La selección argentina no estaría cómoda en la tabla de las eliminatorias
Como nunca en la historia de las eliminatorias, nueve países sudamericanos se sentirán autorizados a creer que la clasificación para Qatar 2022 será posible. Solo Bolivia partirá derrotado, y de todos modos, más de uno dejará algunos puntos en La Paz. Vale el juego entonces: la Argentina se enfrentó este año diez veces contra adversarios del Cono Sur y cosechó cuatro victorias, tres empates y otras tres derrotas, es decir que alcanzó el 50% de eficacia. Mitad de camino. Como la selección, que no se define. El clásico con Uruguay fue otro buen ejemplo de los fogonazos que la acompañan. Casi todo parece pasajero, momentáneo, líquido. Asoma una certeza y pronto se relativiza, las aparentes seguridades enseguida entran en combustión. No hay raíces.
Pudo perder y hubiese sido injusto. Empató in extremis, pero más allá del resultado, las deducciones no dejan de ser oscilantes. Excesivamente titilante. Ni solvencia ni sustentabilidad. Falta profundidad conceptual, sin desvalorizar el compromiso, ese contrato colectivo que garantiza el esfuerzo hasta el final. El equipo siempre se planta, nunca se rinde. Pero juega poco –no le marcó goles de maniobras ni a Brasil ni a Uruguay–, ofrece contados circuitos reconocibles y varias piezas sueltas lo exponen en los retrocesos.
Es un equipo guapo, pero de mandíbula delicada. Recibió quince tantos en 2019. No se disipa la sensación de que la selección vive bajo exploración, en una construcción permanente. La propuesta tiende a adaptarse a las características del adversario y se demora la consolidación de un estilo. El arquero, el lateral derecho, el compañero de zaga de Nicolás Otamendi, al menos una posición entre los volantes y el centroatacante son casilleros que siguen abiertos. Y ya se acabaron las pruebas.
Bascula la Argentina y no aleja las sospechas. Generalmente, los detalles se inclinaron en su favor y, tal vez, condicionaron algunas conclusiones. ¿Cuál hubiese sido el humor si después de perder 3-1 con Venezuela, Ángel Correa no hubiera quebrado sobre el final a Marruecos en la ventosa tarde de Tanger? ¿Y si Armani no le atajaba el penal a Derlis González y la selección arrastraba dos derrotas después de las dos primeras fechas en la Copa América? ¿Y si México no le regalaba ingenuamente cuatro goles en 38 minutos? ¿Y si Alemania no se desentendía del partido después de sacar dos tantos de ventaja? ¿Y si Gabriel Jesus acertaba su penal y en la acción siguiente el árbitro no le concedía uno a Messi? ¿Y si Martín Cáceres sacaba a tiempo la mano cuando el clásico del Río de la Plata se extinguía? Esa percepción de inestabilidad se extiende como una mancha de aceite después de más de una veintena de encuentros. Demasiado resbaladizo.
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