Un año en un minuto
Enciendo la radio y no falla: las palabras que más se repiten son "crisis histórica", "reacción de los mercados" y, sobre todo, "en segundos", "minuto a minuto".
En los últimos días, la velocidad a la que se suceden hechos que nos conciernen es de vértigo. Si, por cualquier circunstancia, nos es imposible chequear los medios o redes digitales por un par de horas, al volver a conectarnos parece que nos hubiéramos ido de viaje a Marte y regresado en otro siglo. Pocas veces comprobamos tan fehacientemente lo que hace mucho saben la física, la biología y la psicología: el tiempo puede correr más rápido o más lento. Parece que cada tanto los argentinos tenemos la prodigiosa capacidad de vivir colectivamente un año en un minuto...
El filósofo de la ciencia Hans Reichenbach afirma en El sentido del tiempo que, para escapar de la ansiedad que nos causa, Parménides quiso negar su existencia y Platón imaginó un mundo de ideas que existen fuera de él.
Dice Reichenbach que fue tal vez para burlar esa inquietud que imaginamos la "eternidad", un mundo extraño fuera del tiempo, y le atribuye a ese desasosiego, más que a otra cosa, la construcción de las catedrales de la filosofía.
La naturaleza del tiempo es hasta tal punto perturbadora que se considera uno de los problemas más difíciles de la ciencia actual. Basta con detenerse unos instantes a reflexionar sobre esto para comprender lo arduo de este rompecabezas: "Tan pronto atrapamos un instante cuando ya se nos ha ido y otro nos llega para acabar de sacar al anterior; el tiempo se va haciendo conforme se va deshaciendo, ¿o será acaso que se va deshaciendo conforme se hace?", escribió el físico mexicano Luis de la Peña en El tiempo en la física (Del tiempo, Folios Ediciones, 1983).
Robert Levine, filósofo y psicólogo de la Universidad de California, lo estudia como un fenómeno cultural. En Una geografía del tiempo (Siglo XXI, 2006), observa que algunos nos quedamos siempre sin horas del día, mientras que otros parecen tener todo el tiempo del mundo. "Hay millonarios temporales y miserables temporales. Los que están angustiados por no dejar pasar ni un segundo y aquellos que no vacilan en dejar todo para mañana", acierta Levine.
Algunos se dan cuenta del implacable paso del tiempo el día que cumplen años. Otros se rebelan frente a lo que registra el documento: ¡si aunque contemos varias decenas de años todavía guardamos la curiosidad que nos empujó a asomarnos a la vida, el remolino de impulsos locos que lleva a explorarla en la adolescencia, y somos una miríada de pasados, presentes y futuros que conviven en una sola persona!
Y están aquellos a los que las fiestas de fin de año les hacen tomar conciencia de este misterio insondable que causa vacío en el estómago, fascina y desconcierta. Más allá de los festejos que instala a rajatabla el almanaque, finalizar un año es morir un poco. Es esa zozobra la que nos evoca la frase de Calderón de la Barca: "Ya no hay réplica que hacer contra aquesta distinción, de aquella cuna salí y hacia ese sepulcro voy".
Sin duda, el paso del tiempo es la experiencia más fundamental de nuestra existencia, como afirma el físico italiano Carlo Rovelli, que se refiere a las dificultades que enfrenta quien intenta asirlo en El orden del tiempo (Anagrama, 2018).
"Uno tras otro, sus rasgos característicos demostraron ser aproximaciones, errores determinados por nuestra perspectiva, al igual que la Tierra plana o la rotación del Sol -escribe-. El conocimiento nos llevó a una lenta desintegración de nuestra noción del tiempo. Lo que nos quedó es un (...) mundo extraño que, sin embargo, sigue siendo aquel al que pertenecemos. Es como llegar a las altas montañas, donde no hay más que nieve, rocas y cielo".
Por estas latitudes, más que intentar definirlo, nos contentamos con que vuelva a respetar el monótono tic tac del reloj...