Clásico de sangre. Gabriel y Diego Milito, ahora desde afuera, en un duelo que tuvo varios capítulos
Todo empezó en Bernal, la pequeña ciudad de tradición obrera que se recuesta sobre el Río de la Plata. Barrio de trabajadores, de casas sin lujos y de fachadas sencillas. En esas calles se criaron Diego y Gabriel Milito, que eligieron caminos distintos para desarrollarse en el fútbol profesional. Se midieron en la cancha, porque como futbolistas protagonizaron clásicos del fútbol argentino y también fueron rivales en Europa; se miraron de reojo cuando el Príncipe decidió pegar la vuelta para retirarse con la camiseta de Racing y su hermano ya desandaba el rol de director técnico en Estudiantes. Hoy, en La Plata, serán otra vez actores de un juego, ese que los apasiona desde los días que el escudo de Viejo Bueno, un club de Quilmes, los hacía batallar codo a codo por los mismos colores. La Copa de la Superliga, el reto que une y divide al manager de la Academia y al entrenador Pincha.
Diego Milito es sinónimo de Racing, al extremo que tiene una calle con su nombre en Avellaneda. Su identificación es total y los títulos fortalecieron la relación idílica con el público. Goleador, capitán, campeón como futbolista y recientemente como manager. La estrella de 2001 fue revalidada con la de 2014, cuando decidió abandonar el confort de Milán para involucrarse con la Academia. El club transitaba una profunda crisis: cinco entrenadores en una temporada y un vicepresidente, Víctor Blanco, que tomaba las riendas. Volvió para ser una guía, la recompensa fue la vuelta olímpica. El retiro como jugador, en 2016, fue una pausa para descubrir y pulir la nueva función: un año después impulsó la secretaria técnica, con la que hace menos de un mes celebró el título de la Superliga.
Enfrente, Gabriel y sus antecedentes como futbolista de Independiente, relación que hizo que en su primer ciclo con Estudiantes los simpatizantes platenses lo tuvieran bajo estudio. Los resultados y la propuesta futbolística revirtieron aquella desconfianza. El nuevo episodio tiene el respaldo de Juan Sebastián Verón y las charlas con Alejandro Sabella lo blindan; mientras, busca imprimirle su sello a una estructura que se renueva en nombres: Retegui, Pellegrini, Mura, Bazzana, Estévez… "La familia vive este partido con tranquilidad. Con Diego nos hemos encontrado muchas veces, es algo natural para nosotros. Es un rival como todos los demás, no hay nada especial", transmitió el DT, que en el historial de cruces llevaba ventaja como jugador –cinco triunfos y un empate–, aunque marcha abajo desde que eligió el buzo de entrenador: dos derrotas en dos juegos.
La serenidad y el acostumbramiento por aquellos clásicos entre Racing e Independiente o los juegos entre Internazionale y Barcelona, no siempre fue tan así. En 2003, en cancha de Lanús, el duelo de Avellaneda expuso la rivalidad deportiva, mientras en la platea papá Jorge y mamá Mirta, junto con otros 18 familiares, no salía del asombro. Diego le pide tarjeta roja para Gabriel al árbitro Horacio Elizondo –que fue profesor de educación física de ambos en la escuela primaria–, mientras el zaguero insulta al Príncipe. "Lo de Diego es increíble", se quejaba Gabriel, tras el control antidoping, también por una patada que el delantero le tiró después de un encontronazo. "Ya vamos a hablar en casa". El goleador, respondió: "Somos hermanos, pero en la cancha es un rival y yo quería lo mejor para Racing. Si vamos a hablar espero que no proteste mucho".
Cuestiones de familia. Historia de hermanos como las de Diego y Gabriel Milito son una rareza, pero no son las únicas. Jerome y Kevin-Prince Boateng jugaron el Mundial de Sudáfrica 2010 y el de Brasil 2014 pero con distintas camisetas: Alemania, el primero; Ghana, el volante. Hijos de Mazinho, exvolante de Brasil, Thiago Alcántara y Rafinha se midieron con los colores de Bayern Munich y Barcelona, pero también con los de España y Brasil, respectivamente. La madre de Granit y Taulant Xhaka con una remera dividida con las banderas de Suiza y Albania en las gradas en la Eurocopa 2016 también fue noticia: por primera vez dos hermanos eran rivales en un juego de la máxima competición europea de selecciones.
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