Mundial de rugby. El último testigo en pie del horror de Hiroshima
OSAKA, Japón.– El único edificio que se conserva de aquella época es el Industrial Promotion Hall. Sus paredes quedaron en pie debido a que la bomba explotó exactamente 600 metros sobre ellas y la onda expansiva cayó casi perpendicular, como los rayos del sol al mediodía. La emblemática cúpula quedó reducida a hierros quemados. Así y todo, la prefectura de Hiroshima eligió conservarlo. Setenta y cinco años luego de que el 6 de agosto de 1945 esta ciudad fuera víctima de la primera bomba atómica arrojada por el hombre, el edificio ahora denominado "Atomic Bomb Dome" es el único resabio de aquel genocidio. El único resabio material, al menos, ya que el desastre permanece en la memoria del pueblo.
A apenas dos horas vía shinkansen (tren bala) hacial sudoeste de Osaka, donde los Pumas se preparan para su segundo partido en el Mundial de rugby Japón 2019 (el sábado, contra Tonga, a la 1.45 de la Argentina), Hiroshima se erige como una ciudad moderna, dinámica e industrial, un símbolo de la cultura y la mentalidad japonesas.
Enclavada en la bahía del mismo nombre, Hiroshima está atravesada por seis canales que rompen la tierra como cuñas y obligan a una cantidad de puentes que le dan cohesión. Luego de la bomba, renació íntegramente y hoy luce hoteles esplendorosos, anchas avenidas y un simpático tranvía (Hiroden) que la dotan de un estilo propio.
Una ciudad que resurgió de las cenizas. Literalmente. Hiroshima tomó su destino de horror sin encontrar razones pero sin perseguir rencores y lo transformó en una lección para la humanidad.
El Atomic Bomb Dome está en la punta del Parque de la Paz. Antes de llegar al otro extremo, al Peace Memorial Museum, se suceden varios enclaves emblemáticos, como la Llama de la Paz, que se encendió el 1 de agosto de 1964 y promete permanecer así hasta que haya desaparecido la última arma nuclear; el cenotafio, un homenaje a las víctimas de la bomba con forma de arco y nombres de caídos –que siguen apareciendo–, y el Monumento a los Niños, construido luego del fallecimiento de Sadako Sasaki.
Pero es en el museo donde se llega a experimentar el horror que vivió Hiroshima. Con una intensidad infinitamente menor a la de los que lo padecieron, pero suficiente como para conmover hasta los huesos y cuestionarse la existencia.
En un círculo horizontal de unos tres metros de diámetro se proyecta la reconstrucción de lo que ocurrió a las 8.15 de aquel 6 de agosto de 1945. La proyección, a la altura del abdomen, replica una vista aérea de Hiroshima. Los tejados a dos aguas se aglomeran, la imagen se aleja. Aparece la bomba que empieza a descender, se abre y de golpe una luz se expande y convierte todo en cenizas. Un humo denso blurea la imagen y cuando se disipa todo lo que queda es tierra arrasada. Todo en apenas unos segundos.
Las primeras imágenes exhibidas son las dos tomadas en el día del atentado. Son de unos niños desolados y aturdidos, como empañadas: consecuencia de las lágrimas del fotógrafo Yoshito Matsushige.
Una suerte de sombra se interpone en dos escalones y una pared blanca. La onda expansiva de la bomba emitió un calor letal de entre 3000 y 4000° que blanqueó todas las piedras. La huella de quien estaba sentado allí quedó marcada para la eternidad. Las prendas de las víctimas ajetreadas, objetos de hierro calcinados (un triciclo, un buda), rastros de la lluvia negra grabada en la pared (agua con cenizas que los sobrevivientes, sedientos, tomaban mirando al cielo, solo para sufrir consecuencias peores), instrumentos utilizados para el rescate y la curación a las víctimas, diarios íntimos inconclusos.
Lo más estremecedor es cada historia de vida que la audioguía relata; algunas, en primera persona. Sadako Sasaki tenía dos años cuando explotó la bomba, a aproximadamente 1,6km de él. Salió volando por una ventana, pero no sufrió heridas de gravedad. A los 11 se le diagnosticó leucemia. Su muerte, un año después, se convirtió en un símbolo de los efectos de la radiación nuclear y despertó conciencia al respecto en el mundo.
A media hora de la estación central de Hiroshima, un ferry cruza hacia la isla de Miyajima. La belleza contagia. Uno de los ciervos que caminan por allí se come el mapa del periodista. En lo alto sobresale un templo. De cara a la costa, como flotando en el agua, el pórtico del santuario de Itsukushima, patrimonio cultural de la humanidad, da la bienvenida. Frente a él, sobre la playa, en medio de símbolos religiosos y esculturas de piedra, irrumpe un local de Starbucks. Estados Unidos es el segundo socio comercial de Japón, detrás de China. Y de aquel 6 de agosto de 1945.