Real y Atlético de Madrid, dos derrotas estrepitosas con causas (y análisis) bien diferentes
El corazón futbolístico de Madrid ha vivido una semana traumática en cuanto a Champions League se refiere. Primero fue la caída del Real ante el ímpetu juvenil del Ajax. Después, la eliminación del Atlético, cuya habitual solidez defensiva se mostró incapaz de frenar la furia de la Juventus y especialmente de un superdotado en partidos grandes como Cristiano Ronaldo. Ambos tropiezos responden a causas diferentes pero tuvieron un hilo común: el estrépito que produjeron.
El caso del ya extricampeón podía verse venir. Es muy difícil enderezar el rumbo de una temporada que comienza con malformaciones. El éxito siempre es corrosivo y hay que saber gestionarlo. Si ya en el último año con Zidane como técnico la obtención de la Champions había resultado difícil de explicar en términos futbolísticos, lo ocurrido a partir de ahí lo empeoró todo.
La renuncia del francés a su puesto, el portazo de Cristiano, la contratación del entrenador de la selección española unas horas antes del arranque del Mundial de Rusia, la mala planificación de los fichajes –reforzando posiciones bien cubiertas y desatendiendo las que era necesario cubrir– presagiaban un año tormentoso. Después llegó el turno del presidente Florentino Pérez, su nula paciencia con Julen Lopetegui y su rigor en la exigencia del éxito que incluyó cierta ingratitud y falta de comprensión hacia jugadores que han brindado muchas alegrías en los últimos años.
En un club tan demandante que no permite baches, Sergio Ramos completaría el combo perdiéndose la revancha con el Ajax tras provocar una tarjeta amarilla en la ida creyendo que la victoria en Amsterdam aseguraba el pase y demostrando de paso la supremacía que sentía el Real Madrid al alcanzar estas instancias, ratificada por su tardío pedido de disculpas.
El encuentro contra el Ajax llegó además en un momento muy inoportuno: luego de dos derrotas consecutivas ante el Barcelona. Los holandeses aprovecharon para darle al fútbol la buena noticia de que los equipos más mundanos y terrenales de vez en cuando pueden competir de igual a igual contra las grandes potencias económicas.
Lo ocurrido con el Atlético de Madrid era, en cambio, menos esperado. La Juventus tiró sobre la cancha su raza de equipo y en esta ocasión al conjunto madrileño no le salió bien la resistencia a ultranza que otras veces sí le dio resultado, lo cual enseña que no hay ganadores absolutos y que ganar o perder está al alcance de cualquiera en cualquier momento y en cualquier deporte.
En todo caso, me parece importante señalar que un entrenador no es mejor ni peor porque en determinadas situaciones decida planteos más o menos mezquinos. Cada uno elige su forma de jugar y todas son válidas. Además, en un partido uno no siempre puede hacer lo que quiere. Hay un rival, que a veces te arrastra, te genera el miedo a perder y te obliga a defenderte por encima de todo. Por eso, desde lo futbolístico, el tropiezo del Atlético tiene sus atenuantes.
Pero si la caída de un par de ladrillos –como esta eliminación o la del año pasado en etapa de grupos– no parecen motivos suficientes para cuestionar la muy buena obra que viene construyendo Diego Simeone en el Atlético, en cambio sus mensajes merecen otro tipo de análisis.
De los entrenadores de élite uno espera que en lugar de hablar de ganar y perder en los términos que suele hacerlo el buen entrenador que es el Cholo, lo haga para formar y capacitar, para hacerle entender al hincha que cuando se baja a ras del suelo, hay olor a pasto y se encuentran dos equipos de características semejantes nadie puede manejar el control remoto del resultado.
Manifestar el deseo de ganar (¿acaso el rival no lo tiene?) como argumento de una propuesta o despreciar ciertos atributos del juego –la posesión de la pelota, por ejemplo, que durante un partido tarde o temprano la vas a tener– son mensajes intelectualmente tramposos y perniciosos para todos, que subestiman al receptor si este tiene un mínimo nivel de interpretación para reflexionar un poco.
Aún más grave, sostener que solo tiene razón quien gana y que perder equivale siempre a un fracaso se trata directamente de un mensaje perverso que excede el ámbito del fútbol para convertirse en un dogma social muy peligroso. Implica decirle a quien puso todo su esfuerzo en lograr algo y perdió, o no alcanzó su objetivo, que es un bobo y que nada de lo hecho sirve para algo.
Cualquier persona que se levanta todos los días para ir a trabajar o a llevar sus hijos al colegio no debería inculcar, tolerar ni avalar este tipo de discurso, porque apela demagógicamente a conquistar a quien lo escucha a partir de la exaltación de los instintos primitivos y a minusvalorar el hecho artístico o intelectual que genera emoción.
Sé que en un país tan castigado como el nuestro hay mucho público y muchos comunicadores que se pliegan a este discurso porque lo necesitan para sentirse parte de algo. Se me ocurre más saludable emplear el tiempo en dignificar el fútbol hablando sin confundir ni hacer trampas, naturalizando las cosas que pasan durante un partido. Y desde ya, sin ponerse en "ganador", simplemente porque tal cosa no existe.
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