Continúa el éxodo masivo de venezolanos
La crisis de refugiados más intensa y dura de la historia de nuestra región desde el desastre humanitario cubano provocado en su momento por Fidel Castro es la que ahora azota a Venezuela. Ella, como suele suceder, golpea más duramente a los más vulnerables, esto es a las mujeres, a los ancianos, a los enfermos, a los discapacitados y a los niños.
Con la tasa de homicidios más alta del mundo, lo que aún queda de Venezuela se desintegra paulatinamente ante nuestros ojos. Todos los días. Inexorablemente. Como si no pudiera ser de otro modo.
Las sanciones económicas y financieras recientes, particularmente las adicionales que han sido impuestas por el gobierno de los EE.UU., encierran hoy a Venezuela en un patológico grupo de naciones compuesto además por Cuba, Irán, Corea del Norte y Siria. No es, para nada, el ideal. No sorprende entonces que la producción venezolana de hidrocarburos haya caído ferozmente, a niveles de los años cuarenta. Hoy tan sólo países como China, Rusia, Turquía y Cuba se animan a comprar hidrocarburos venezolanos, ante la vigencia de las sanciones norteamericanas.
La crisis de Venezuela sólo es superada -en intensidad y profundidad- por la de Siria. Aunque los sirios están recibiendo -a la manera de "ayuda externa"- unos 5000 dólares por desplazado. Los venezolanos, en cambio, tan sólo unos 300 dólares. Unas dieciséis veces menos, queda claro.
Los emigrantes venezolanos son personas que, asfixiadas y martirizadas por Nicolás Maduro y sus aliados cubanos, han sido despojados de sus libertades esenciales, por lo que requieren protección y no la encuentran. Los miramos con dolor y sabemos de su existencia, pero no hacemos mucho más. Ni siquiera en el plano de las denuncias.
Salvo el caso de algunos países vecinos que, como sucede especialmente con Colombia, no pueden físicamente evitar la triste avalancha humana que les ha caído encima y sigue presionando sobre ellos, los demás parecen sólo contemplar, de lejos, la tragedia.
Mientras algunos venezolanos, completamente abandonados a su suerte, son hoy fáciles presas del narcotráfico y de la prostitución. Un muro de silencio acerca de su desgraciada suerte los rodea y los aísla en el pantano de la miseria.
En Colombia hay ya más de un millón de refugiados venezolanos y sólo alojamiento precario y alimentación básica para unos 350.000. Los demás, en su mayoría, viven sus dramas individuales y familiares en las calles colombianas, transformadas en una suerte de precarios campamentos, llenos de eternos caminantes. Con poco más que lo puesto, cada día abandonan su Patria sin intenciones de regresar a ella en el corto plazo unos 5.500 venezolanos. Cual imparable sangría.
Las conversaciones con la oposición no tuvieron nunca posibilidades reales de éxito desde que nadie puede presumir la buena fe de Nicolás Maduro, ni la de los cubanos que hoy ordeñan descaradamente a la carcomida Venezuela. Y no es para nada sorpresivo que, aprovechando la sanción del embargo norteamericano, Nicolás Maduro haya ahora "pateado la mesa", lo que tarde o temprano iba a suceder de todas maneras, desde que el déspota venezolano sólo procuraba ganar algo de tiempo, mientras permanece permanentemente aferrado al timón del poder del país caribeño.
La espera del pueblo de Venezuela es ya, humanamente, demasiado larga. Y nada presagia que ella se interrumpirá pronto. La aflicción, la congoja y hasta el sufrimiento moldean la realidad de los exiliados y desplazados, mientras todos en la región contemplan, impotentes y desde lejos, su desgracia.
Muchas sonrisas venezolanas han desaparecido y hasta las lágrimas de otros se han secado. Pero los desplazados son seres humanos, vivientes como todos nosotros, que hoy sólo conocen la aflicción y saben lo que significa la angustia que siempre rodea a la sensación de abandono.