El día que la selección argentina volvió a dañarse: una historia de filtraciones, reproches y videos
BELO HORIZONTE, Brasil.– Demasiado pronto, la selección empezó a transitar el camino de las miradas fruncidas. La Copa América apenas camina y el ecosistema cerrado en el que se mueve aquí la delegación de 64 personas ya ofrece señales de tensión. En un entorno donde manda el excesivo control para blindar la intimidad, la chispa que levantó la temperatura se encendió casi a la vista de todos. No había que ser un escalador del Everest para subirse a un morro en el lado de afuera de Cidade do Galo –el sitio del entrenamiento del martes– y poder observar lo que alllí adentro pasaba, algo que convenientemente registraron los canales de TV. Una reunión bajo el sol del mediodía, que empezó como una iniciativa del entrenador para marcar aspectos del juego y siguió con la marcada intervención del capitán del equipo, lanzó el alerta. Si Scaloni y Messi protagonizaron ese momento no fue precisamente porque estuvieran alineados: con el partido ante Paraguay a un día, el clima no era el de un equipo que ajusta mínimos detalles sobre cómo ejecutar un córner...
El tema es más viejo que las relaciones públicas y privadas: la molestia del plantel por enterarse a través de la prensa de detalles que maneja el cuerpo técnico sobre la formación del equipo. El rumor instalado en la noche del lunes sobre la salida de Sergio Agüero –ratificada en la practica– fue el disparador y lo que cambió el tono de la charla, que discurría inicialmente sobre los ajustes que Scaloni ya había plantado en la cancha. Pero el impacto de los cuatro cambios –Lautaro Martínez por Agüero, Milton Casco por Renzo Saravia, Rodrigo De Paul por Ángel Di María y Roberto Pereyra por Guido Rodríguez– quedó a un costado cuando empezó el ida y vuelta. El reclamo de los futbolistas descubre que ese celo que busca impedir cualquier tipo de contacto –el plantel vive encapsulado en el hotel, lejos de la vista de cualquiera que no lleve el escudo de la AFA– resulta vano. Al cabo, lo que tiene que saberse, se sabe. Lo grave, en todo caso, es que no se respete la secuencia. ¿Puede el entrenador cambiar medio equipo? Sin dudas, es parte de sus atribuciones. El problema es que los afectados se anoticien por un familiar que estaba mirando la TV en Argentina. Será difícil remontar esa desconfianza.
La conversación grupal de 40 minutos se dio alrededor del centro del inmejorable campo de juego del predio de Atlético Mineiro –donde vivió la selección durante el Mundial 2014–, ya sin periodistas ni cámaras en el predio, que habían observado en primer plano la entrada en calor en la práctica. En esa charla, de la que participó todo el plantel, después de Messi fueron tomando alternativamente la palabra los referentes: Otamendi, Agüero y Di María. ¿La reacción improvisada sobre el césped hubiera sido la misma si los que salen del equipo hubieran sido jugadores sin cartel? En el terreno de la especulación, es posible pensar que los apellidos Agüero y Di María son demasiado pesados como para haber originado el cruce de opiniones: por Saravia y Rodríguez no hubo tanta indignación. "Es importante que los jugadores se expresen. Fue una reunión positiva", la definió Scaloni en la conferencia de prensa de la tarde, ya en el Mineirao. Fue la única mención que hizo al tema, que simultáneamente era trending topic en las habitaciones de los jugadores en el hotel Hilton, a veinte minutos del estadio, en el coqueto barrio Cidade Jardim.
El técnico había dudado el lunes hasta la hora de irse a dormir sobre si iría a fondo o si solo haría retoques en la formación. Después del partido del sábado había empezado a meditar las variantes, y esperó hasta el momento de poner a los jugadores sobre la cancha para comunicarlo al plantel. El capitán había sido el más inquieto de los cuatro referentes en las horas previas. Tanto en Salvador como aquí, donde la selección llegó el domingo, fue hablando con los más jóvenes, siempre con el discurso que inició en la zona mixta del estadio: "Hay que seguir, ganándole a Paraguay nos acomodamos". Una versión diferente de aquel que se había derrumbado tras otro debut fallido: el del Mundial pasado, cuando decidió autoacuartelarse en su habitación para masticar la frustración e un empate con Islandia. ¿Mantendrá la energía positiva después de este martes agitado? Sus señales corporales son tan inequívocas que bastará verlo entrar al Mineirao para conocer la respuesta.
El volantazo del entrenador expone una vuelta al origen de su ciclo. Cuando su lugar no pasaba la categoría de "técnico interino", Scaloni propuso formaciones ágiles, con amplitud en la línea de volantes, juego directo y mayoría de jugadores sin experiencia con esta camiseta. El lento regreso de jugadores históricos –en orden reaparecieron Otamendi, Messi, Di María y Agüero– fue virando el plan inicial hasta romperlo definitivamente contra Colombia. El equipo se volvió más lento, se tiró hacia atrás y apostó a los genes goleadores de Messi y Agüero, abandonados en el ataque. Tan poco convencido estaba el entrenador de su propia innovación que a los 45 minutos quitó a Di María, uno de aquellos, y puso a De Paul, uno de los nuevos. Vuelta a empezar. "Los equipos que ganaron en la primera fecha de la Copa no dominaron como lo hicimos nosotros esos 25 minutos contra Colombia", se animó a ponderar exageradamente el único momento positivo de Argentina en el debut.
Para que esos 25 minutos se conviertan este miércoles en "50, 60, 80 o todo el partido", metió mano a fondo. "Con el diario del lunes es fácil saber qué había que hacer. Creo que el entrenador tiene que ir por lo que lo convence", siguió. Y en ese plano decidió abrazar lo que le permitió saltar de categoría y haber sido ratificado en el cargo. Su error, tal vez, haya sido no confiar en su idea: hace un mes abdicó a favor de Agüero a pesar de que no lo prefería. Los 32 goles y diez asistencias en la temporada del delantero de Manchester City ejercicieron una presión que el entrenador no resistió.
El golpe sobre la mesa ya está dado: Scaloni necesitará ahora de la complicidad de los jóvenes, llamados a sacar la cara en medio de este trance. El que vivencia una selección que, aunque pasen los años y los jugadores, solo sabe vivir en aguas inquietas.
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