Benjamin Netanyahu, el gran sobreviviente
Benjamin Netanyahu, el renombrado político israelí que pareciera ser sinónimo y garantía de seguridad para sus votantes, acaba de triunfar en las recientes elecciones nacionales de Israel. Una vez más, en el que, haciendo historia, es su quinto triunfo electoral.
Lo hizo ajustadamente. Y está, en momentos de escribir esta columna, negociando activamente con sus aliados políticos de la derecha de Israel -en coordinación administrativa con el presidente de Israel, Reuven Rivlin- la formación de su nuevo gobierno, que naturalmente encabezará su propio partido, el Likud, que obtuvo 65 de los 120 escaños que conforman el Parlamento israelí.
Esta vez Netanyahu se impuso derrotando a quien fuera su principal rival, el respetado general retirado Benny Gantz, que hizo, el también, una buena elección en el que fuera su debut nacional en el escenario grande de la política. Se trata de un militar sereno, de 59 años de edad e hijo de una sobreviviente del Holocausto. Alto y con unos penetrantes ojos azules, bien sobrio en su andar y muy prudente en su decir, que -habiendo dejado correr los tres años desde su retiro, durante los cuales los militares israelíes no pueden hacer política- goza de una imagen personal absolutamente impecable y genera respeto con su sola presencia.
Los rasgos centrales de la tranquila personalidad del mencionado general Gantz son casi los opuestos a los del primer ministro Benjamin Netanyahu.
Gobernar conformando al efecto coaliciones políticas no es algo que, sin embargo, resulte demasiado extraño, porque lo cierto es que ningún partido israelí pudo nunca obtener los votos necesarios para poder de pronto gobernar sin aliados, con su propia mayoría.
Por ello, la necesidad de formar coaliciones de gobierno ha sido entonces permanente a lo largo de la historia del pequeño, pero influyente y avanzado, país. Para completar ese proceso, que ya se ha puesto en marcha, Netanyahu tiene un mes de plazo.
El Likud, al que la juventud israelí parece también haber preferido mayoritariamente, previsiblemente se aliará con los partidos de los ultra-ortodoxos y de los nacionalistas. Así como con el partido denominado Kulanu, al que pertenece su ministro de finanzas, Moshe Kahlon, que ahora tiene tan sólo cuatro bancas, cuando en el pasado reciente tenía diez. A todos a los que, en conjunto, Netanyahu se refiere frecuentemente como a sus aliados "naturales".
De esa manera, Netanyahu podrá comenzar su cuarto período consecutivo de gobierno. Y superar, en julio próximo, al legendario Ben Gurion, quien estuviera instalado en el poder de su país por algo más de trece años. Si, como algunos sostuvieron en su momento, la elección reciente fue una suerte de referendo sobre la capacidad de Netanyahu de continuar liderando a su país, el resultado le fue obviamente favorable.
El comienzo de la nueva gestión de Netanyahu será previsiblemente agitado, desde que puede, de pronto, tener que enfrentar judicialmente acusaciones de corrupción y abuso de confianza, cuya veracidad, sin embargo, Benjamin Netanyahu niega rotundamente.
La afinidad y la consiguiente relación cercana que existe entre el tenaz Benjamin Netanyahu y el impetuoso Donald Trump y el paralelo que parece existir entre algunos de sus instintos políticos centrales han generado una suerte de "viento a favor" para su imagen política, todo a lo largo del proceso electoral.
Ocurre que en los últimos tiempos el presidente norteamericano, Donald Trump, ha asumido posiciones que impactaron muy favorablemente en la opinión pública israelí.
Primero, el reconocimiento expreso de la soberanía israelí sobre las Alturas del Golán que están en poder de Israel desde la llamada "Guerra de los Seis Días", en 1967. Y, segundo, el retiro norteamericano del delicado y controvertido acuerdo internacional en materia de programas nucleares que fuera en su momento celebrado por la comunidad internacional con Irán.
A lo que se sumó el muy simbólico traslado de la sede de la Embajada norteamericana en Israel a la ciudad de Jerusalem. Y la declaración, realizada tan sólo veinticuatro horas antes de la elección, en el sentido que, para los Estados Unidos, la Guardia Revolucionaria iraní "es una organización terrorista". Así como la visita a Israel del Secretario de Estado norteamericano, muy pocas horas antes de los comicios.
En la propaganda electoral realizada durante la reciente campaña todo esto fue utilizado muy hábilmente por el Likud. Intensamente. Lo cierto es que las encuestas sugieren que casi el 55% de los jóvenes israelíes de entre 18 y 24 años se autodefinen hoy como perteneciendo a la derecha del espectro político de su país. Hace apenas una década, ese porcentaje era de apenas un 40%.
La elección reciente ha evidenciado -y confirmado- que la izquierda israelí, la que generalmente milita fundamentalmente en el Partido Laborista, ha sensiblemente perdido popularidad, en términos relativos naturalmente.
El próximo mandato de Benjamin Netanyahu será previsiblemente complejo. En buena medida en función de sus propias promesas electorales. Como aquella con la que se comprometió a anexar los territorios de la Margen Occidental en los que existen, ya emplazados, asentamientos israelíes. En esos territorios conviven hoy unos 600.000 israelíes con unos tres millones de palestinos. Para todos ellos, esta cuestión es claramente vital.
Lo cierto es que hasta la solución de "los dos Estados", que alguna vez fuera tibiamente endosada por el propio Netanyahu cuando, a instancias del entonces presidente Barack Obama, pronunciara un recordado discurso, en el año 2009, en la Universidad de Bar-Ilan , puede ahora haber dejado de ser el único camino previsible, como lo fuera hasta no hace mucho. La cuestión es muy sensible, especialmente si los ciudadanos palestinos que viven en la mencionada Margen Occidental, de pronto no se definen como ciudadanos de Israel.
Como lo hiciera por primera vez en 1996, cuando derrotara a Shimon Peres y, luego, en el 2009, en el 2013 y en el 2015, Benjamin Netanyahu ha vuelto a triunfar electoralmente en Israel. Por esto, quizás, muchos jóvenes no pueden siquiera imaginarse a Israel sin contar con su presencia, considerada como sinónimo de un liderazgo siempre firme.
Quienes siguen de cerca la evolución política de Israel señalan que Netanyahu se vio favorecido por algunos errores presuntamente atribuidos a la campaña del General Gantz: (i) dejar a Netanyahu definir casi en soledad los términos del debate electoral; (ii) estacionarse más en el territorio ideológico de la derecha del espectro político israelí, que en su centro; (iii) no saber apuntar mejor a convocar a las clases populares; y (iv) ignorar a los ciudadanos árabes, en lugar de tratar de movilizarlos.
Todo es generalmente debatible, pero lo cierto es que, por quinta vez en la historia y cuarta consecutiva, Benjamin Netanyahu ha sido preferido por su propio pueblo para empuñar, con su característica mano firme, el timón de su asediado país. Todo un inequívoco laurel.