La casa
Marcelino, 80 años, vecino de Villa Devoto, se sintió mal y pidió a un amigo del barrio, César, que lo acompañara al hospital. Quedó internado. César volvió el día siguiente a visitarlo. La cama estaba vacía. Había muerto. Le dijeron que podía llevarse una bolsa en la que habían puesto su ropa, los zapatos, un par de anteojos. Marcelino vivía solo y decía que no le quedaban parientes; quizás algún primo lejano, en algún lado. César se enteró de que ahí, en el hospital, habían estado averiguando por la casa de su amigo. ¿Quedaría para alguien? Un médico le contó que los casos de personas que mueren en absoluta soledad y sin que nadie los herede, como Marcelino, son habituales en los hospitales. Y que entonces se pone en marcha un mecanismo sombrío de los que quieren usufructuar la situación. Hay mafias, le dijeron, que pagan bien esos datos. Al propio Marcelino, agonizante, habían intentado sacarle información. Su casa quedó al acecho de la industria de la carroña y ya quisieron ocuparla. Un vecino lo impidió. Otro le cambió la cerradura, lo que hoy la hace valer casi como un título de propiedad. César notificó al gobierno porteño, sin mucha expectativa. Sospecha que los buitres llegarán antes.
Que en paz descanse, Mar-celino.