La nueva Argentina y la nueva Italia
"Todos venimos de los barcos". Típica frase que me resonaba como un mantra cuando recién me había mudado a Buenos Aires, intercalada con cuentos sobre abuelos y bisabuelos calabreses o piamonteses, ojos lúcidos recitando versos de la nona (¡rigurosamente sin doble n!) en un dialecto neocriollo difícil de reconducir para mis conocimientos lingüísticos, milanesas a la napolitana y otras delicatessen protoitálicas. Nunca me hubiera imaginado reencontrarme con Italia a 12.000 kilómetros de distancia, con mis raíces más antiguas y auténticas conservadas con afecto, convicción y devoción difíciles de encontrar en mi país.
Mi historia de migradora por elección post-boom económico es evidentemente muy distinta de las de los cientos de miles de tanos que se vieron obligados a abandonar su tierra por hambre, sufriendo desarraigo, separaciones, y llegando a una tierra donde tenían que empezar de cero. Aunque por suerte no los esperaba el mismo trágico destino de los miles de africanos que llegan a las costas meridionales de Europa. Aquí el extranjero tenía espacio, oportunidades. La Argentina supo acoger a esos miles, los cuales, a su vez, contribuyeron a la construcción de la idiosincrasia argentina, en la que la cultura italiana juega un papel protagónico. Aún hoy creo que en muy pocos lugares del mundo los italianos se sienten tan en casa y tan bienvenidos como en la Argentina.
Pero luego pasa el tiempo y llega la constatación de la distancia, de la diferencia, la percepción del anacronismo y de la nostalgia que permean y acompañan el amor itálico en clave rioplatense. Entonces, impulsada por el deseo de contribuir a sanar esa distancia, decidí buscar la manera de aportar algo en mi ámbito, las artes escénicas. Esa etapa coincidió con mi participación en el proyecto de recuperación de uno de los espacios teatrales más emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires: el Teatro Coliseo. Su relanzamiento y restauración no podían no incluir la recuperación de la identidad italiana en su programación.
El Coliseo se hizo propulsor de una iniciativa de difusión de los contenidos contemporáneos de las artes escénicas, invitando artistas y compañías, grandes y pequeñas, realidades representativas de una Italia pujante, policéntrica, diversa, heterogénea y moderna. Fue fundamental el soporte de las instituciones italianas, tanto en Italia -Ministerio de Cultura y de Asuntos exteriores- como en la Argentina -embajada, consulado, Istituto Italiano di Cultura-. También la colaboración con los principales referentes de la cultura local, los cuales han sumado sus recursos y potenciado el valor del proyecto. Italia XXI es un ciclo que tuvo sus primeras temporadas en 2018 y 2019, y seguirá durante todo 2020.
Hay un renovado interés desde ambos lados del océano en recuperar el vínculo histórico, en sanar la distancia y fomentar un nuevo diálogo entre la nueva Argentina y la nueva Italia. La clave, para que este deseo se concrete, es la generación de recursos específicos. Las consecuencias y los beneficios son invalorables, en todos los niveles. Invertir en cultura es generar trabajo, valores y civilidad, sellos indelebles de la identidad italiana. A su vez, esta puede ser de alguna forma una devolución, un agradecimiento de Italia a la Argentina, que supo abrir sus puertas a cientos de miles de migrantes en dificultad, dándoles una patria, un lugar donde poder instalarse con su cultura y sus tradiciones, y mantenerlas vivas en el tiempo, hasta penetrar y alimentar el ADN de la idiosincrasia local.
Directora general del Teatro Coliseo
Elisabetta Riva
LA NACION