Brasil nos dará respuesta a casi todos los interrogantes
Pocos equipos más difíciles y contradictorios para el análisis que esta selección argentina, un conjunto que va avanzando en la Copa América y que suma señales positivas al mismo tiempo que no contesta algunos interrogantes y va abriendo otros nuevos. La victoria contra Venezuela dejó matices para todos los gustos. Algunos a favor, otros preocupantes.
Entre los primeros hay que apuntar el muy buen cuarto de hora inicial; actuaciones dignas de elogio, como las de Lautaro Martínez, Paredes, los volantes externos (De Paul y Acuña), Tagliafico y Armani. Pero sobre todo, y contra pronóstico, ciertas virtudes colectivas –la solidaridad, el compromiso– que no se habían apreciado hasta ahora y que incluso estuvieron por encima de las virtudes individuales.
De los segundos hay dos cuestiones que destacan sobre el resto. Una es la incapacidad de sostener un buen rendimiento más allá de 15 o 20 minutos, lo cual conduce a situaciones como las que se dieron en el segundo tiempo, con un repliegue excesivo que no sólo aumenta los riesgos en defensa, sino que quita cualquier posibilidad de armonía y conexión una vez recuperada la pelota.
El efecto que produce este desarreglo resulta devastador para Messi, aunque más allá de esa circunstancia justamente Messi es el otro gran factor de preocupación. Lo que pueda estar sucediéndole es un misterio; la realidad es que hasta ahora sus actuaciones han sido muy pálidas, con una implicación limitada en el juego y dificultades en materias que domina mejor que nadie, como la gambeta en el uno contra uno. Y la Argentina, obviamente, necesita de Messi porque es su factor diferencial.
Brasil, en una semifinal de Copa y en su casa, representa para el capitán de la selección y el resto de los futbolistas que han vivido el amargo proceso de derrotas de los últimos años una posibilidad maravillosa de resarcimiento, de sacar a relucir el fuego sagrado que todo jugador lleva adentro y hacer el partido que por fin los lleve a la gloria. No porque le deban nada a alguien. Nadie adquiere deudas en una competencia deportiva, y ganar o perder responde a factores estrictamente futbolísticos que nada tienen que ver con el escudo o la bandera, sino para satisfacer su amor propio, su orgullo. Pero para superar semejante escollo deberán ofrecer una actuación intachable.
La Argentina se va encontrar en Belo Horizonte con un equipo en serio, que planteará una exigencia muy superior a las de Qatar o Venezuela. Se trata de un Brasil "europeo", sin las características imaginativas de antaño y sin grandes "monstruos" en el área, pero con muchas cualidades en otros aspectos.
Hablamos de un conjunto que no recibe goles, porque tiene un fenómeno en el arco (Alisson), pero básicamente porque le concede muy pocas situaciones al rival. Presiona muy bien sobre la salida de la pelota, trabaja en conjunto en la tarea de recuperación y tiene marcadores centrales que defienden bien en los mano a mano. En ataque, posee extermos bien punzantes (Foyth ayer padeció inconvenientes que deberá solucionar), un mediocampista exquisito como Arthur y delanteros resolutivos.
Como se ve, argumentos suficientes para obligar a la Argentina a subir un escalón más en el rendimiento si quiere instalarse en la final. ¿Está en condiciones de hacerlo? Sin duda que el martes encontraremos respuestas a muchos de los interrogantes que nos despierta esta selección tan pero tan contradictoria.
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