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"Dejé de depilarme hace 2 años y estas son las razones por las que lo decidí"


Camila siente un alivio inesperado desde que no se depila.

Camila siente un alivio inesperado desde que no se depila. - Créditos: Gentileza



"A los 11 o 12 años me empezó a crecer más pelo en las piernas y mi mamá me sugirió acompañarme a una depiladora", recuerda Camila Sampaiño, hoy con 32 años. Sus inicios en el camino de la depilación fueron similares a los de cualquier chica que, asomando la pubertad, empieza a experimentar cambios en su cuerpo. Estaba en una edad en la que, generalmente, algo en la cultura dominante nos dice a las mujeres que ya no estamos habilitadas a mostrar las piernas si tienen pelos.
Además, Camila siempre lo padeció: "Toda la vida fui muy reacia a depilarme con cera, nunca me gustó, me dolía mucho. De hecho, lo estiraba todo lo que podía. Hasta llegue a desear que el lugar se incendiara cuando estaba esperando que me toque el turno. Como ir al dentista", describe. Sin embargo, hace dos años, resolvió ponerle fin a esta suerte de calvario. "No es que lo decidí un día en concreto, sino que empezó a pasar que cada vez dejaba pasar más tiempo, ya no me depilaba con cera, sino que me afeitaba o me pasaba la depiladora eléctrica, o una crema en el cavado. El dolor de la cera no lo soportaba más", relata.

Cómo lo decidió

Lo primero, fue exteriorizar el deseo con su círculo cercano: "Lo hablé con mis amigas, básicamente fue un ‘Che yo no me quiero depilar más pero me da cosa en mi trabajo, siento que me van a mirar’. La realidad es que somos pocas, en verano nos vemos bastante de cerca, estamos una al lado de la otra. También vienen hombres que entran y salen, y me daba cosa que me miraran raro", explica.
Mientras, analizaba pros y contras, evaluaba diferentes escenarios y se preguntaba qué la impulsaba a dejar atrás la depilación y qué la detenía. ¿Era solamente la mirada ajena?
"Al principio pensaba que lo único que quería era evitar el dolor, y seguía sosteniendo que mi pierna depilada se veía mejor, para mí, y para el resto también. Es ‘lo esperado’ en una mujer. Pero después lo empecé a ver como tantas otras cosas con las que las mujeres cargamos: el mandato de tener hijos, la colaless, el pelo largo. También es un prejuicio con el que yo cargaba: pensaba que me quedaba mejor todo el cuerpo sin pelos, cuando en realidad estoy seteada por una cultura patriarcal, la publicidad y todo, y me daba miedo enfrentarme al hecho de irme de la norma. Entonces pensaba que si a mí me parecía que me quedaba feo, era obvio que al resto del mundo le iba a parecer lo mismo. Pero bueno, comprobé que no era así", detalla.
La cosa se fue dando casi naturalmente: "Fui dejando pasar tiempo sin depilarme y llegó el verano. Tenía pelos y me puse un short porque hacia calor. La realidad es que nadie me miró ni me dijo nada. Yo tampoco atiné a cubrirme diciendo ‘Ay no pude ir a depilarme’. Entonces me di cuenta de que era más una idea mía de lo que la gente piensa, una serie de prejuicios que una tiene incorporados", concluye.
Y, al poco tiempo, empezó ella misma a verse con ojos más amables: "Me fui amigando con la idea de estar peluda. Tampoco tengo un bello grueso y abundante que me quede toda la pierna negra, todo lo contrario, es súper finito. Hoy en día me toco la pierna y me gusta. Realmente no siento que este más linda o más fea por los pelos", dice.

Lo más difícil

"Lo que más me costó fue animarme a ponerme un short o una pollera con pelos, en el trabajo sobre todo. Y la realidad es que alguna mirada puedo llegar a sentir, más que nada en una reunión familiar por ejemplo, pero nada más. Comentarios nunca recibí. El contexto en el que me muevo es más bien feminista, así que no me siento rara en mi entorno por no depilarme. No sentí ningún tipo de rechazo ni estigma", cuenta. Y agrega: "A la otra persona tampoco le importa tanto, puede empatizar con esto de ‘qué dolor’".

Lo mejor

Según Camila, el saldo, sorprendentemente, resultó pura ganancia: "Fue totalmente liberador, desde el punto de vista económico y de la listita de cosas para tachar. Siento el alivio propio de dejar de cumplir con una cosa que me estaba molestando. Es como haber renunciado a un trabajo que me ocupaba muchas horas, me hacia mal y no me gustaba hacer, ese tipo de alivio", grafica una decisión que, todo parece indicar, ya no tiene vuelta atrás.

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