El camp te lo debo: su ambigüedad brillante está ausente de la muestra del Met
Llegó, hace unas semanas, la noche en que el Costume Institute del Museo Metropolitano de Nueva York inaugura su muestra de temporada alta con un gran sarao, ocasión de empilche vistoso para pop stars y supermodelos y promoción de marcas. Desde que Anna Wintour, la matriarca de Vogue, preside el asunto, la gala se convirtió en un ritual de culto de la riqueza y la celebridad, donde los personajes invitados lucen atuendos tan cotizados como las cifras que les garantizan el acceso: 35.000 dólares la entrada, 200.000 a 300.000 las mesas.
El camp es el tema de la muestra este año. ¿Ni idea sobre el asunto? Ningún problema. Las cabezas pensantes responsables de la muestra tampoco parecen tenerla muy clara, por mucho que se hayan inspirado en el texto de referencia en el área, Notes on Camp, fértil e instructivo ensayo de la escritora estadounidense Susan Sontag publicado en 1964.
En una breve, quizá brusca, pero briosa síntesis (la aliteración es un recurso camp) de los apuntes de la Sontag (el apellido precedido del artículo determinado es otro), diremos que el camp es una opción estética cuyo valor patrón no es, como se acostumbra, la belleza según los cánones, sino el artificio. Y la exageración, agrega la autora. Yo diría el énfasis. Lo camp entiende el Ser, escribe Sontag, como la Actuación de un Rol. La teatralidad es su norma; la pose estudiadísima, su gesto natural. Las texturas, las superficies, el estilo priman sobre el contenido. La mirada camp no discrimina entre lo único y lo masivo, lo exclusivo y lo popular, el high y el low. Encuentra bueno el gusto que el orden gran burgués juzga malo. Todo esto con la distancia saludable, agrego yo, que da la autoironía.
El camp no desdeña ninguna forma de expresión de la imaginación o del pensamiento, siempre y cuando estén vinculadas o den lugar a lo decorativo y permitan privilegiarlo. Central al camp es su estrecha concordancia con la sensibilidad, las predilecciones de un gran número de hombres homosexuales, para quienes, en aquel tiempo, funcionaba como un código privado y que hoy perdura entre ciertos happy few. Ópera, ballet, novela, teatro, enumera Sontag. Y cine, claro. Cita como ejemplo máximo el ciclo de melodramas fastuosamente ambientados que Josef von Sternberg filmó en Hollywood en los años 30 con una soberbia Marlene Dietrich, deificada en cada fotograma en atuendos superiores de Travis Banton.
Los datos que he recogido –participantes, gacetillas, recorrido fotográfico detallado de cada sala de la muestra, entre otros– me bastan para ver que esta cadena de informaciones básicas que hacen al ADN del camp están ausentes en la muestra del Met, donde se ve poco camp pero mucho kitsch, ruidoso y carente de las sutilezas en las que el camp se deleita.
Ocurre que el Costume Institute depende de la moda oficial, la de las marcas y corporaciones, que asegura su buen pasar. No funciona como museo de trajes, sino como vitrina de corporaciones.
Esta vez, el sponsor del megashow es Gucci, la nueva marca máxima, cuya política visual rota en torno a la extravagancia a ultranza, al kitsch de lujo, sin pliegues camp. Otra vez, como para su muestra sobre el Punk, en 2013, el imperativo comercial hace que el Met reescriba la historia.
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