Juan Maciel: la historia del jockey clásico al que solo un grave accidente pudo vencer
Juan Maciel no fue una estrella entre los jockeys. No tenía una postura académica, se desarmaba en los finales en los que había que exigirle todo y más a su caballo. Para ganar. Solo algunos, cuando rompían sus boletos, y los puristas eran capaces de criticarlo, de señalar su equitación poco ortodoxa. Pero nadie podía decir que le faltaban garra y arrojo. Ni bajarlo del top 5 en su tiempo. "Fui un luchador de la profesión; del primero al quinto le defendía la plata al propietario y al apostador", dice hoy, 23 años después de retiro, cuando un accidente grave en la pista lo sacó del turf.
Desde 1977 hasta 1995, la Fiera (¿qué otro apodo podía inspirar?) fue el jinete que perdía la gorra, el que llegaba con la chaquetilla desabotonada después de una ardorosa definición. Pero también fue el jockey de New Dandy, de Double Paid, de Tocopilla, de Ráfaga. El que ganó todos los clásicos de San Isidro, donde el célebre, intimidante repecho en la recta de césped era el escenario ideal para su estilo sin concesiones, despojado de la estética por llegar primero.
Ahora, a los 61 años, está en San Isidro en cada reunión, pero no viste botas ni breeches. "La Gremial me designó para acompañar a los jockeys en todo lo que necesiten. Trabajo con Miguel Abregú (secretario de los jockeys en el sindicato). Estoy contento, en lo que me gusta".
Maciel califica su paso por el turf como "agridulce". Porque además de la entrega y los grandes triunfos hubo caídas, fracturas, convalecencias prolongadas y alguna suspensión. "Empecé en el 77; tenía 17 años. Salí de la escuela de La Plata. El primer año peleé la estadística con Candelario Cáceres, que fue mi compañero en la escuela, y la gané por dos triunfos. Gané seis veces la estadística de La Plata".
La Fiera empezó en Bahía Blanca, Villa Garden Green, el barrio Espora. "Me gustaban los caballos, mi papá me había comprado una petisa. Mi hermano mayor, Juan Domingo, era jockey cuadrero, y me llevó a Algarrobo. Tenía 15 años. Vareé un cuadrero en el Hípico, que tenía una pista redonda de salto y lo corrí en Bordeu. Yo era rápido para la cinta. Se llamaba Cielito, ganó disparando. Gané tres carreras más en Algarrobo y me vine".
El muchacho que había aprendido a correr con freno tuvo que cambiar al filete, obligado. "Vos me viste correr, de acuerdo con el apuro… El filete se maneja distinto, pero tuve que adaptarme, todos usaban filete, ayuda más al caballo, que se afirma mejor en las patas. Con el freno hay que echarse en los finales. Hice una mezcla: hasta los 500 era filetero y de los 500 para el disco, como podía".
En La Plata empezó con un cuidador, Roque Herrera. "Se hizo mi tutor y me llevó a lo de Ramón Sarfiel". Herrera le ofreció todo: consejos, trabajo y un lugar para dormir, en el stud. Se quedó seis meses. Dos años pasó en la Escuela de Aprendices. "Gané las 60 carreras –el requisito entonces para recibirse de jockey– en 7 meses. Se corría jueves y algún domingo, con 10 carreras como máximo. Corrían Triviño, Cañedo, José María Corso, Sabín, los Sandoval, Gorrais, Igarategui… era bravo. Aprendí mucho. Miguel Cañedo era el mejor de todos".
Sarfiel era uno de los cuidadores importantes en el Bosque. "Trabajaba pero no tenía montas y Sarfiel me preguntó cuándo podía correr. Le dije ‘ya’. Me dio una yegua chiquita, Charniza, que debutaba. ‘¿Te animás a correrla?’. Entré 3º. Después me ofreció a Shake Gold, al que corría Cañedo, que tenía cinco compromisos en la carrera: ‘¿Entrás en 48 kilos?’, y cuando le contó al dueño, de apellido Olivieri, le respondió ‘¿Ese negrito, que corrió una sola? Noooo’. El negrito era yo y la carrera, un handicap. Ramón convenció al propietario y me dijo que largara y esperara, pero salió adelante. ‘¡Nene, tenés que venir más atrás!’, me gritó Cañedo, con el favorito, Navideño Taura, que nos daba 12 kg de ventaja. Lo arrimé y ganó por 200 metros… El matungo me llevaba a mí. Fue la primera que gané". Después, a Shake Gold lo llevaron a Estados Unidos y ganó tres.
La conquista de la Plata, las estadísticas ganadas allí, no le garantizaron a la Fiera el éxito en Palermo y San Isidro. "En el 80 no podía ganar en Palermo. Yo no quería ir más. Hasta que levamos un caballo, Sloopy, que tenía problemas en La Plata. Vine cuarto en el desarrollo, me junté en los 300 con Sarati, Pezoa, Figueroa, Sanguinetti y entraron seis caballos en bandera verde: mínima, mínima, hocico, mínima… Fue la primera que gané en Palermo. Dio 60 pesos."
