularlo. Ahora el peronismo arrancó por decreto ese cálculo que hubiese supuesto aumentos superiores al 50% y vuelve a las sumas fijas y discrecionales. Lo hace en nombre de los pobres, no del ajuste. Y sus fuerzas de choque se quedan en sus casas a esperar la Navidad.
En los discursos empieza siempre la política. "No se ajusta, se trabaja para los pobres", dice el nuevo poder. Y mantiene su capacidad de dar giros drásticos sin sufrir consecuencia alguna.