Dos preguntas que esta década deja sin respuesta
El mundo tiene nuevas y peligrosas dudas, desde el orden político y social hasta cómo ganar la carrera contra reloj con el calentamiento global; el impacto para la Argentina
Los argentinos llegamos al fin de esta década de la misma forma en la que terminamos la pasada: en recesión. En el medio, en 2014, hubo otra contracción económica. En cada uno de esos ciclos, sobre todo los de 2009 y 2018, los gobiernos de turno culparon al mundo para justificar la penuria económica local.
"El mundo se nos vino encima", decía, en 2009, Cristina Kirchner.
"La tormenta de los mercados emergentes" fue, según Mauricio Macri, la responsable de la primera de una serie de devaluaciones que estremecieron al país y lo hundieron en la recesión.
Vamos de crisis en crisis y empezamos la década del 20 con una incógnita persistente y dolorosa: ¿hasta cuándo sufrirán la economía y, de su mano, los argentinos?
Todo hábito es difícil de perder, en especial si sirve para descargar culpas, y probablemente los gobernantes de la Argentina de la próxima década también responsabilicen, a su turno, al mundo por los problemas y errores propios.
Aunque no en la dimensión que los líderes argentinos le adjudican, tal vez el mundo sí se encargue de contagiarle al país algún mal. Él también llega a la nueva década con varias preguntas sin respuesta que arrastra de estos años y tienen impacto directo en la Argentina. Ninguna de ella es tan antigua como la incógnita argentina; después de todo, tuvimos casi tantas crisis económicas como presidentes en la mayor parte del siglo XX y en todo el XXI. Es un déjà vu que lleva casi 80 años.
Las dudas con las que el mundo abre la década del 20 son más jóvenes -surgieron nuevas preguntas a medida que fue respondiendo las antiguas-, pero no por eso menos peligrosas. Y van desde el orden político y social hasta cómo ganar la carrera contra reloj con el calentamiento global.
1 ¿Se puede ganar la batalla contra el cambio climático?
La temperatura del mundo no empezó a subir riesgosamente en este siglo; el fenómeno lleva prácticamente 150 años, pero se aceleró en los últimos 40, alentado por el boom económico global.
La alarma sí se encendió en esta centuria al ritmo de una naturaleza que no se cansa de dar señales: olas de calor donde antes no las había; glaciares que ya son solo agua; sequías en regiones históricamente húmedas y fértiles.
La advertencia vino primero de científicos, luego de organismos internacionales y ahora de las generaciones más jóvenes, las Greta Thunberg, agobiados todos por un consenso: si no se detiene el calentamiento, los fenómenos climáticos extremos serán cosa de todas las semanas en apenas unas décadas.
El paisaje del mundo será diferente, será peor. La década que empieza puede ser el momento bisagra para revertir el aumento de temperatura de la Tierra.
En el nivel de la calle, la movilización nunca fue mayor. Millones de jóvenes comienzan hoy la huelga del clima; cientos de miles de personas en rincones de todos sus países dedican su tiempo a limpiar los mares de plástico, a salvar especies en extinción, a proteger humedales, a prevenir la deforestación. La conciencia permea, a través de los más chicos, de los colegios a los hogares, y de allí al consumo. De a poco, las empresas e industrias -responsables de una porción de emisiones de gases- mejoran sus prácticas para acomodarlas a las exigencias ambientales planteadas por sus clientes.
Pero esa movilización no se refleja en la política de los gobernantes. Bajo el argumento de que perjudican a la economía, Donald Trump está a punto de revertir por completo las medidas de protección ambiental implementadas por Barack Obama. Por una razón similar, Jair Bolsonaro relajó los controles sobre la Amazonia al punto de provocar una catástrofe. Emmanuel Macron lo cuestiona, pero se olvida de que Francia emite más gases per cápita que Brasil. China va a la delantera de las energías renovables, pero también en el consumo de combustibles fósiles, principales culpables del efecto invernadero. La Argentina apunta a quebrar sus crisis crónicas y a salvar su economía con el gas y el petróleo de Vaca Muerta, justo cuando buena parte del mundo intenta abandonar esos combustibles.
La calle contrapone voluntad y determinación a la ambigüedad de sus líderes. Ellos tendrán oportunidad la semana próxima, en la cumbre del clima, de mostrar decisión ante la mayor amenaza del siglo, de buscar un compromiso que permita transformar la década del 20 en el momento en el que la humanidad encontró la forma de salvar su hábitat.
2 ¿Qué sucederá con la democracia liberal?
El calentamiento global tiene el potencial de crear daños irreversibles sobre el mundo, que afectan ya cómo vivimos y que condicionarán por completo cómo lo harán las generaciones por venir.
Con la segunda pregunta sin respuesta, el daño puede no ser inmodificable, pero esta amenaza también impactará directamente en la vida de la próxima década.
La democracia liberal se asentó en la posguerra y reinó en Occidente, con baches, durante la segunda mitad del siglo XX. Pero esta década que termina fue testigo de crisis económicas, inmigraciones masivas, cambios sociales, desigualdades que empezaron a acechar a la democracia, por derecha y por izquierda, desde América Latina y Asia hasta Estados Unidos y Europa.
La primera cara de esa amenaza fue y es el populismo, un fenómeno que nace y se desarrolla dentro de la democracia. Sucedió con Hugo Chávez y ocurre con Trump.
Pero estas décadas mostraron en la ahora Venezuela de Nicolás Maduro que el camino que comienza en populismo puede erosionar la democracia hasta convertirla en un verdadero autoritarismo.
Muchos son controles públicos, sostenes constitucionales y equilibrios republicanos que alejan a Estados Unidos de la posibilidad de convertirse en Venezuela. Pero la llegada de Trump a la Casa Blanca potenció y legitimó una oleada de líderes de corte autoritario dispuestos a estirar a un extremo los límites de la democracia liberal, siempre para favorecer su necesidad de poder. Nombres no le faltan a la tendencia: Viktor Orban, en Hungría; Narendra Modi, en la India; Rodrigo Duterte, en Filipinas; Andrés López Obrador, en México; Bolsonaro, en Brasil, y Boris Johnson, en Gran Bretaña. Y en otros países esos dirigentes y esos movimientos están listos y a la espera de la primera oportunidad de alcanzar el poder: Italia, Francia, Holanda, Alemania.
Cuánto resistirá la democracia como la conocemos es la otra gran pregunta que trae la década. ¿Se defenderá, como lo hace -con esfuerzo- en Italia o cederá hasta convertirse en híbridos, mezcla de las democracias occidentales del siglo XX y de la China de Xi Jinping?
La Argentina no estará ajena a ninguna de esas dudas; ambas condicionarán su vida y, eventualmente, la solución de su gran incógnita, la de la crisis económica permanente.
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