El sorprendente fuerte de Masada en el desierto de Judea, en Israel
El siguiente relato fue enviado a lanacion.com por Ariadna García Spina. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 5000 caracteres y fotos a LNturismo@lanacion.com.ar
Nuestro recorrido inició, más o menos, a las siete de la mañana. Nos levantamos para ver salir el sol sobre las aguas del Mar Muerto; las sales brillaban en la playa como diamantes y, desde el otro extremo del mar, se divisaba como trazada en lienzo la silueta de Jordania. Durante el invierno, en Israel, oscurece completamente a las cinco de la tarde; por lo cual, después de un rápido desayuno en el hotel, no perdimos más tiempo y nos pusimos en marcha.
Viajamos 21km por la ruta 90. Habíamos alquilado un auto, lo que recomiendo completamente para recorrer cualquier parte del país, ya que en Israel el transporte público no es algo que se utilice con frecuencia, además sus recorridos son limitados y sus horarios un tanto confusos.
Mientras más nos adentrábamos en el desierto, más sentía que me alejaba de la civilización para viajar a otro tiempo. Atravesado por numerosas ramblas, cañones profundos y una arena rojiza –gracias a los fuertes rayos del sol– el desierto de Judea fácilmente simulaba lo que podría ser una caminata por Marte. Lograba hacerte sentir sola y pequeña frente a semejante inmensidad. Como escribió Maestro Eckhart en su libro El fruto de la nada: "El desierto no tiene lugar ni tiempo, de su modo tan solo él sabe".
Después de unos cuarenta minutos de viaje, finalmente, llegamos a nuestro destino. Ubicada en los márgenes orientales del desierto de Judea, en las cercanías de Sodoma y Ein Guedi, se encuentra la meseta de Masada. Incluida por la Unesco en 2001 en la lista de los sitios del legado cultural de la humanidad, Masada es el último fuerte de los combatientes por la libertad judía frente al ejército romano.
Construida como un palacio fortaleza por el rey Herodes, esta imponente construcción tallada en la piedra simboliza el término del reino de Judea y, desde un punto de vista más universal, es considerada un símbolo de la lucha constante de la humanidad contra la opresión y la libertad.
El área total del parque es de 340 hectáreas y su altura es de unos 450 metros sobre el nivel del mar Muerto.
Por la puerta bizantina
Hay tres maneras de subir: dos por el este, en teleférico o por el llamado sendero de la serpiente –aproximadamente 45 minutos a pie– y, por el oeste, a través de una senda autorizada que pasa por encima de la rampa de ataque romana. Para subir, elegimos la última opción; la subida duró aproximadamente quince minutos.
Llegamos hasta la puerta occidental bizantina, una puerta de piedra labrada que se encuentra al final del sendero de la rampa. Nos encontramos con una gran cantidad de turistas dispersos por todo el terreno, había carteles y senderos marcados que te indicaban el camino hacia las ruinas, bien conservadas. Grupos pequeños seguían a sus guías y se escuchaba una rica diversidad de idiomas.
Desde la puerta occidental hay dos caminos seleccionados para iniciar el recorrido, elegimos el de la derecha que nos llevó hacia el palacio occidental, el más grande de los edificios de Masada. A la derecha del palacio se encuentra una maqueta del edificio reconstruido. Subiendo por una escalinata del extremo norte del patio se llaga al segundo piso, del cual se tiene una vista del complejo de baños, cuyo piso es un magnífico mosaico de colores.
Saliendo del palacio y siguiendo el sendero se llega a la iglesia bizantina, uno de los edificios mejor conservados, con otra exposición exquisita de mosaicos en el suelo. Cuando terminamos de recorrer el sendero llegamos a la perla arquitectónica de Masada, el palacio norte. El palacio se levanta sobre tres terrazas de roca natural, con una diferencia de altura de unos 300 metros. La plataforma superior se conserva conforme a los planes de los días de Herodes, la sección de residencia del rey y un balcón panorámico, desde el cual se divisan perfectamente los restos del sistema de asedio romano, que parecen cuadriculas en la arena y, el antiguo camino hacia el norte. Este punto permite ver las plataformas inferiores, además de ofrecer una vista impresionante del desierto. Las sombras en las dunas creaban una sensación de movimiento, como un mar de olas y, desde la cima, se distinguía el llamado sendero de la serpiente y un grupo de camellos caminando libremente.
En el cuarto sur-oeste se conservó el piso de mosaico con sus motivos hexagonales en blanco y negro. Desde allí se llega a una explanada de roca de la cual se baja a la plataforma central. En ella antiguamente había una sala circular rodeada por columnas, de las cuales solo se conservan las bases. Los últimos peldaños de la bajada a la plataforma inferior se conservan hasta hoy.
Al muro sur de la plataforma se encuentran adosadas columnas con capiteles corintios. Del este del edificio bajan gradas hacia una terma pequeña donde se encontraron tres esqueletos humanos, restos que demuestran los hechos ocurridos en la última noche de Masada. Desde aquí se regresa y se vuelve a continuar con el recorrido.
Nuestra visita terminó cuando atardeció y el cielo se llenó de colores rojizos y anaranjados. Nos fuimos satisfechos de haber podido sumergirnos en esas tierras repletas de años de historia y, hasta el momento puedo seguir diciendo que fue uno de los lugares más impactantes y sorprendentes que tuve la oportunidad de conocer.
¿Vacaciones con un giro inesperado? ¿Una aventura que marcó tu vida? ¿Un encuentro con un personaje memorable? En Turismo, queremos conocer esa gran historia que siempre recordás de un viaje. Y compartirla con la comunidad de lectores-viajeros. Envianos tu relato a LNturismo@lanacion.com.ar. Se sugieren una extensión de 5000 caracteres y, en lo posible, fotos de hasta 3 MB.
LA NACION