A los tres años de iniciarse en el Bosque, Maciel se compró "el autito", como dice. "Ahí te vino a buscar la Chevy", cuenta que lo cargaban sus compañeros. "Apenas se me veía la cabeza en la cupé", se ríe. Y al poco tiempo conoció otro "auto". "Empecé a correr los caballos de Happy End y vinieron los clásicos importantes. New Dandy ganó el último Pellegrini de Palermo (hoy GP República Argentina), tres veces el 9 de Julio, dos veces el 25 de Mayo. Era un Mercedes Benz; lo más difícil era amansarlo, era apurado. Cuando trabajaba arreaba una pata, la tenía dura, pero en cuanto le ponías la montura rompía los relojes. Era gran pastero".
No fue el único caballo que le dio chapa de jinete clásico a Juan. Con La Esperanza y Malí se llevó el Félix de Álzaga Unzué; con Odalea y ante Ultrasonido, el Anchorena. El Pueyrredón tres o cuatro veces; con Tocopilla y Fiara la Copa de Plata. "Gané casi todos los clásicos de San Isidro, creo que no me quedó ninguno". En Palermo sumó el Nacional, con Clorhidratante.
La vida de Juan Maciel en las carreras terminó en noviembre de 1995. Una prueba de 1200 metros en la pista de arena de San Isidro. "Trabajé un caballo de Mar del Plata y le dije al cuidador que estaba falto, gordo, que lo esperara dos semanas para ponerlo mejor. ‘Voy a hablar con los patrones’, me dijo. Cuando llegué a San Isidro vi que no estaba borrado y tuve el presentimiento de que algo me podía pasar. Si no lo corría no podría montar a los demás en la reunión. Largó, se le fueron las manos y vino uno con Edgardo Gramática y me pisó. Me afectó un riñón, costillas, bazo. Estuve 15 días en terapia intensiva. El riñón estaba partido. Hacía dos semanas me habían traído el chaleco y si no fuera por eso me pasaba la pata al otro lado, quedaron dobladas las barras (de acero). No parecía que estaba lastimado el bazo y yo caminaba, me podía haber muerto en cualquier momento. Pasados los 30 días ya no había riesgos, pero justo a los 30 días me llevaron al sanatorio. ‘Me estoy muriendo’, les dije a los de la ambulancia. Trajeron un cirujano en helicóptero desde el Británico que me sacó el bazo. No corrí más. Tenía 38 años. Tuve que hacer juicio al hipódromo para que me indemnizaran".
En el medio, hubo un incidente desagradable, que Juan recuerda con dolor y por el cual recibió una suspensión que luego fue reducida: en San Isidro, el starter Diego Vidal Bazterrica dio la orden de largada pese a que Maciel le advirtió que su caballo no estaba bien parado, y rodó a pocos metros de la suelta. "Los starters no te daban mucha bolilla. Él recién empezaba. ‘Señor, le pedí que no me largue’, le dije, todavía en el piso, y me vino a retar". La respuesta del jockey fue un golpe con el casco a Vidal. "La reacción mía no corresponde, después fui a pedirle perdón y me sacó corriendo".
La vida del hombre común Juan Maciel pasó después por Estados Unidos. "Estuve dos años en Los Ángeles, trabajé de palafrenero en Santa Anita y Hollywood Park. Un día decidí volver. Me fui a Misiones con mi segunda mujer; tenía un negocio en Apóstoles, a 60 km de Posadas. Volví el año pasado para hacerme estudios del riñón, pero pienso quedarme".
Juan vive hoy en Martínez. Tiene dos hijos (Javier y Federico) y es abuelo de un varón. "Es una profesión dura, desgastante para la familia. Perdí muchas cosas por el trabajo". Uno de los costados amargos. "Gané mucho y fui un jockey reconocido, pero también tuve muchas caídas, no por meterme con poco espacio en los desarrollos, sino porque se rompían los caballos". No se queja Maciel, pone todo en la balanza. Todas las heridas están sanadas.
Se venían los indios
Cuando vino Falero me tuve que ir de Vacación, pero Double Paid se quedó sin monta (lo corría Karamanos) y me lo dieron. Corrí el Martínez de Hoz, entré quinto. Después se puso bien de algunos problemitas que tenía y gané el 25 de Mayo, el Pueyrredón... A mí me gustaba correr la larga, tenía condición para eso. Había que tener conducción y no aflojar. Los jockeys me decían que parecía que venían los indios cuando yo corría porque gritaba, le ponía ganas, el rigor que me caracterizó. Era imposible de imitar. Tenía ese estilo, postura fea, me desarmaba todo para exigir. Con Ráfaga se me rompió la rienda en el Atucha, la puse en la cabezada y la pude hacer doblar, pero ya se había disparado y sacado 300 metros".
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