El día y la noche
En cierto periodismo y también en programas de televisión, plantearse hacer notas de investigación social o abordar temas en profundidad suele llevar a la búsqueda de historias dramáticas: pobreza, inseguridad, violencia, la vida en las cárceles, mafias, drogas... Todas cuestiones, por cierto, de gran interés e indiscutible importancia. El problema es cuando se indaga en lo doloroso y en lo escatológico como recurso fácil para atrapar y conmover. Esa propensión por escarbar en las sombras de la noche e ignorar la luz del día apenas oculta ausencia de originalidad y de esfuerzo. No está mal, claro, mostrar que hay gente que revuelve en la basura para comer o meterse en una villa para describir sus interminables penurias. Pero un periodismo de compromiso, de indagación, no debe limitarse a exhibir las zonas más oscuras de la sociedad. No solo porque se estaría haciendo un recorte arbitrario y hasta injusto de la realidad, sino porque se pierde la oportunidad de sacar a la luz un sinfín de historias que además de ser inspiradoras también resultan atractivas. Un ejemplo: el viernes, miles de chicos ganaron las calles para concientizar sobre el cambio climático. No hace falta que algo chorree sangre o miseria para que se convierta en noticia.