No te conviene acercarte demasiado a Rammstein durante sus shows, salvo que te quieras quemar. No es una metáfora: literalmente vas a salir con ampollas y quemaduras de tercer grado. Si estás demasiado cerca del escenario, podés ser víctima del lanzallamas que el cantante Till Lindemann apunta contra el tecladista Flake Lorenz durante "Mein Teil". Y si lográs esquivar la lluvia de chispas, igual podés ser alcanzado por los chorros de fuego que salen de las alas de acero de la espalda de Lindemann mientras canta "Engel". No por nada en 2011, durante los shows de la gira Made in Germany, la banda repartía calcomanías que decían: "Yo sobreviví a la primera fila de Rammstein".
¿Qué significado tiene el fuego en la obra del grupo? Bueno, eso no queda demasiado claro. La verdad es que Rammstein –actualmente la banda más exitosa y discutida de Alemania– no suele hablar del fuego en sus canciones. Su intención es más bien aludir al peligro previo al incendio, una diferencia semántica pequeña pero importante. En general, ellos le cantan al momento en el cual todavía es posible evitar la desgracia.
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Es un miércoles soleado de la primavera europea de 2019 y estamos con los seis integrantes de Rammstein en un estudio de fotografía en el barrio de Tiergarten, en Berlín. El motivo del encuentro es hablar del nuevo álbum del grupo, el séptimo de su carrera después de casi una década de pausa discográfica. En las puertas del estudio hay un cartel que dice "Fotoshooting Lunik". Tenemos que usar un nombre falso para que los servicios de mensajería sepan dónde hay que tocar el timbre y así evitar a los instagrammers desquiciados.
Es una ocasión rara: Rammstein no habla casi nunca con la prensa. Aparte de los discos y los conciertos, la banda actualmente se comunica con su público más que nada a través de videos de "making-of". Según Flake, que ahora se sirve algo para desayunar en el bufet del estudio, las rondas de promoción, durante las cuales contestaban las mismas preguntas una y otra vez, terminaron por agotarlos. Es una pena porque, cuando no se pueden escapar, como ahora, los músicos de Rammstein son capaces de explicar muy claramente la filosofía del grupo.
El primero en hacerlo es Paul Landers, el guitarrista de actitud alegre que fundó Feeling B –un antecedente de Rammstein– cuando era un adolescente en Alemania Oriental. Ahora tiene 54 años y es el segundo músico más viejo de la banda después de Lindemann. De fondo suenan canciones de rock & roll de Little Richard y Jerry Lee Lewis. Landers se sirvió una montaña de carne picada del catering y la acompaña con knäckebrot (rebanadas de pan crujiente sueco), su pequeña adicción. En el último tiempo logró bajar su consumo diario a un paquete por día de una variedad especialmente crujiente que importa de Suecia. "¡Me tatuaría un knäckebrot en la espalda!", dice mientras corta en pedacitos una rebanada.
¿Cómo fue que Rammstein estuvo diez años sin sacar un disco? Landers tiene una respuesta para eso. "De vez en cuando nos tomamos un año sabático", dice. "Es importante para vivir un poco. Después del último tour, nos fuimos de vacaciones y, cuando nos volvimos a encontrar, nos miramos a los ojos y dijimos: ‘¡Nos tomamos otro año!’". La pausa les hizo bien y recién en el segundo encuentro salieron a la luz las tensiones que ya existían de antes. "Había que resolver un par de temas a nivel humano de la banda. Por un tiempo fue difícil que estuviéramos todos juntos en el mismo cuarto. Hacer música es como tener sexo: hay que llevarse más o menos bien para que funcione".
Necesitaron casi un año más hasta que todos estuvieran realmente listos. Para ese momento ya corría 2015 y era hora de hacer música nueva. "Muchas veces pienso: ‘Dios mío, podríamos bajar la persiana ahora mismo’", afirma Landers. "Pero, como banda, uno siente cierta responsabilidad. En realidad, le debíamos al mundo por lo menos un disco más. No podíamos parar ahora".
