Rolando García
Cuando lo conocí personalmente, ya era una de esas figuras legendarias cuyo nombre aparece en sesudos ensayos y que muchos mencionan con indisimulable admiración. Era 2003, hacía décadas que vivía en México y venía a Buenos Aires a participar de la presentación de La construcción de lo posible (Libros del Zorzal), un volumen que reúne testimonios de algunos de los principales protagonistas de lo que se dio en llamar la "época de oro" de la universidad.
Me habían advertido que no era un personaje "fácil", pero me encontré con un hombre cálido y sonriente que, a los 84, todavía exhibía la vitalidad que debió haber ejercido cuando revolucionó el panorama científico local.
Había sido decano de la Facultad de Ciencias Exactas a los 38 años, vicerrector de la Universidad de Buenos Aires y vicepresidente fundador del Conicet durante la presidencia de Bernardo Houssay, colaborador de Jean Piaget... "Fue parte de esa 'craneoteca' que formaban Houssay, Sadosky, Braun Menéndez... Un verdadero pensador. Como dicen en los Estados Unidos, second to none...", lo describiría más tarde un amigo que lo frecuentó en el exilio todos los sábados durante treinta años, el destacado fisiólogo y escritor Marcelino "Pirincho" Cereijido.
Había nacido en Azul, el 20 de febrero de 1919. Me contó que había quedado solo con su madre a los cinco años y que había empezado a trabajar a los 14. Se había recibido primero de maestro normal nacional y luego de profesor normal en ciencias en la Escuela Mariano Acosta. Había sido el único universitario de su familia. Físico de formación, se especializó en el estudio de la atmósfera.
Como decano de Exactas, desplegó una actividad arrolladora. Impulsó la construcción de la Ciudad Universitaria y el Departamento de Industrias, promovió la creación del Instituto de Investigaciones Bioquímicas (que dirigió Leloir) y del Conicet, generó los primeros cargos de dedicación exclusiva y gestionó la compra de la primera supercomputadora de América del Sur, la célebre "Clementina". También creó la primera carrera universitaria de computación, generó los primeros cargos de dedicación exclusiva del país, el Departamento de Televisión Educativa y el Instituto de Investigaciones Tecnológicos de la UBA.
Tras la Noche de los Bastones Largos, lideró la renuncia del 75% de los docentes de la Facultad en un intento de revertir la intervención. No lo logró y tuvo que emigrar; primero a Ginebra, Suiza, y después a México, donde sería muy valorado.
Aguerrido, "era capaz de discutir con la misma pasión sobre una ópera de Wagner o sobre el origen de la ciencia, y tomaba como una provocación que uno no estuviera de acuerdo. Lo respeté antes de conocerlo", contaba Cereijido. Destacado epistemólogo, durante aquella charla subrayó la importancia de concebir a la ciencia como una institución social, compartió su preocupación por una visión exclusivamente mercantilista y manifestó su enojo por una formación deficiente de los científicos.
"Me enojo mucho cuando hablan de desarrollar habilidades y destrezas -dijo-. Habilidades y destrezas se requieren en el circo, en el deporte, en las artesanías. Pero formar un científico no es desarrollar habilidades y destrezas [...] Los investigadores hoy están tan metidos en su tema que obtienen un doctorado o un posdoctorado, pero son analfabetos en ciencia. Conocen técnicas, teorías, conocen su campo a la perfección y hasta pueden sacar el Nobel, pero jamás han pensado en qué es la ciencia". Subrayó que "la ciencia debe estar incluida en un plan nacional de desarrollo", que no bastan los resultados ni formar "máquinas científicas", sino lograr un país distinto.
Ayer, Rolando García hubiera cumplido 101 años. En momentos como estos, qué bien hace recordar a visionarios de su estirpe, que se sobrepusieron a las dificultades e hicieron pensar que todo era posible.