Los valiosos y las densas
La mayor prueba de que hacía falta una Ley de Paridad de Género es que, en la mayoría de los partidos, la obligación de incorporar mujeres en las listas se vivió como una carga. En las horas previas al cierre del domingo último, que inauguró a nivel nacional la ley sancionada en 2017, hasta los políticos más modernos y varias de las políticas más poderosas, se quejaron por lo bajo porque habían tenido que sacrificar "hombres valiosos".
Pero, ¿cuántas mujeres valiosas quedaron sistemáticamente afuera del juego político antes de la sanción de la ley sin que nadie se angustiara demasiado por eso? ¿Cuántos de los valiosos políticos sacrificados ahora son mejores que esas mujeres que quedaban afuera? El cupo se cumplió porque es ley, pero parece haber sido definido por lapiceras sobre las que aún pesa el machismo; ni la paridad logró que algunos pudieran ver realmente como pares a sus compañeras y correligionarias. La cobertura periodística del tema es un reflejo de esa perspectiva: en varios programas políticos se hicieron otras listas para contar de quién eran mujeres, novias o amantes las candidatas que estarán en las boletas. El argumento de la vigilancia de la cama es que "al tener que ubicar mujeres por la fuerza, los poderosos ubican a las suyas". Por supuesto que nadie se pregunta con quién duermen los señores que votamos a ojos cerrados sin cuestionar tampoco su performance. Y no parece que el habitual ingreso de los "amigos de" genere tanta preocupación como la idea de que las políticas sean "mujeres de" sus colegas, algo, por otra parte, bastante comprensible: la política, en tanto oficio de tiempo completo, es endogámica. ¿No es dable pensar –y hay sobrada evidencia al respecto– que muchas parejas se conocen o crecen en la militancia, sin que eso determine necesariamente sus capacidades?
El sacrificio de varones valiosos no incluyó, por ejemplo, a Héctor Chabay Ruiz: ni una reciente condena por abuso sexual impidió su candidatura a senador de Juntos por el Cambio. El oficialismo tampoco sacrificó a José Torello, el diputado que dijo hace apenas unos meses, justo el Día de la Mujer, que las feministas eran "incog...". Es cierto, el hombre se excusó. Lo hizo aportando su propia definición de una palabra que raras veces se usa para medir el perfil político de un varón: "Es alguien densa e intensa. No tiene que ver con su apariencia física". Intenso tampoco es un calificativo que suela aplicarse a los varones, pero, en todo caso, ¿cuál sería el problema de que cualquier representante lo fuera, más allá de su género? La labor deliberativa requiere intensidad y persistencia, ¿será eso lo que el candidato traduce al femenino como: "ser densa"?
También se salvaron del sacrificio varios miembros de La Cámpora –pese a que la organización fue denunciada en diciembre pasado por encubrir abusos–, y el ex embajador ante el Vaticano Eduardo Valdés –el de las escuchas con los presos de la corrupción kirchnerista– que se refirió a la líder estudiantil Ofelia Fernández como una "minita de pañuelo verde". Varios se burlaron esta semana cuando la ahora candidata a legisladora porteña por el Frente de Todos dijo que las críticas a su postulación dentro de su propio partido se debían a que, además de su falta de experiencia, carece de atributos masculinos. Ofelia lo dijo de una manera menos elegante, pero incluso muchas mujeres que nos sentimos lejanas a las formas y el contenido de su discurso, podemos acordar con ella en que el machismo es una constante transversal a todas las corrientes políticas. La ley es un avance, pero el camino es largo: el machismo en los partidos todavía se reproduce hasta en las voces de mujeres que ocupan espacios relevantes y no dudan en tildar a sus adversarias de santas o pecadoras.
En 1970, Edgar Berman, un médico que era asesor del gobierno de Kennedy, aseguró en una convención demócrata que las mujeres no eran aptas para los cargos públicos por sus desbalances hormonales. "Imaginen una mujer presidenta menopáusica que tenga que decidir sobre asuntos como la Bahía de los Cochinos. En un contexto como ese, siempre es preferible que las decisiones las tome un varón como JFK, que una mujer de la misma edad". La endocrinóloga feminista Estelle Ramey –primera mujer egresada de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chicago– escribió entonces una carta al Washington Post en la que se declaraba shockeada por el descubrimiento de que las hormonas ováricas eran tóxicas para las cerebrales. Densa e intensa, también recordaba que el propio Kennedy había sufrido la enfermedad de Addison durante la crisis de los misiles cubanos. "La medicación que tomaba para ese severo desorden hormonal tranquilamente pudo causarle cambios de ánimo". Berman y Ramey se enfrentaron finalmente en un debate en la Women’s National Press. El médico arrancó con una muletilla a la que –insólitamente– aún apelan muchos varones cuando son cuestionados por alguna conducta sexista: "Quiero decir que realmente amo a las mujeres". "Enrique VIII también", retrucó Ramey, que dominó el debate al punto que Berman terminó por renunciar al partido y a su cargo de asesor. Estelle, que murió en 2006, dejó una frase que no perdió vigencia: "La igualdad entre varones y mujeres llegará cuando una mujer mediocre pueda llegar tan lejos como un hombre mediocre".
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