Con esa decisión tomada, el grupo planteó algunos cambios. Contrataron un nuevo productor y dejaron de lado al anterior, el sueco Jacob Hellner, que hasta ahora había estado a cargo de todas las sesiones de grabación de Rammstein. También eligieron un estudio nuevo y cambiaron de actitud: querían volver a las raíces, a la antigua sensación de comunidad que es la razón de ser de la banda.
"Cuando uno está en un bosque en el que nunca antes estuvo, se puede perder y caminar en la dirección equivocada", dice el guitarrista. "Por eso tardamos tanto tiempo en terminar este álbum. Fue muy desgastante".
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El disco nuevo lleva el nombre de la banda y ofrece una suerte de catequismo, una visita guiada veloz a través de la topografía de las sombras rammsteinianas, o una carrera con obstáculos por todos los umbrales de sensibilidad que el grupo exploró en los últimos 25 años. No van a faltar los que digan que suenan como las viejas canciones, una copia de Rammstein, más de lo mismo. Sin embargo, el alma de la banda aparece acá más concentrada que nunca, sus puntos esenciales enhebrados en un hilo conductor como un tendedero del demonio.
Algunos de los temas que se tocan en el álbum son: la violencia mistificada de la iglesia ("Zeig dich"), el cuerpo, el dolor y la belleza ("Tattoo"), los traumas infantiles ("Puppe") y el sexo ("Sex"). En otras palabras: transgresiones. Momentos límite de la percepción corporal y espiritual. Constelaciones especiales en las cuales la criatura moral se transforma en animal. Y a esto hay que agregar algunos tópicos que Rammstein todavía no había tratado con tanta claridad, como el patriotismo problemático de Alemania ("Deutschland") y la influencia cultural de haber crecido en Alemania Oriental ("Radio", una canción sorpresivamente alegre, con una estética socialista tipo "Radio Ga Ga"). Se trata claramente de un disco conceptual, una autobiografía de dolores reales e imaginarios.
Los oponentes declarados de Rammstein suelen asociar el aspecto marcial y masculino del grupo –que era bastante notorio en los primeros años– con el estilo de los regímenes totalitarios. Cuando una banda está tan relacionada con la violencia y sus efectos, con la represión y el escapismo humano, está eligiendo correr el riesgo de que surja este tipo de malentendidos. "Rammstein no se burla de la ideología totalitaria a través de la distancia irónica", escribió el verborrágico filósofo Slavoj Žižek hace diez años en defensa de la banda, en un famoso artículo publicado en el semanario alemán Die Zeit. "Sino que lo hace a través de la confrontación con la corporalidad obscena de sus correspondientes rituales y, de esta forma, se convierten en inofensivos".
Lindemann canta con un lenguaje de cuento de hadas y su lírica minimalista habla de manera cruda sobre el presente, sobre lo que se discute en los bares y las marchas, en los diarios y comentarios de las notas en internet, desde la patria y la identidad hasta el abuso de poder y las conductas de consumo. En la excelente canción "Mein Land", de 2011, se habla de migración, nacionalismo y anfitriones hostiles. Rammstein nunca se queda en el nivel superficial de las cosas, en donde las apariencias se pueden distinguir y comentar sin problemas, sino que va a un nivel más profundo, incluso al abismo. Es un reino en el que gobiernan las pulsiones y los narcisismos, y en donde la fricción domina, como en las guitarras terroríficas de Landers y Richard Z. Kruspe.
La tapa del disco nuevo tiene un fósforo sin encender delante de un fondo blanco. Uno podría interpretarlo como una amenaza, una invitación a la piromanía, una advertencia. Lo dicho: el incendio no es el tema central, sino el peligro de ese incendio, lo que nos acecha. El fósforo hace referencia a ese potencial de reparar la relación entre el individuo y la sociedad, siempre y cuando haya fósforos disponibles.
