El cine y su aporte: una constelación de estrellas
Hasta la llegada de Avengers: Endgame, el año pasado, las dos películas que más dinero recaudaron en toda la historia fueron Titanic y Avatar. La primera construyó una gran estrella: Leonardo DiCaprio. La segunda no pudo hacer lo mismo con su protagonista, Sam Worthington. Allí la verdadera atracción tuvo que ver con los mundos posibles imaginados por la prodigiosa imaginación visual de su director, James Cameron. Allí se llegó a la cumbre de esa idea que sostiene que el contenido es rey. En Avatar asistimos al reinado de una estrella máxima que por una rara vez no era de carne y hueso. La estrella era la historia misma, puesta en escena.
Pero Avatar resultó la excepción de la regla. Casi todas las películas taquilleras sostienen en buena medida su éxito gracias a la presencia protagónica de alguna figura. Y en el caso de las animadas (que ocupan muchos lugares trascendentes en esa lista) son los personajes quienes ejercen esa función. Cada vez más apoyados, cuando Hollywood respalda esas producciones, por las voces de grandes estrellas. Hasta que Avengers: Endgame no llega con una sola estrella. Ni dos, ni tres. Llega con una constelación.
La propia dinámica del espectáculo reconoce al estrellato como un equivalente de la popularidad. Con más propiedad podríamos decir que un actor o una actriz popular adquiere a través de esa popularidad su condición de estrella, un término aplicado al mundo artístico como equivalente de lo que sucede cuando contemplamos el cielo: el atributo fundamental de una estrella es el brillo que exhibe en medio de la inalterable oscuridad.
En un sentido amplio, todo actor popular tiene un rostro que el público común y corriente puede reconocer con facilidad. Cuando se conciben como relatos corales (algo muy frecuente en las series y ficciones argentinas) los elencos se construyen con esa premisa. Pero hay un puñado de figuras sobre las cuales es posible establecer una definición todavía más acotada de actor o actriz popular. Esa cualidad sólo les pertenece a quienes logran alcanzar el estatus de estrellas.
Con fina ironía y mucho humor, el periodista del diario inglés The Guardian dice que hay grandes actores y actrices que no llegan a ser estrellas a pesar de que el público les profesa una admiración entusiasta, pero que al fin y al cabo nos cuesta reconocer o definir cuando aparecen en nuestra memoria. "Si ponemos a un actor muy reconocido, digamos Tom Hardy, en la tapa de una revista muy vendida, la gente va a decir: '¡Un momento! ¿Dónde está Johnny Depp?'".
Para que un actor popular adquiera esa condición en sentido estricto no tenemos que pensar demasiado. Lo identificamos de inmediato detrás de cualquier personaje. Son actores populares y a la vez son estrellas, que traccionan por sí solas la convocatoria del público a las obras que representan. Nuestro star system es todavía pequeño y en número tal vez ni siquiera supere al elenco de estrellas de Avengers: Endgame, pero podemos reconocerlo a simple vista desde sus nombres. En el cine, Ricardo Darín, Guillermo Francella, Adrián Suar, Diego Peretti, Natalia Oreiro, Mercedes Morán, Luis Brandoni. No es casual que dos de ellas (Francella y Peretti) encabecen el reparto de El robo del siglo, la primera película argentina grande de 2020, que se acerca en poco tiempo al millón de entradas vendidas. Más popularidad, imposible.
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