Intemporal y presente: diferencias entre las tendencias y el estilo
Se llama tendencias a las modas concebidas con obsolescencia programada. Se las piensa, confecciona y adoba para que irrumpan en el mercado con el chasquido y el brillo de lo nuevo, falso nuevo a menudo, ya que suele tratarse de retornos de diseños y temas, que en sus reencarnaciones previas supieron surtir cierto efecto. El opuesto simétrico de las tendencias es el estilo, manifiesto ante todo en una vocación que nos toca trabajar, elaborar, pulir, a lo largo del tiempo, tarea cuyo interés y provecho no escapa, por cierto, al querido público lector.
Al cultivar un estilo propio estamos siguiendo, de un cierto modo y de modo cierto, la milenaria exhortación griega gnothi seauton, conócete a ti mismo, que en su traducción latina, nosce te ipsum, mutó hoy en uno de los más populares lemas de tatuaje –lo cual, paradojalmente, no es ningún signo de estilo, pero sí en cambio una decidida tendencia.
Las tendencias son aquello que al recorrer fotos del pasado nos empuja a la ironía o a la impiadosa carcajada. El estilo, en cambio, como quiera que se nos aparezca, nos inspira apenas lo hemos registrado. Las tendencias pasan porque reflejan lo más superficial de una época, son exteriores a la persona, fachadas provisorias. El estilo, que se piensa intemporal, y que, como vimos, se construye por etapas, expresa en su evolución lo que cada época a través de sus opciones estéticas va aportando de realmente nuevo y rico a la vida.
Estilo tuvieron en los años 30 del siglo pasado ciertas mujeres, como Marlene Dietrich y Katharine Hepburn llegadas a Hollywood como actrices que los grandes estudios trastocaban en stars, avatares carnales pero remotos de una feminidad trasladada al otro lado de todos los espejos. Si en la pantalla ellas actuaban una sofisticación militada con plumas, sedas, tules, pieles, bordados, lamés, terciopelos, brillantes, en sus apariciones públicas eligieron mostrarse en trajes de hombre, tweeds y franelas y formatos de sastrería ortodoxa, apenas adaptados a sus portes, en abierta contradicción del canon que ellas mismas encarnaban, que 90 años después sigue siendo un estallido ante cualquier mirada que las descubra. Hay quienes dicen que las mujeres de hoy no necesitan afirmarse con el mismo énfasis que Marlene y Kate. Pero, ¿por qué en ése caso optan por versiones "feminizadas", es decir, suavizadas y erotizadas, del repertorio masculino?
De los modos de expresar a través de la ropa nuestras convicciones, afectos y deseos, destacaré las prendas de calidad, pensadas para una vida mejor y diseñadas y cosidas con amor y respeto, que lo dicen con sutileza, con elegancia intelectual, y tanto más significativas y perdurables que las camisetas con proclamas. Un ejemplo reciente de esta práctica del vestido como mensaje al mundo es la falda imaginada a partir de la wiphala, bandera del mundo andino originario, por Vicki Otero, autora de estilo de alto vuelo, enemiga de las tendencias.
Al reproducir en su falda, de cintura marcada y pliegues ondulantes, el símbolo de la igualdad en la diversidad de las naciones de la región, Vicki Otero quiso manifestar, tras el golpe de Estado, su empatía con los pueblos de Bolivia. Muchas otras mujeres están llevando con entusiasmo su falda de siete colores, conectadas a la idea común de vestirse como se piensa, vestirse de aquello en que se cree y se creerá siempre, situándose en el presente y a la vez en lo intemporal.