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Richard Z. Kruspe tiene un encendedor en la mano. Ya le sacaron las fotos, así que abre la ventana de la sala de maquillaje y prende un cigarrillo. "Tengo la sensación de que con este álbum llegamos al mismo punto en el que estábamos cuando empezamos", dice el guitarrista. "Se cerró el círculo desde el punto de vista musical y de contenido. Es el fin y al mismo tiempo el comienzo de algo nuevo. Lo que todavía me falta es experimentar una perspectiva positiva del álbum, un rayo de esperanza. Aunque tal vez simplemente no ocurra".
El año pasado las grabaciones comenzaron en Saint-Rémy-de-Provence, en el sur de Francia, con alrededor de 30 canciones. El productor fue Olsen Involtini, un artista multitalento y el Leonardo da Vinci del ambiente musical de Berlín, que está a cargo del sonido de los conciertos de Rammstein hace bastante tiempo. Involtini también se hizo cargo de la mezcla del disco, porque, cuando llegaron las mezclas que había hecho el norteamericano Rich Costey en diciembre en Los Ángeles, los resultados no fueron los esperados por la banda. "Rammstein tiene fuego, agua y tierra", dice Kruspe. "Cuando tocamos, siempre es todo muy dinámico y explosivo. Lo que nos faltaba era cierta ligereza. El cuarto elemento: el aire. Y eso lo introdujo Olsen".
El resultado se traduce en un sonido con menos flexiones de músculos y estruendos metaleros. El humor, los quiebres, los juegos de rol y las performances artísticas grotescas diferencian a Rammstein de manera determinante de otros grupos alemanes de la escuela industrial de los 90, que muchas veces parecen un híbrido de bíceps y un tren fantasma.
Durante el largo proceso de creación del álbum, una canción en especial empezó a llamar mucho la atención. Al principio se llamaba "¡Mutter!" ["¡Madre!"]: cuando Kruspe la escribió, estaba pensando en su familia. Pero Rammstein ya tenía una canción de 2001 con ese nombre. "En algún momento vino la idea de cantar ‘Deutschland’ y de convertirla en nuestra canción sobre Alemania", dice Christoph Schneider, el baterista, que llamó la atención en los últimos conciertos por usar una peluca y entrar al escenario con el resto de los integrantes de la banda caminando como perros con correa. "Nos preguntamos si podíamos hacer este tipo de canción y si la letra iba a funcionar. No es sencillo hablar sobre un tema tan importante con pocas palabras y hacerle justicia. Pero Till lo logró".
Todos los medios de Alemania se hicieron eco del tema. Se discutió hasta el hartazgo en fiestas, reuniones y bares. "Alemania", canta Till Lindemann con su voz de tenor sepulturero, "tu amor es una maldición y una bendición. Alemania, no te puedo dar mi amor". Para entender por qué Rammstein causó tanta alarma con su canción sobre la patria habría que contar la historia del videoclip de la canción "Stripped", de hace 22 años, que mostraba fragmentos de un documental de Leni Riefenstahl. También habría que hablar sobre el arte totalitario y sobre cuán seguido y con qué firmeza los artistas con atribuciones radicales se deberían distanciar de sus obras –sean exhibidas en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York o reproducidas en el smartphone de un chico de 16 años–, ya que desde lejos se los puede tildar de nazis.
A principios de su carrera, a mediados de los 90, se dice que la discográfica Motor Music le pidió a la banda que pusiera esvásticas tachadas en la parte de atrás del CD, para posicionarse claramente en contra de los neonazis en tiempos tan delicados. Rammstein no quiso hacerlo. ¿Por qué tendrían que disculparse por algo con lo que no tenían nada que ver?
"Quieren que mi corazón esté en la derecha/ Pero no hago caso/ Está latiendo en la izquierda", cantó Lindemann en 2001 en "Links 2 3 4", en reacción al affaire del video de Leni Riefenstahl. Era un mensaje necesario. "Deutschland" también es una respuesta al contexto actual de Alemania, y describe cómo una banda de Alemania Oriental, después de una larga pausa creativa, observa su país, una nación en la que los neonazis desfilan con banderas bajo protección policial mientras las personas de religión judía vuelven a tener miedo de que las asesinen. Como nunca antes en los últimos 20 años, es el momento para tratar este tema con una canción de Rammstein.
