La Feria del Libro rompió la palabra y fue tribuna política
La primera vez puede haber sido un accidente; la segunda fue una imprevisión. Igual que el año pasado, los discursos de la apertura de la Feria del Libro quedaron interrumpidos por silbidos y acciones premeditadas: los asistentes con pancartas preparadas le dieron la espalda al orador Pablo Avelluto . Resulta inconcebible que el secretario de Cultura de la Nación tenga dificultades para pronunciar su discurso dos años seguidos. La crisis de la industria editorial es incuestionable, pero ninguna crisis se arregla con otra crisis. Es claro que la Feria volvió a incurrir en una ingenuidad que no se puede disimular: la de convertirse en una tribuna política. Tan claro como que no hay democracia cuando no hay diálogo. Y no hay diálogo cuando una parte silencia a la otra. La repetición del episodio sienta un precedente alarmante: por un lado, la ilusión de que cualquiera que esté en desacuerdo con la opinión de un ministro o secretario tiene la potestad de hacérselo saber privándolo del uso de la palabra. Por otro, se termina dando legitimidad a una metodología fascistoide de protestas.
Cuando se lo piensa detenidamente, el fascismo se reduce después de todo a lo siguiente: silenciar a quien no está de acuerdo con uno. Que este episodio haya sucedido en la Feria es particularmente penoso. Tal vez por una superstición, creemos que el ámbito del libro, el ámbito intelectual, es civilizado, ilustrado. Anteayer fue al revés: no hubo más que sectarismo e intolerancia.
La elección de la prestigiosa antropóloga Rita Segato no queda al margen del escándalo. La cuestión no es objetar a Segato. La refutación o la adhesión a sus posiciones, sumamente objetables, queda fuera del linde esta discusión. Lo que importa en este caso es subrayar el inusitado error de cálculo político de la organización de la Feria del Libro cuando las autoridades eligieron a esta intelectual argentina para pronunciar el discurso inaugural.
A nadie se le pasa por alto que a algunos grupos feministas radicalizados les cuesta bastante aceptar la disidencia y que, además, mantuvieron desde el principio un discurso opositor al gobierno nacional. A nadie se le pasa por alto tampoco que parte de esos grupos iban a ir escuchar a Segato. Voluntariamente o sin querer -es pronto para saberlo-, ese acto inaugural volvió a ser el ring de un enfrentamiento que podría haberse evitado.
En su libro Construir al enemigo, Umberto Eco cuenta que el romano Plinio no encontraba cargos significativos contra los cristianos; sabía que no se dedicaban a cometer delitos, sino solo a llevar a cabo acciones virtuosas. Aun así, los condenaba a muerte porque no se sacrificaban al emperador, y esa obstinación en rechazar algo tan obvio y natural establecía su diversidad y su diferencia. La diferencia se pagaba con la muerte, sin que importara quién era justo o quién no. No hay mejor definición de la intolerancia, que es, sin más, la renuncia a la razón y a la ética.
Afortunadamente, los tiempos de Plinio no son los nuestros.
Se pregunta Eco: "Entonces ¿la ética es impotente ante la necesidad ancestral de tener enemigos? Yo diría que la instancia ética sobreviene no cuando fingimos que no hay enemigos, sino cuando se intenta entenderlos, ponerse en su lugar".
La tolerancia no consiste en "tolerar" (soportar aquello con lo que no acordamos), sino en saber ponerse en el lugar del otro, del que piensa distinto, y en entender qué piensa y por qué.
En cambio, la naturalización del repudio bajo la forma del "escrache" (una palabra que perdió su sentido primigenio y se generalizó a cualquier variedad de intolerancia) da carta blanca para el hostigamiento como forma de hacer política contra el que no piensa como uno.
Pero volvamos al principio. Hace ya mucho tiempo que la elección del escritor que debe dar el discurso inaugural de la Feria es problemática. Habría una solución muy sencilla. Todos los años, la Feria entrega el Premio de la Crítica. Es un colegiado, un grupo de críticos, que elige a un autor argentino. ¿Por qué no decidir que el autor elegido un año hable en la inauguración del año siguiente? Se evitaría así el sometimiento al viento de la época y, además, resultaría inobjetable, en la medida en que ese jurado es plural.
Si esta regla se hubiera sancionado, este año el discurso inaugural de la Feria lo habría pronunciado José Emilio Burucúa, un intelectual tan respetado en su campo, el de la historia del arte y la estética, como Segato.
¿Habrían sido semejantes los efectos políticos? No, sin duda. Pero es aquí donde uno duda de la contingencia de la decisión que terminó inclinándose por Segato.
Cuando la militancia se impone al pensamiento se llega a posiciones irreductibles: todo o nada. Y, aunque hablaba de algo más general, vale la pena recordar un verso del poeta alemán Stefan George: "No queda nada allí donde la palabra se rompe". Quien rompe la palabra del otro rompe también la propia.
Esta es la mayor paradoja y la mayor lección de los versos del poeta, escritos antes de la Primera Guerra Mundial: quien rompe la palabra del otro se queda también él mismo sin palabras, sin nada que decir y sin derecho a decirlo.
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