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Se confirmó un dato que ya los mercados y el mundo económico descontaban: no llegará ni un dólar más del FMI a la Argentina -ni de ningún organismo multilateral de crédito y probablemente tampoco del sector privado- hasta que se confirme el 27 de octubre o el 24 de noviembre quién será finalmente el presidente electo del país. Con toda lógica, quienes tienen que firmar los cheques suponen, sin mayores precisiones todavía que, una vez que se defina la sucesión política en la Casa Rosada, recién allí se podrá comenzar a conversar sobre el problema de la deuda y el financiamiento para el futuro.
Todo indica que el final del primer mandato de Mauricio Macri llegará con reservas casi agotadas en el Banco Central, apenas las necesarias para garantizar los depósitos en dólares, y con una situación de default, más o menos selectivo, de los compromisos de la deuda.
El problema es que una vez más, la Argentina no puede pagar, pero debe mucho. Al Fondo Monetario, una fortuna; pero también a miles de ahorristas e inversores argentinos y extranjeros que tienen títulos de deuda a cobrar en dólares y en pesos. También las provincias y el sector privado están en problemas.
Las empresas y los estados provinciales emitieron deuda en dólares y ya comenzaron los problemas para girar los pagos por el control de cambios. Y se acumulan otras deudas que deberá saldar la próxima administración por los subsidios otra vez regenerados con el atraso en los ajustes de tarifas. Todo se reprogramó para después de las elecciones, ahora con un futuro incierto y particularmente complicado en el caso de los combustibles y Vaca Muerta.
Antes de seguir poniendo dólares en el país, el Fondo y los acreedores buscan conocer y descifrar los mismos enigmas que hoy afectan las decisiones económicas de los argentinos de a pie: hasta dónde se complicará la situación socio económica y financiera en el final de la era Macri; y qué tipo de Gobierno y de medidas adoptaría la administración Fernández-Fernández, en caso de que Alberto se consagre como el próximo Presidente.
Los encuestadores coinciden en que la situación es muy difícil de revertir. Los números hoy están en 49/53% para los Fernández, contra 32/35% para Macri-Pichetto. Algo mejor que Macri está María Eugenia Vidal, aunque no le alcanza para dar vuelta la historia, sobre todo considerando que en Buenos Aires gana el que más votos tiene sin ballottage.
Entre empresarios e inversores, más allá de las convicciones y deseos de cada uno, se trabaja con la premisa de que hay un gobierno saliente, el de Macri, y otro elenco entrante, el que surja del enigmático liderazgo de Alberto Fernández.
La incertidumbre se potencia para la economía. No solamente por lo incierto del final de la administración de Macri, sino porque reaparecieron las dudas y los temores sobre los que llegan. Reapareció Cristina con definiciones económicas que alejan a los inversores y se dejan trascender medidas confiscatorias en lo impositivo para quienes invierten o legalmente blanquearon su patrimonio; todo en contra de la propiedad privada.
Aún si fueran ciertas las intenciones de no cometer los errores de la última etapa radicalizada del cristinismo en el poder, no está claro que las negociaciones con los acreedores vayan a ser tan pacíficas como hoy se prometen. Mucho menos el congelamiento por 180 días de precios, salarios y prestaciones estatales que se anuncia como la idea central de la propuesta económica.
Los optimistas suponen que Alberto está decidido a no romper con el mundo. Advierten que ya se está juntando con los acreedores y que analiza la posibilidad de renegociar la deuda para alargar los plazos de pago -pero sin recortes ni en el capital ni en los intereses- y para no repetir la guerra contra el FMI y los acreedores, que se desató en el país en la administración Duhalde y sobre todo en la era Kirchner. Serían negociaciones amigables, de la mano del FMI con los privados.
Los pesimistas opinan que los números no dan. Observan que la única chance macroeconómica que tendrá Alberto Fernández, atento a las restricciones políticas e ideológicas de los sectores que representa, es equilibrar las cuentas con tres elementos centrales: no pagar la deuda o bajar sustancialmente los compromisos, devaluar la moneda o aprovechar el dólar súper alto que le deje Macri, aumentar las retenciones y subir fuertemente los impuestos a los sectores de ingresos y patrimonios altos y medios altos.
Aparece una novedad, o no tanto en las últimas horas, que no ayuda a ser muy optimista en materia económica: una vez más, la enfermedad del kirchnerismo con la opinión y el punto de vista de los periodistas al comentar las noticias y la actualidad. Esta obsesión, que suele instalarse en los gobiernos y sus fanáticos, es que los periodistas no comentan la realidad, sino que son los verdaderos responsables de los hechos al presentarlos en la prensa. Una cuestión, como se recordará, que llegó a niveles delirantes durante la era Kirchner.
Resulta muy relevante hoy esta cuestión, no solo por la imprescindible libertad de prensa que se requiere en una democracia republicana. Su importancia tiene que ver con las políticas económicas y el modelo de gobierno hacia el futuro. Cristina Kirchner siempre consideró que sus desventuras con el electorado no obedecían a errores de su gestión, sino que la gente la rechazaba porque estaba engañada por los medios.
Cuando la oposición, que hoy lidera Alberto Fernández y que muy probablemente llegue al gobierno en diciembre, afirma que no se cometerán los errores del pasado, vale preguntarse de qué errores estamos hablando. Si el problema es que los periodistas engañan a la gente o realizan tareas de acción psicológica, como acusan los funcionarios judiciales que adhieren al kirchnerismo, quiere decir que no hubo errores.
¿El control cambiario era un error como explicaba el periodismo, o era la sana administración del comercio exterior como hoy se formula en el Instituto Patria? Las mismas preguntas podrían formularse respecto del "vamos por todo", sel enfrentamiento contra los productores agropecuarios, de las estatizaciones y expropiaciones compulsivas, o del ahogo impositivo al sector privado. Ni hablar de las causas de corrupción, con cientos de arrepentidos que confesaron ser víctimas de la extorsión de Estado en los contratos. ¿Fueron errores que no se volverán a cometer o fueron todas virtudes que la gente no disfrutó porque los periodistas los engañaron? Interesa conocer las respuestas a estos interrogantes. Permitirán adivinar un poco el país que se viene.