El sillón de Lenin y Rostropovich
Pasan los días y los libros, y cada vez más me interesan las notas a pie de página. No hace mucho releí Ser y haber sido, las memorias del notable director de orquesta y compositor ucraniano Igor Markevitch (1912-1983), y reparé en un asterisco en el que no me había detenido en la primera lectura. Tuve mi premio en la llamada al pie.
Desde 1914, la familia Markevitch se había establecido en Europa Occidental para que el padre de Igor, enfermo, recibiera un mejor tratamiento de sus pulmones. En 1916, se encontraban en Suiza, en la comunidad de Leyse, en una zona muy soleada. Ese mismo año, no lejos de allí, en los Montes de Bex, Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, alquiló una modesta casa de campo para el verano. Los lugareños de Bex ignoraban que ese hombre reconcentrado se convertiría en el líder de la Revolución Rusa. Muchos años después, el hijo del propietario de aquella pacífica propiedad de Bex recordaba el asombro de sus padres cuando veían llegar todos los días una enorme cantidad de cartas a nombre de aquel extraño inquilino. Los Markevitch, que ignoraban la cercanía de Lenin, estaban ocupados en arreglar Villa María, la finca alquilada cerca de Vevey donde pasarían una larga temporada. Pausa.
En 1961, Igor Markevitch era un renombrado director de orquesta y compositor. Tenía una casa en Suiza donde vivía con su segunda esposa, la princesa Topazia Caetani. Hasta allí fue a visitarlo Mstislav Rostropovich, el célebre violonchelista ruso, y su esposa, la no menos célebre soprano Galina Vishnevskaya, una diva con temperamento de diva. Para mostrarle lugares de interés, Igor llevó a los Rostropovich a la casa de Bex donde Lenin había vivido durante unos meses en 1916. En esa época, Mstislava todavía estaba en buenos términos con el régimen soviético. Galina era zarista. Se había comprado una cortina de un palacio de los zares y la limpiaba con sus propias manos cada semana.
La cabaña donde había buscado refugio el revolucionario estaba mantenida en 1961 tal como se la veía en 1916. El heredero de esas reliquias (tenía quince años cuando Uliánov vivió allí) era hijo del propietario que se la había alquilado a Lenin. El joven, devenido cuarentón, se había ocupado de que todo permaneciera igual, quizá con la esperanza de convertir aquel espacio en museo. De hecho, Molotov, el poderoso político y diplomático soviético, había visitado el chalet y comentó su deseo de que lo comprara la URSS.
Rostropovich, durante la visita, vio un silloncito bastante destartalado que le gustó. El guía-propietario le dijo: "Este era el sillón donde Lenin se sentaba a leer por las tardes". De inmediato, Rostropovich le propuso comprar el mueble por 30 dólares. El custodio del tesoro sentimental aceptó. El artista movió cielo y tierra para conseguir que el sillón viajara con él en el vuelo que lo devolvería a Moscú: lo logró.
Ya en la URSS, Rostropovich ofreció donar su adquisición al Museo Lenin, que se transformaría después de la caída del Muro de Berlín en parte del Museo Histórico de Rusia. El Museo Lenin rechazó la donación porque le parecía que la historia del sillón no era verdadera. Galina, terminante, resolvió que aquel souvenir quedara confinado en el balcón. Mstislav se resignó, pero no por mucho tiempo. Un día, sacó el sillón del balcón, lo hizo cargar por peones y subir a una especie de camioneta a la que también él subió. Lo trasladó personalmente al Museo Lenin donde lo dejó sin miramientos en el hall. Nunca más se supo donde está. Sí se sabe, en cambio, que la historia es verdadera porque el mismo Rostropovich lo cuenta en YouTube en ruso. Según me dijeron amigos moscovitas que me enviaron el link, el sonido es muy malo, pero permite establecer la autenticidad de la historia.