Aunque aún falta un largo camino por recorrer, algunos emprendimientos muestran que es posible construir desde una perspectiva diferente. Los proyectos de Michael Reynolds en Ushuaia y Mar Chiquita son sólo algunos ejemplos de una nueva forma de pensar la arquitectura.
La construcción sustentable y con consciencia social no sólo es posible, sino que cada vez son más los actores que se involucran en emprendimientos que tienen en cuenta la perspectiva a futuro, las necesidades humanas y el compromiso con la educación.
Michael Reynolds es uno de los que apunta en esta línea. Hace 45 años se reveló contra la arquitectura tradicional, a la que considera "alienada". Conocido como "el guerrero de la basura" trabaja en proyectos sustentables en diferentes lugares del mundo. El referente es un acérrimo defensor de la "biotectura", una forma distinta de edificar con la earthship –la "nave tierra" como su máxima expresión–. Se trata de viviendas construidas con métodos sencillos y usando lo que está a mano, en especial, eso que a simple vista solo parece basura.
La bioarquitectura toma a la vivienda y a su entorno como una unidad. Para ella la propiedad debe ser saludable, sostenible y tiene que responder en forma directa a las necesidades biológicas, sociales, psicológicas de la persona dentro de la comunidad, más que a demandas creadas por el mercado. Su costo no varía mucho respecto de la construcción convencional. Si bien se requiere de materiales de menor valor como tierra o reciclados lleva una mayor cantidad de mano de obra y los sistemas de energía fotovoltaica y de tratamiento y depuración del agua que se instalan son más caros que los de una vivienda tradicional.
Pero el ahorro llega al momento de habitarlas; las "nave tierras" resuelven por sí mismas la provisión de energía eléctrica, el tratamiento y recolección de aguas, así como también su diseño solar pasivo evita costos en refrigeración y calefacción. En su vida útil es cuándo se ve la conveniencia económica. Cada unidad es por completo independiente de la red: no recibe energía eléctrica, tampoco agua ni gas, produce sus propios alimentos y cuenta con un sistema para el manejo de efluentes.
Reynolds creo a la organización Earthship Biotecture. Heidi Loehrer es la coordinadora interna de esta organización que trabaja en el desarrollo sostenible y en métodos educativos y la promoción de valores que apuntan a mejorar la calidad de vida y la relación con el entorno y el medio ambiente.
El arquitecto estadounidense comenzó a construir con basura porque en 1970, lo asustó la cantidad de residuos que estaba generando la humanidad, lo que lo impulsó a hacer algo al respecto. Su concepto se ha ido desarrollando a través de los años para crear una manera de construir que realmente cuide a los habitantes. "Las "nave tierra" usan los recursos del ambiente para proveer energía, agua y alimento y tratan sus propias aguas residuales. Permiten vivir independientemente y de manera más libre", dice Loehrer, quien destaca que este tipo de naves obtienen energía del sol y del viento. Además, allí se siembra comida, por lo que el costo de alimento se ve disminuido. Sin dejar ningún detalle librado al azar, Loehrer subraya que además toman agua del cielo, por lo que no están sujetas a toxinas frecuentemente encontradas en el agua.
Este tipo de proyectos tiene en cuenta que generar consciencia es fundamental para un futuro mejor. Así, Loehrer explica que uno de los puntos importantes que tienen en común todos los emprendimientos es la educación: "Incorporamos en nuestros proyectos a estudiantes. Generalmente hay entre 40 y 60 ayudándonos. Vienen de todo el mundo. Estas obras se han convertido en un núcleo para la gente a la que le importa el planeta y que quieren hacer algo constructivo al respecto. Nos da esperanza ver un océano tan inmenso de gente haciendo un intento tan hermoso", relata Loehrer.
Los casos, en el país
En la Argentina, Earthship tiene ya dos emprendimientos. El primero, Tol–Haru, la "nave tierra" del fin del mundo. Está ubicado en Ushuaia, en un terreno céntrico donado por el municipio. Este es un proyecto que ganó visibilidad gracias al documental "nave tierra", realizado por los artistas Elena Roger y Marcelo Torre -impulsores de este emprendimiento y entusiastas participantes- quienes muestran cómo fue el proceso de construcción de la primera vivienda autosustentable del país. Tol-Haru está construida completamente con materiales reciclados, tiene la capacidad de calefaccionarse y refrigerarse a través de energía eólica y solar, de reutilizar el agua de la lluvia y hasta de reciclar sus propios residuos. En este emprendimiento trabajaron más de 60 personas provenientes de diferentes partes del mundo, a través del reciclaje de 350 neumáticos, 3000 latas de aluminio, 5000 botellas de plástico y 3000 de vidrio.
