Un plan familiar que tiene de todo menos aburrimiento
La foto familiar que tengo en mi escritorio nos muestra emponchados, con gorros, y bufandas; también armados de sonrisas. Fue tomada en Mendoza, en algún lugar de Luján de Cuyo, en un tour por la ruta del vino que hicimos en unas vacaciones de invierno tan frías como las de este año. De hecho, la noticia de que llegábamos un día después de haber nevado era un incentivo extra que distraía un poco la atención de que buena parte de las actividades transcurrirían en viñedos y bodegas, en lugares "de adultos".
La amenaza de un mortal aburrimiento por parte de mis hijas estaba latente, pero no fue el caso –de hecho, y perdón por el spoiler, esa fue la primera de muchas incursiones en las rutas del vino argentino–. Nos encontramos entonces con que muchas bodegas contaban dentro de sus programas turísticos con actividades para los más pequeños.
Mientras los adultos jugábamos a ser enólogos por un rato, mezclando en distintas proporciones malbec, merlot y cabernet sauvignon, las chicas diseñaban y dibujaban las etiquetas de los blends, o mientras un ingeniero agrónomo nos explicaba los pormenores del cultivo de la vid, las pequeñas se encargaban de la poda de inviernos que es tan necesaria para esas plantas.
Los planes eran múltiples: desde talleres de amasado de pan hasta cabalgatas por los viñedos, por citar un par. Todos tenían en común la posibilidad de compartir espacios –a veces incluso las actividades– entre padres e hijos, de disfrutar juntos, de estar de vacaciones en plan 100% familiar.
Así fue como reincidimos... una y otra vez. Volvimos en vacaciones de invierno a Mendoza y otras vacaciones nos subimos al auto, pero esta vez para hacer Buenos Aires-Cafayate y visitar los increíbles paisajes de los Valles Calchaquíes y sus maravillosos viñedos. Siempre había alguna actividad nueva para hacer, un lugar nuevo por descubrir.
Una sola queja –que tampoco era queja, sino expectativa– sonaba de fondo en todos estos viajes: "Qué lindo sería ver los viñedos en verano, ¡con uvas!". Lo que era entendible, ya que los viñedos que visitábamos en invierno eran interminables hileras de ramas y ramitas, el resto había que imaginarlo.
El primer paseo de bodega no invernal lo hicimos en Chapadmalal, provincia de Buenos Aires, donde conocimos los viñedos "atlánticos" verdes y con sus uvas en pleno crecimiento. Pero de alguna forma nos seguía quedando un pendiente: Mendoza en tiempo de cosecha, con su viñedos cargados de uva, con la imponente cordillera de fondo.
Ahí llegamos finalmente en una escapada a comienzos de marzo. La postal de las chicas cosechando uvas es la próxima foto que voy a poner en mi escritorio.
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