Carrie Bradshaw y la responsabilidad afectiva
¿Pueden las mujeres tener sexo como los hombres? Esa era la pregunta central que Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker) se hacía en el primer capítulo de Sex and the City, que se emitió el 6 de junio de 1998. Por sus veinte años, la plataforma de streaming HBO Go repuso las seis temporadas de la serie que marcó un antes y un después en la forma de exponer y narrar la relación de las mujeres con el placer, el amor, el sexo y el consumo, y moldeó las aspiraciones de buena parte de las profesionales –cis blancas y heterosexuales– que entramos al mercado laboral a fines de los noventa. En la misma Nueva York en la que se enamoraron Audrey Hepburn y Deborah Kerr, Sex and the City llegó para decirnos, aunque sea a medias, que el cuento de hadas era falso, que la vida ideal se parecía más a comer ensaladas un mediodía con amigas y a la seguridad de pararnos sobre un buen par de zapatos pagados con nuestro sueldo, que a esperar mirando por la ventana a un amor que la vida real demostraba que no podía ser jamás ideal; que ya nadie en la ciudad desayunaba en Tiffany ni tenía romances para recordar.
Me decidí a ver la serie de nuevo porque me intrigaba saber cómo habían resistido el paso de estas dos décadas esas mujeres obscenamente graciosas, sexys y consumistas. Esas mujeres desaforadamente libres y desprejuiciadas que amaban la moda y los zapatos de autor tanto como el sexo sin compromisos. Descubrí que me sigo riendo y sintiendo identificada con Carrie, Miranda, Charlotte y Samantha de una manera en la que no logro hacerlo con muchas de las series actuales en las que el eje puesto en la diversidad y la corrección política desdibuja la mayor parte de las veces las historias. Descubrí que, si las chicas de los últimos noventa queríamos brindar con Cosmopolitan por nuestras heroínas, las de ahora seguramente deplorarían el desapego deseado (y deseable) de esos cuerpos hegemónicos a fuerza de una dieta de hojas verdes, fitness y depilación a la brasileña.
Parecería que la pregunta central de Sex and the City perdió vigencia: ya no nos interesa saber si las chicas podemos tener sexo con la supuesta frialdad de los varones, ahora queremos que sean los varones quienes tengan sexo como el mandato siempre dijo que nos gustaba a las mujeres, con amor y sentimientos y empatía y responsabilidad afectiva. Ver hoy Sex and the City es también la nostalgia por una época menos puritana, en la que la rebelión no era ser bellas y tener pelos en las axilas como Emrata, sino bancarse ir al frente y que te dijeran que no, o ponernos los tacos antes de que saliera el sol para volver a dormir a nuestra casa, porque el fin del amor significaba sexo libre, no codificado.
No, Carrie Bradshaw no era estrictamente feminista. O al menos no era una feminista que pudiera ser de referencia ahora: era individualista como el más estereotipado de los hombres, adoraba la moda, se cuidaba sin culpa, terminaba enamorándose de manera hegemónica y hasta deseando casarse con todo y vestido blanco. Sin embargo, sus columnas pusieron en la agenda mental de las mujeres de los noventa temas de los que antes no hablaban: orgasmos, consoladores, aborto y poliamor. Y nadie puede poner en duda que junto a Miranda, Samantha y Charlotte hizo de la sororidad un culto antes de que ni siquiera fuera un concepto. Una sororidad sin requisitos (como los que hoy parecen condicionarnos desde el mismo feminismo) entre cuatro personajes femeninos tan emocional e ideológicamente diversos como tal vez sería imposible ver en una serie hoy, cuando la propia Candace Bushnell, autora de la historia, se lamenta de que no hayan sido más diversos en sus orígenes e inclinaciones sexuales. Una sororidad bastante más auténtica.
Más leídas de Lifestyle
Fin del mito. Arroz o quinoa: qué engorda más y cuál es mejor para incluir en una dieta saludable
Ideada por Churchill. La misión secreta de un grupo comando británico que humilló a los nazis e inspiró un exitoso filme de acción
En casa. Tres consejos fundamentales para cultivar un jardín de hierbas aromáticas