Saber perder: la lección que dejó River y la explicación de por qué gana tanto
En su derrota más dura, el River de Marcelo Gallardo ofreció una de sus mejores caras. River, lo vimos todos, había reducido a su mínima expresión al mejor equipo de Sudamérica de 2019, el Flamengo-europeizado, campeón récord del Brasileirao. Hasta que, a dos minutos del final, sin haber estado arrinconado jamás, River cometió dos errores que lo privaron de la gloria. Fue increíble. Los cambios que esta vez no salieron. El rival. La mala suerte. Fútbol. Pero me sorprendió más lo que sucedió luego. La cultura futbolera argentina casi habría "comprendido" un eventual estallido de furia. ¿Cómo no explotar ante la pérdida súbita después de tamaño esfuerzo? Que "las pulsaciones están a mil por hora". Que la "vergüenza deportiva". Que la supuesta cargada rival. Expulsiones. Escándalo. Final argentino.
Sucedió, en cambio, todo lo contrario, ni siquiera invalidado por la roja infantil de Exequiel Palacios. El desastre acababa de consumarse. La herida estaba recién abierta. Pero River saludó al rival. Enzo Pérez inclusive lo felicitó en la entrevista inmediata de la TV. Y Gallardo lideró la presencia en la premiación. Con la medalla de subcampeón colgando en el cuello de todos. "Con orgullo", como repetía el DT a cada uno de sus jugadores. Casi no recuerdo un comportamiento así en una final de tanta envergadura para un equipo argentino después de una derrota tan cruel. Por eso, dio más pena que otras veces ver a autoridades de Boca burlándose de la derrota. Los sondeos que vaticinan un posible revés del oficialismo en las elecciones del 8 de diciembre tal vez no se deban sólo a la falta de títulos internacionales o a "Maquiavelo" Riquelme. Quizá tienen que ver también con algo más profundo.
La cargada, sabemos, forma parte del abecé del fútbol. Pero una cosa son los hinchas, los que fueron el domingo a la Bombonera hablando portugués, con camisetas de Flamengo y caretas de Gabigol (los que despidieron al equipo con aplausos tras la eliminación contra River en la Bombonera), y otra cosa son los dirigentes. ¿Por qué sorprenderse si ya en la celebración del título de 2017 algún dirigente de Boca se paseó envuelto él mismo en una sábana para burlarse del "fantasma del descenso"? ¿Y acaso el animador oficial no arengó en plena fiesta de la Bombonera que "el que no salta es un falopero"? La sobreactuación oficial siguió tras la final de Lima, con el añadido de los nervios ante el temor por las elecciones que vienen difíciles. Sin embargo, Riquelme, actor central de la oposición, ni siquiera se burló cuando River se fue a la B. Ese día Román se lamentó porque nos quedábamos sin Superclásico.
Riquelme pensó también en el hincha cuando en 2001 rechazó una propuesta de Mauricio Macri, entonces presidente de Boca, de crear un 0600 para que los socios pagaran la mejora contractual que él exigía. Eran días de enfrentamiento con la directiva, en semifinales de una de las tres Copa Libertadores que Riquelme ayudó a ganar a Boca, más una final de 2012 que él mismo afectó cuando filtró que se iba del club apenas horas antes del duelo ganado por Corinthians. El Riquelme jugador no fue sólo arte. También fue pragmatismo puro. Allí están sus números. Ahora, aseguran algunos que lo conocen, decidió dejar la comodidad de los asados y volver como dirigente porque "no puede vivir sin Boca" y "detectó el sufrimiento de los hinchas por tantas eliminaciones contra River". Los mismos que lo llamaron "Dios" cuando convocó a la unidad, lo acusan ahora de "mercenario". Riquelme, lo describió días atrás el escritor Juan José Beccerra, "tiene algo de comisionado de las Naciones Unidas, pero por abajo hay un mono con navaja", consciente además de su "capacidad de daño". Lo sabe el oficialismo, que censura "Riquelmes" en la Bombonera, en el basquet de la Bombonerita, en el futsal del Quinquela Martín y hasta en algún estudio de TV.
En sus tiempos de crack, Riquelme, me dijo también Becerra días atrás en una charla radial, fue un "empleado siempre despreciado por su empleador" (Le decían "el negro", contó un libro biográfico de Olé). "Banco mucho al resentido. En el resentimiento –dice Becerra– hay una memoria de clase". Becerra me cuenta que él creció con un Boca que era "cultura barrial, inmigración, esfuerzo, orgullo y vender cara la derrota". Un Boca de histórica raíz popular que "fue reemplazado por una cultura gerencial, del éxito, arrogante". En tiempos de Daniel Angelici, ese Boca elitizado de palcos VIP agregó una imagen de ostentación de su poder. La sensación de que todo tiene precio. Jueces y cracks. Y que "el que no acepta nuestro precio entonces es un corrupto".
Algunos lamentan que "la política esté interviniendo" en las elecciones de diciembre. La política estuvo siempre. Y nunca tanto como en estos años. Con casi toda una conducción vinculada a un mismo partido político. ¿Acaso no llamó el propio Macri a Riquelme buscando asegurar que Román no se sumara a la oposición? Por supuesto que River, acaso más amigo de la actual Conmebol, es otro poder en sí mismo. Y lo ha usado. Pero no hay VAR que pueda mentir cinco años. Y sí, en cambio, hay conductas ante la derrota, como la del sábado en Lima, que tal vez ayudan a entender por qué se gana tanto.
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