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Ahora llegó el momento de la entrevista a Specter en Berlín. Specter es otro gran creativo berlinés. Es director de arte, director de cine y sabe muy bien cómo moverse. En realidad se llama Eric Remberg, pero no le gusta que lo llamen así. En 2001, cofundó el influyente sello de hip-hop Aggro Berlin. Fue casi el único responsable de la identidad visual del rap callejero alemán. A principios de este año, filmó su primer video de rock: "Deutschland", de Rammstein.
"Cuando escuché la canción por primera vez, me empecé a reír con una risa nerviosa", dice Specter, que escuchó el álbum todavía sin terminar una tarde de otoño de 2018 en el cuartel general de Rammstein. "El coraje de la banda para animarse a tocar un tema tan delicado me impresionó mucho".
El video costó cinco o seis veces más de lo que habitualmente se invierte en los músicos top de Alemania. Algunas de las escenas originales se eliminaron para mantener el proyecto bajo control. Por ejemplo, la escena en la que los integrantes de Rammstein iban a manejar un Trabant (el auto típico de Alemania Oriental) y pasar volando a través del muro de Berlín en explosión.
Fue Specter el que tuvo la idea de publicar un adelanto con un fragmento de la escena en la que la banda aparece en un campo de concentración. "Para mí, es un gran símbolo de cómo los artistas se ponen al hombro el sufrimiento de las víctimas", dice. "Al final se ve la palabra ‘Alemania’ con la estética de un obituario. No entiendo cómo algo así se pudo malinterpretar".
¿Qué ocurre en este fragmento de 35 segundos? El bajista Oliver Riedel, Lindemann, Landers y Lorenz visten uniformes de presos de campos de concentración, dos de ellos con estrellas de David, uno con el triángulo rosa que llevaban los presos homosexuales. Se ven las cabezas de los cuatro con cuerdas: están a punto de ser ahorcados. Es un símbolo de un país teñido por el crimen y la culpa. Aunque también se podría decir, como se dijo, que es simplemente una acción de prensa especulativa por parte de la banda.
Cuando se publicó el tráiler, el 26 de marzo pasado, dos días antes de que se lanzara el video completo, la opinión pública explotó. "¿Por qué no se ponen uniformes de las SS?", comentó Christoph Heubner, secretario general del Comité Internacional de Auschwitz.
"Sinceramente, nunca pensé que se iba a generar tal escándalo", dice Schneider. "Es una escena fuerte, que está bien representada en el video. No se burla de nadie, no se ríe de nada, pero el hecho de que Rammstein aparezca colgado de la horca para algunos fue una provocación. Nosotros también lo discutimos: ¿estuvo bien? ¿Deberíamos haber elegido otra escena? Sigo apoyando la decisión que tomamos". Kruspe, por su parte, admite que ciertamente hay detalles que podrían haber resuelto de otra manera. "Pero lo que queríamos era llamar la atención, y eso funcionó. El tráiler ayudó a que una cantidad increíble de gente viera el video".
Una vez que se publicó el video completo, las críticas empezaron a ser más positivas. Escuchar música puede ser una experiencia paradisíaca, poco productiva pero que brinda sensación de bienestar, que te otorga el confort de estar 100% del lado correcto de las cosas. Rammstein claramente no es ese tipo de banda. Justamente por eso es que a veces es bastante agotador amarlos.
