No estoy seguro
Me preguntaban el otro día qué pensaba de cierto tema. A lo que respondí que pensaba cinco o seis cosas, todas diferentes y en ciertos casos incompatibles entre sí. Lo que me dejó pensando en la idea, irremediablemente instalada en nuestra sociedad -en toda sociedad, si no me equivoco-, de que tenemos que tener una opinión sobre cada asunto, cada debate, postura, planteo. Solo hay lugar, parecería, para el pensamiento único. Estás a favor o en contra. Fin. No existe ni la más remota posibilidad, presiento, de que acerca de un tema, en especial uno polémico, arduo o doloroso, uno tenga varias miradas, a veces contradictorias.
Desde luego, hay cuestiones sobre las que la civilización dejó de discutir hace mucho. Que eran horrendas o maravillosas incluso antes de que las desecháramos o las adoptáramos sin más vueltas.
Pero por qué, cuándo y cómo, me pregunto, nos volvimos tan binarios, tan maniqueos, tan incapaces de dudar de nuestras convicciones. ¿Qué es lo que realmente queremos? ¿Alcanzar la verdad, mejorar el mundo? ¿O solo queremos tener razón? Si es esto último, entonces todo cierra. Con una sola opinión es más fácil creer que tenemos razón y señalar al que piensa diferente con dedo acusador.