Automóviles, aviones, trenes, carruajes y todo tipo de objetos históricos y culturales, atesorados para delinear el legado de la innovación, la movilidad y el transporte desde el siglo XIX hasta hoy
Michigan es un lugar muy frío en invierno. En el exterior, la temperatura nunca supera los 0° C y, de día, casi siempre ronda los -5° C o es aún más baja. Entonces, las actividades al aire libre, hasta una simple caminata, no son demasiado gratas.
Sin embargo, el frío hace que resulte una excelente idea visitar un museo, por ejemplo. Y en ese estado norteamericano, no muy lejos del cuartel general de Ford, ubicado en esta localidad cercana a Detroit, la marca del óvalo tiene un espectacular museo que no es solo de automóviles: es un verdadero legado para delinear la historia de la movilidad y el transporte desde los carruajes del siglo XIX hasta los vehículos de hoy, pasando por locomotoras, tranvías, bicicletas, aviones, tractores, camiones, cosechadoras, coches de carrera legendarios y modelos que forjaron el desarrollo de la industria americana y también la mundial.
Pero no termina allí; hay mucho más. Como la silla del teatro Ford donde asesinaron a Abraham Lincoln, el laboratorio de Thomas Alva Edison (inseparable amigo de Henry Ford), el taller de bicicletas de los hermanos Wright (precursores de la aviación norteamericana) y hasta el autobús en el que Rosa Parks desencadenó el movimiento antisegregacionista, cuando se negó a ceder el asiento a un hombre blanco y fue arrestada en Alabama, en 1955.
Eso es el Henry Ford Museum of Innovation (o simplemente "The Henry Ford"), que se complementa en un gran complejo con la recreación de la Michigan de principios del siglo XX (Greenfield Village) y la centenaria fábrica River Rouge del óvalo (a la que también se puede visitar), la más antigua e icónica de la marca, que tiene una extensión de una milla y media (2,4 km) de frente por una de fondo (1,6 km) y 93 edificios (1,5 km2 cubiertos), incluyendo la antigua planta de producción de acero, que hoy no funciona. En la actualidad allí se fabrica una pickup F-150 cada 53 segundos (7000 por semana), luego de la profunda remodelación que se le realizó desde 1999 a un costo de US$2000 millones.
El tour a la fábrica Rouge (se sale desde el museo) incluye una recorrida por las líneas de producción y la presentación, en un coqueto anfiteatro, de películas sobre la historia de la planta (incluidas las imágenes de la famosa "Marcha del Hambre" de los obreros en 1932, en plena Gran Depresión, que terminó con cinco muertos y decenas de heridos, tras los enfrentamientos con la policía y los guardias de seguridad) y un moderno show de luces e imágenes en 3D de cómo se produce hoy una pickup F-150.
Autos presidenciales
Como se dijo, el Henry Ford Museum excede los límites de la industria automotriz, poniendo énfasis en la innovación a través del tiempo. Ya desde el inicio, tras pasar por el centro de bienvenida al visitante, la historia empieza a fluir con la colección de los autos presidenciales Lincoln (la marca de lujo de Ford) de Ronald Reagan (1972), el de 1961 en el que asesinaron a John F. Kennedy (en 1963), el de 1950 de Dwight Eisenhower, comandante supremo del Desembarco de Normandía, y el de 1939 del no menos legendario Franklin D. Roosevelt. La saga presidencial finaliza con el carruaje Brougham de 1902 de Theodore "Teddy" Roosevelt, presidente de Estados Unidos entre 1901 y 1909.
Al final de este corredor presidencial, luce la imponente locomotora a vapor Allegheny de 1941 (fabricada por la Lima Locomotive Works de Ohio). Un gigante de 603,5 toneladas (que dimensiona las grandes naves del museo para poder alojarla), que alcanzaba los 60 km/h de velocidad máxima y que, a pesar de su avanzada tecnología en máquinas de vapor, sucumbió ante las más económicas locomotoras diésel con solo 15 años de servicio y 60 unidades en servicio.