Esta actitud premeditada de correr el riesgo, muchas veces con una sensibilidad deficiente, es al mismo tiempo lo que distingue a la banda y la convierte, en sus mejores momentos, en una usina de creatividad única. Lo catártico, lo raro y la energía nerviosa del grupo hacen al atractivo de sus shows. Esa es la razón por la cual se volvieron tan famosos. Mientras nadie se lastime seriamente más que ellos mismos, Rammstein no tiene consideración por nada más. Quieren que se los mire cuando están haciendo las cosas. Pasan el fósforo por la cajita hasta que todos se dan cuenta de cuán cerca está el fuego.
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Por último, el tecladista Flake Lorenz se sienta tranquilamente en la sala de maquillaje, pálido como Buster Keaton. En los conciertos tiene el rol cómico: es la contraparte del maestro diabólico de la destrucción que interpreta el frontman Lindemann. Además, desde 2015, publicó dos biografías fantásticas, una sobre sus recuerdos como miembro de una tribu punk en Alemania Oriental, y otro sobre su historia con Rammstein. En el otro ambiente del estudio se están ajustando los focos de luz y acomodando la ropa para la foto grupal. Cada tanto alguien abre la puerta y pregunta si puede salir de una vez a sacarse la foto. Acá adentro, en este tugurio, la entrevista con Flake recién empieza.
"El adelanto del video fue importante para mostrarle al público cuán rápido reacciona a veces sin conocer el trasfondo", dice sobre el affaire "Deutschland". "No perjudica a nadie de vez en cuando lanzar la pregunta de por qué todos están tan sensibles con el tema Alemania. Queríamos mostrarle a la gente con qué imprudencia se devoran cada bocado que se les lanza".
Pero... ¿por qué uno no debería ponerse sensible frente al tema Alemania? "La canción habla sobre la relación ambivalente que tenemos con nuestro país", dice él. "Y el video muestra dónde comienza esta relación. Es obvio que no queríamos hacer una canción banal. Rammstein no es una banda punk que grita ‘Policías cerdos’ o ‘Morite, Alemania’. Hablamos sobre este tema de manera artística, jugamos con metáforas que van más allá de un eslogan. Tenemos un mínimo de pretensiones".
Llama la atención que tanto en el pasado como en el presente (más teniendo en cuenta la situación política actual) se haya omitido el hecho de que los miembros de la banda sean de Alemania Oriental. Este origen les ha causado especial dolor en sus vidas. "Crecimos como ciudadanos de Alemania Oriental y de un día para el otro dejó de existir, de pronto se destruyeron nuestras biografías", resume Flake. "En ese momento se debería haber profundizado más sobre el tema. ¿Es un problema personal nuestro el haber estado expuestos a esta situación histórica especial? ¿O se han dado siempre estas luchas de identidad a lo largo de toda la historia alemana? Cualquiera que observe con detenimiento puede reconocer esa historia de violencia, guerras y sufrimiento".
Así es Rammstein. En cierto modo, su arte es mucho más concreto de lo que la gente preferiría. Hacen malabares con temas muy pesados, como si estuviesen jugando con pelotas negras. Eso los transforma en un blanco fácil de atacar. Por otro lado, las imágenes que producen son demasiado estilizadas, mitológicas y contradictorias como para que se pueda entender su posicionamiento con claridad, sin ambigüedades. Preguntas, contradicciones y ninguna seguridad. Se trata de una banda para tiempos difíciles, tiempos con un latente peligro de incendio.
"No se trata de generar un shock", dice Flake poco antes de levantarse y salir a posar frente al fotógrafo. "Un shock es algo paralizante. No genera ninguna reacción. Eso no es lo que queremos. Nosotros queremos provocar una reacción, generar que la gente se ponga en movimiento. Es lo contrario del entretenimiento. Desde mi punto de vista, cuando uno quiere entretener, ya no se trata de arte".
¿Será entonces que este tipo de provocaciones se han vuelto especialmente sensibles en los tiempos que corren? ¿Es posible seguir apostando a la provocación? "Los Rolling Stones lo hicieron, nosotros lo hacemos, y los artistas lo van a seguir haciendo dentro de 25 años", dice Flake. "Puede cambiar la forma, pero siempre va a haber personas que se enojen".
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