Modelos posibles para la Argentina
¿Ser o no ser? Las generaciones argentinas parecieran inmersas en un drama de ribetes shakespearianos. José de San Martín se anticipó al decirnos: "Serás lo que debas ser, o serás la nada". Tras largas décadas envueltos en tragedias y esperanzas, la realidad argentina nos muestra que el progreso se presenta esquivo.
Paul Samuelson, Nobel de Economía, apuntaba que el siglo XX registra tres excepcionalidades en la historia económica mundial. Las cuasi milagrosas recuperaciones de Alemania y Japón, luego de ver sus economías devastadas en la guerra, y el paulatino empobrecimiento de la Argentina, tras haber alcanzado un meteórico ascenso al podio de los países ricos. El interrogante de hoy es si las clases dirigentes argentinas estarán a la altura de afrontar los desafíos del presente.
Algunas experiencias internacionales modélicas pueden ayudar a alcanzar instancias superadoras. El tan citado Pacto de la Moncloa consistió en un acuerdo entre las dirigencias políticas españolas -paradigma de diálogo- con miras a evitar el colapso ante una fenomenal crisis económica. Una demostración de inteligencia práctica y madurez permitió consolidar la estabilidad y el crecimiento de España. "O los demócratas acaban con la crisis o la crisis acaba con la democracia", sentenció Enrique Fuentes, ministro de Economía del gobierno de Adolfo Suárez en 1977. Felipe González diría que no era momento de protagonismos, sino de construir consensos políticos. El gran éxito de esos políticos no solo fue detener el proceso inflacionario y los desequilibrios exteriores, sino afirmar que España sería una economía con voluntad de alcanzar un espacio en el mundo. Los gobiernos de Suárez y González señalaron el camino a la modernización. "Los pactos", un amplio acuerdo intersectorial, permitieron sanear la economía con sus reformas y sentaron los pilares para el desarrollo español y su ingreso competitivo en Europa.
Israel pudo domar una inflación (450% anual) que amenazaba su existencia cuando, en 1985, sus clases dirigentes pactaron un gran acuerdo para lograr un anclaje de crecimiento económico sostenido. El liderazgo de Shimon Peres logró unir a los diferentes sectores de la sociedad tras el objetivo de derrotar la hiperinflación y equilibrar el abultado déficit fiscal. Un equipo de economistas brillantes implementó un programa de estabilización y reformas exitosas. Sus beneficios continúan hasta hoy. En América del Sur, desde el retorno de la democracia, Chile es un ejemplo de acuerdos políticos, estabilidad y continuidad. En su Parlamento sería inimaginable una propuesta que desafiara los límites de la racionalidad fiscal. En una sola generación, la sociedad chilena dejó en el pasado la pobreza para alcanzar sus actuales niveles de progreso, calidad institucional y apertura. Los sucesivos gobiernos construyen el desarrollo por etapas, sobre la base de programas con miradas de largo alcance.
En todos estos casos no existieron recetas instantáneas. Las soluciones aplicadas demandaron sacrificios, y prevaleció en el tiempo el compromiso político y social de cumplir metas claras y creíbles en la economía.
La Argentina posee en su historia un notable ejemplo de construir consensos para el progreso. La Generación de 1837 arribó a la certeza de que la convivencia política era un requisito básico para el progreso y el crecimiento. Un pensamiento conciliador se abrió paso entre los otrora federales y unitarios, y posibilitó la prosperidad argentina del pasado. Sobre la base de consensos realistas se establecieron las bases de un país que atraía inmigración y capitales, mientras producía un salto social a través de una revolución educativa.
En el siglo XX argentino se alcanzaron acuerdos políticos y sociales que fueron basales para nuestra democracia. Sin embargo, perduran hasta hoy las dificultades para acordar una estabilidad que pueda poner freno a las crisis cíclicas de nuestra economía. Mientras países vecinos expandieron su progreso, nuestro país retrocedió en la región. El desafío argentino actual es generar consensos y confianza para el crecimiento, gobernabilidad, y ubicarnos en escenarios dinámicos de la economía mundial. La construcción del futuro se asegura desde el presente y trasciende varias gestiones de gobierno.
Diplomático y profesor de Relaciones Internacionales en la UCA
Hernán Santiváñez Vieyra
LA NACION