El próximo salón es para los amantes de los "fierros": Stock Cars de los ‘50, autos de la Nascar, el Locomobile "Old 16" de 1906 que por primera vez les ganó a los franceses la Copa Vanderbilt en 1908, streamers de récords, midgets, monopostos de la IndyCar y más joyas coronadas por dos perlas inigualables: El Lotus 38-Ford nro. 82 con el que el fabuloso "Escocés Volador" Jim Clark ganó las 500 Millas de Indianápolis en 1965, marcando el cambio de una época al ser el primer auto con motor trasero en imponerse en la legendaria carrera de óvalo, y el no menos exitoso Ford GT40 Mk IV con el que Dan Gurney y A.J. Foyt ganaron las 24 Horas de Le Mans de 1967, el primer auto norteamericano con un equipo de pilotos del mismo origen en ganar la mítica cita de La Sarthe.
Claro está, en un museo de este tipo no faltan los autos de calle de todas la épocas agrupados por su categoría: de lujo, utilitarios y populares; del óvalo y de otros fabricantes: como el fastuoso Cadillac Eldorado Biarritz de 1959, el sofisticado Duesenberg Model J de 1931, el Tucker Sedan 1948 (marca cuya historia inmortalizó Hollywood con el film Tucker, el hombre y su sueño protagonizado por un magnífico Jeff Bridges encarnando al visionario Preston Tucker), el famoso Escarabajo de Volkswagen y pioneros automóviles como el triciclo Duryea de 1899.
La sucesión de modelos de Ford tiene su rincón propio: desde el Quadracycle de 1896 pasando por el primer A (1903), N (1906), S (1908) y el eterno Ford T, con versiones de 1909 (lujosa) y la más popular de 1914, el modelo pionero de la fabricación en serie, más el Ford A de los ’20/’30 y el V8 de los ‘30. En un rincón del territorio del óvalo hay una joya poco conocida: el concept car roadster del Mustang presentado en 1962, un auto que fácilmente pudo haber inspirado al Mk V de Meteoro.
Los caminos en el aire
Imperdible es el gran pabellón dedicado a la aviación, con la participación estelar del Ford Trimotor de 1928, el pequeño avión con el que Henry Ford quería emular el suceso de su modelo T y el verdadero "Ford T del aire": el mítico DC-3 (de la Northwest Airlines, de 1939). Si bien Ford abandonó pronto la idea de producir aviones, volvió a fabricarlos masivamente durante la Segunda Guerra Mundial (el bombardero Consolidated B-24 Liberator). Por supuesto, hay una réplica del aeroplano de los pioneros hermanos Wright.
En el pabellón también hay reproducciones de los interiores de los aeroplanos, desde los asientos de mimbre hasta las butacas actuales. Además se recrean, con los aviones originales (el primer Boeing y un Fokker F VII a/3M) y puestas en escena con estatuas de cera, la historia del millonario Bill Boeing (que hizo su fortuna con la madera antes de dedicarse a los aviones) y del controvertido sobrevuelo del Polo Norte de la Expedición Ártica del almirante Richard Byrd, en 1926.
El campo, uno de los pilares de la economía de Estados Unidos, está presente con pioneros tractores a vapor y hasta una moderna súper cosechadora New Holland, sin olvidar el icónico tractor John Deere verde y amarillo.
Para terminar la recorrida, la colección de violines de Henry Ford (que incluye un Stradivarius); pasión que lo llevó a conocer a su esposa Clara en un baile de música country en la década de 1880. Entre la familia y los amigos, allí hay un gran bloque de cemento con una pala clavada por Thomas Alva Edison en la inauguración de una escuela en la década del ’30.
Afuera, nieva y hace mucho frío. En el inmenso museo de 48.600 m2, el mayor de Estados Unidos (recibe 1,6 millones de visitantes por año), diseñado por el arquitecto Robert O. Derrick, está el calor de la historia.
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