El Papa, el FMI y los ravioles de Dorita
Los domingos tenían olor a hogar. La casa de Dora era un templo a la familia. Sus hijos y nietos entraban a ella en medio de una bruma liviana, proveniente de la cocina, donde la harina esparcida sobre la mesa prenunciaba pasta para el almuerzo. Sobre la mesada, cucharas de madera embadurnadas con una salsa que seguramente había borboteado durante toda la mañana en la olla con asas oscurecidas por tantos años de traqueteo gastronómico. Repasadores por aquí y por allá. Bolsas de tela usadas para hacer las compras. En la pileta, tenedores y cuchillos a la espera de ser lavados. Un rito de años. La mano de Dora para la cocina era leyenda. Hasta que un domingo de enero, la magia estalló por los aires. Se develó el secreto. Los familiares de Dora llegaban a la casa. Al cabo de dos horas ya estaban todos reunidos. Había olor a salsa, dibujos de harina sobre la mesa, los cubiertos sucios se amontonaban en la bacha, los repasadores colgaban de las sillas y el agua hervía a punto de consumirse. Pero Dora no aparecía. Tampoco podía hallarse el producto de su hacendosa obra prometida para ese domingo: ravioles.
Había muerto un tal Antonio. Era el dueño de la fábrica de pastas del barrio. Pero Dora no estaba en su velatorio. Andaba como loca buscando otro negocio donde comprar las pastas que todos los domingos hacía pasar como hechas por ella. Todo en su casa fue siempre un montaje escénico. Un engañapichanga, fulbito para la tribuna.
Émulos de Dorita hay por todas partes. Sandra Pitta, investigadora del Conicet que se hizo conocida por haber tenido un entredicho público con el Presidente, encontró una en el propio Gobierno. Dijo que el plan de reconstrucción de becas doctorales anunciado oficialmente es fulbito para la tribuna, porque aumentando las becas a mansalva solo se alimentan los problemas ya existentes.
Gabriel Katopodis, ministro de Obras Públicas, aseguró que no se harán más metrobuses porque hay otras prioridades. Matías Lammens, su par en Turismo, anunció que se analiza construir un tranvía que vaya de Plaza Italia a Aeroparque. Hay gambetas desquiciadas en la cancha del Gobierno.
Cuando Alberto Fernández presentó su gabinete, se ufanó de su compromiso con la igualdad de género. Para la foto de familia de aquel día, se rodeó de tantas mujeres como hombres. Pero en los hechos, solo cuatro de esa postal terminaron como ministras de un total de 21 funcionarios. Gol en contra.
Los legisladores nacionales, que le dieron a Alberto la cuchara con superpoderes para revolver el estofado del país, subieron impuestos y retenciones, ajustaron a la clase media fundamentalmente y congelaron las jubilaciones. Pases cortos de un fulbito destinado a no llegar al arco: quedaron exceptuados del congelamiento el presidente y vicepresidente, los ministros, jueces y diplomáticos. "Con los abuelos, no", bramaba el kirchnerismo cuando Macri quiso reformar el sistema jubilatorio. "Con los abuelos, también", cantó la realidad, más desorientada que Dorita, la impostora, el domingo en que don Antonio pasó a mejor vida.
En la apertura de sesiones del Congreso, Alberto dijo que la tasa de desocupación que recibió (10,6) es la más alta desde 2006. Pateó afuera. Es difícil, por no decir imposible, saber a ciencia cierta cuántos fueron los desocupados entre 2007 y 2015, cuando el Indec midió mal para no estigmatizar.
Hay jugadas en el fulbito del poder que parecen copiadas. Para la asunción, Alberto llegó al Congreso manejando su propio auto y mostrar así que es "un tipo común". En 2000, Chacho Álvarez, como vicepresidente por la Alianza, convocó a la prensa para que lo viera llegar en subte al Congreso. Y todavía se discute si fueron un montaje los viajes en colectivo de Macri y Vidal por el conurbano (el bondi aparecía siempre parado y los pasajeros se repetían de barrio en barrio).
Con todo respeto, hasta el Papa hace jueguitos con la pelota: va a oficiar de celestina entre el gobierno argentino y el FMI a ver si los tortolitos solucionan sus problemas, se dan un abrazo y blanquean el ajuste que negociaron para la Argentina en nombre de la pobreza. Se encontrarán en un seminario en el Vaticano poco después de que el propio Alberto visite a Francisco y se traiga una valija llena de rosarios para víctimas del lawfare. Y a rezar para que se cumpla lo de la heladera llena y lo de los remedios gratis para los jubilados. La fe sigue intacta, porque el Pancho más ilustre del universo tiene línea directa con Dios y esta vez parece decidido a usarla.
Mientras tanto, acá, en la trinchera terrenal, hacemos esfuerzos para que no se nos caiga la mandíbula frente al anuncio de que no se cobrará el impuesto del 30% a quienes tomen créditos hipotecarios y cambien sus pesos por hasta US$100.000. Primero, hay que encontrar a alguien que, de movida, tenga disponible el equivalente a US$100.000; después, hay que hallar una vivienda para una familia tipo en ese valor y, por último, resucitar el mercado inmobiliario, que murió con el cepo. Un tiro de esquina más difícil que la partida de don Antonio para Dorita.
Te meten gato por liebre, decía la abuela María. Son medidas para la gilada, susurraba el tío Juan. Pero la expresión más redondita es la del título del libro de Indro Montanelli: Ve lo avevo detto. "¡Se lo dije!"
La columna de Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicarse el sábado próximo