Reliquias romanas
ROMA, ITALIA.- En fila, como alineados por una mano infantil. Los Fiat 500, versión años 60, tienen ese no sé qué de autito de juguete, topolino amigable, producto de colección. Azul, rojo y rosa, descansan en la melancolía vintage; son testigos de un tiempo que, como suele ocurrir, mejora en el recuerdo. Fines de los 50 y el avance de un consumo que parecía infinito; autos pequeños, accesibles y masivos para un mundo que nadie sospechaba limitado, territorio de un futuro -salvo cierta guerra fría y ciertos fantasmas nucleares- que solo podía ser promisorio. No suena igual el mañana por estos días de agoreros pronósticos ambientales, ni tiene el consumo el aire decididamente inocente que irradiaban los autitos de colores. De momento, y junto a los restos de unos baños romanos, se preparan para ser, ellos también, materia escurridiza de una historia implacable.