La construcción consta de dos volúmenes cilíndricos de 50 metros cuadrados y un armazón de cristales que permite que la vivienda mantenga una temperatura constante entre 18 y 22 grados, ahorrando energía eléctrica. La "nave tierra" de Ushuaia llegó como una respuesta a la contaminación en el área, especialmente la del agua. "Fue construida como una demostración, con la esperanza de que la gente pudiera ver cómo una estructura realizada con basura podía tratar sus propios residuos y mantener una temperatura cálida sin usar combustibles fósiles", relata la especialista quien en 2018 inauguró la primera escuela sustentable del país. Actualmente, Earthship trabaja en cuatro edificios, dos de ellos son residencias para ex estudiantes de la academia de la misma fundación, otro es un inmueble de renta, y el cuarto es una construcción humanitaria en Puerto Rico. Allí, cuenta Loehrer, un granjero donó su tierra para ayudar en el proceso de reconstrucción luego del huracán María.
Reynolds levantó más de 2000 earthships en varios países. En la mayoría de los casos son prototipos, pero las casas también fueron fabricadas en sitios sacudidos por tragedias climáticas como Haití, Islas Andamán (India) o Nueva México; o con graves crisis habitacionales como Sierra Leona. El punto en común es que todas las "nave tierra" son autosuficientes en un 80%; contienen invernaderos que proveen todo tipo de frutas y verduras y un complejo sistema de filtrado de agua. El reto es combatir el cambio climático. "Vemos una tendencia a una mayor consciencia acerca del planeta, pero también es frustrante porque la humanidad está dando ‘pasos de bebé’ cuando necesitamos correr a toda velocidad", concluye.
La arquitectura social implica abrirse a nuevos modos de pensar la disciplina que incluyan a las comunidades locales y que comprendan las problemáticas sociales de cada lugar. Handel Guayasamín, arquitecto ecuatoriano y ex presidente del Colegio de Arquitectos del Ecuador, plantea que se trata de un tema complejo, pero necesario de abordar. Para él, el punto de partida es que todos los habitantes del planeta necesitan una morada. "La posibilidad de acceso a un espacio digno está atravesada por un mundo mercantilizado y un porcentaje muy grande de la población de las ciudades vive en condiciones precarias", relata. Se refiere a que la vivienda es uno de los bienes más caros. El arquitecto considera necesaria una política pública que obligue a un criterio de diversidad. Es preciso, dice, crear espacios que fomenten la interacción, la relación entre los ciudadanos y evitar que se generen burbujas. "Los distintos programas de vivienda social en general son nuevos conjuntos todos iguales, apartados de todo. Esto produce ciudades pobres, segregación y aislamiento. Hay que actuar desde lo existente, con distintos profesionales involucrados", apunta. Agrega que hoy prima en general una arquitectura esteticista y de sublimación del ego. "Existe una demanda que crece y es necesario enfrentarla desde programas replicables, masivos, de buena construcción y que involucren a la propia comunidad", explica a la vez que plantea que hay que pensar en la dimensión y en los saberes sociales. Por caso, un grupo que trabaja en diferentes obras que apuntan a cubrir las necesidades con herramientas locales e involucramiento de la comunidad es Al Borde. En 2013, por ejemplo, construyeron la primera escuela de Cabuyal, una comunidad de pescadores y agricultores apartada de la provincia de Manabi. El proyecto surgió para dar respuesta a una necesidad social, dado que, hasta ese momento, la mayoría de los habitantes de la región era analfabeta. Luego de llevar a cabo el emprendimiento, el estudio notó que muchos habitantes habían trasladado la solución arquitectónica de la escuela a sus propias casas. A raíz de esto, desarrollaron el proyecto adicional de una escuela de arquitectura que ofreciera las herramientas a los pobladores para poder construir ellos mismos.
Construir a conciencia
Alrededor del mundo, son varios los arquitectos que tratan de generar consciencia sobre la necesidad de construir en base a las demandas de la comunidad, y con metodologías sustentables. Otro caso es el de Chile. En 2011 el arquitecto Mauricio Lama Kuncar trabajó a partir de un encargo de la Fundación Nuestros Hijos –dedicada a ayudar a niños con cáncer de familias de escasos recursos–. Allí se necesitaban hogares para albergar a familias de zonas rurales que habían perdido sus propias viviendas en el terremoto de 2010. Las casas no debían tener más de 50 metros cuadrados, para familias de tres a cinco integrantes. La salud de los niños exigía que fueran cómodas y funcionales en temas de temperatura, luz y ventilación.
En este caso, los materiales que se usaron tanto en la estructura, revestimientos y de aislación térmica fueron seleccionados bajo el criterio de que no emitan gases contaminantes en su vida útil. El foco estaba puesto en los niños afectados por cáncer y lo susceptibles que son a residuos y partículas en suspensión. Además, se los motivó utilizando los colores elegidos por los niños que habitarían las casas, como un factor de identificación y participación. Pero la bioconstrucción en la Argentina está todavía en una etapa inicial, se necesitan políticas de desarrollo, leyes y reglamentación que la impulsen.
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