Más que restaurar, los nuevos dueños de Babylonstoren, fabulosa propiedad de 1777, la revitalizaron. Parados sobre jardines de madurez espléndida y una construcción de conmovedora solidez, incluyeron elementos modernos discretos y sacaron a flote sus valores escondidos. Otro lindísimo ejemplo de casa de campo que compartimos con ustedes.
Una de las tantas cosas que atrajo a Karen Roos (exdirectora de la revista Elle Sudáfrica) a comprar esta propiedad es que, en sus 240 años, nunca había sido oficialmente "restaurada". Estaban intactos los gruesos muros encalados –típicos de tantos lugares cálidos, en los que son uno de los pocos recursos contra el calor– y también la inconfundible matriz colonial holandesa de esa parte del Cabo: las fachadas blancas con remate peraltado y los techos de paja.
Los mensajes de estas paredes que atravesaron tantas vidas eran clarísimos: instaban a respetar su robustez, recuperar la fibra más auténtica de la vivienda, exhibir el legado de su historia y a hacer más cómodos los espacios, pero de manera sobria.
Debajo de veintitrés capas de pintura, la dueña encontró la marrón-ocre primera, que tan bien equilibra la madera oscura de las vitrinas.
"Si las paredes fueran blancas, se tornarían invasivas y pesadas. Las ‘molduras’ dibujadas con tres líneas turquesas, blancas y caoba imitan las originales".
Más allá de su legado, esta es una auténtica casa de campo y, por eso mismo, acá se concentran la actividad y el encuentro. Los platos salen de la cocina Aga, verdadero lujo vintage, o del enorme hogar abierto.
Lo que prima en el estudio es la custodia de la tradición de Babylonstroren. Pero atención: en 240 años, la casa nunca estuvo deshabitada. No es un museo, sino un hogar.
En el ala de los dormitorios, éste combina una alfombra Aubusson, un biombo heredado y una composición de láminas y fotos enmarcadas encontradas en diferentes mercados de pulgas, canastos de rafia y lámparas italianas de brazo móvil.
Los baños tienen griferías y accesorios flamantes, pero que no desentonan con los gastados pisos de mármol.
Para elegir: sentarse a comer al fresquito, hamacarse con la vista perdida en el horizonte, o admirar parte del jardín.
Otro objetivo de los nuevos dueños fue honrar las labores en la huerta, manteniendo con esmero los jardines centenarios que en los siglos XVIII y XIX abastecían los barcos que tocaban el Cabo de Buena Esperanza. Desafíos grandes, pero todos portadores de alegría, de un privilegio. Mantener la tradición viva en medio de la más industriosa naturaleza.
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